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- 23/02/2020 00:00
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Cuatro días en los que la diversión reina. Lo único que toma en serio el panameño, según se dice popularmente. Los carnavales paralizan el país, pero también generan ingresos a muchas familias. Y aparte de ser un generador económico o la mejor excusa para dejar de trabajar y dar rienda suelta a los excesos, el Carnaval es parte de la cultura del país y tiene una colorida historia, más colorida que la más alegre de las comparsas.
Así quedó demostrado en el ciclo El Carnaval tiene su historia, organizado por el Ministerio de Cultura y el Museo del Canal Interoceánico, espacio en el que cuatro conferencistas aportaron sus conocimientos sobre el surgimiento y evolución de estas fiestas, tanto en la ciudad de Panamá como en Las Tablas, donde las celebraciones son multitudinarias.
El Carnaval tiene sus inicios en las fiestas de la vendimia, fiestas dedicadas a Baco o Dioniso, el dios del vino. “Este culto era celebrado de diversas maneras, una de ellas los concursos literarios donde se presentaban tragedias y comedias. Esas comedias eran representadas por grupos denominados komos, “que hacían burlas de políticos o burlas de aquellos que estaban cometiendo desaciertos en la comunidad”, explicó la profesora Emma Blanco. En estas fiestas se representaba el vino con Dioniso, y el pan, con la diosa Ceres. También había procesiones con andas, en las que se celebraba la fertilidad, con grandes falos y vulvas (estas, llamadas fiestas falofóricas).
Los komos pasaron de ser un grupo de participantes en una presentación teatral a convertirse en un grupo que acompañaba los carros alegóricos.
Y con la llegada del cristianismo estas fiestas, de una cosmovisión más ligada a la naturaleza, se fueron transformando por el poder religioso. “Primero hubo persecución, luego muchas de estas costumbres fueron adoptadas por la religión”, explica Gómez. Las fiestas del Carnaval fueron establecidas como un período de permisividad y descontrol, justo antes de la Cuaresma. Y cómo no dedicar estas festividades a Momo, el dios de la farsa y la burla, separando a Dioniso de toda esta historia.
Andas, desfiles, disfraces y elementos que cubren los rostros de los participantes, comparsas, música y vino (bebidas alcohólicas) son constantes de esta celebración en muchos países, sin embargo, en cada uno va adquiriendo sus propias costumbres, tradiciones y personalidad.
El entierro de la sardina, por ejemplo, es una costumbre que viene de España y se asocia al acabar con todo lo negativo en preparación para la Cuaresma y la Semana Santa. Se suma a esto la quema de una falla y grandes explosiones de pirotecnia. Otra versión, leyenda popular atribuye esta costumbre a que en tiempos de Carlos III, un cargamento de sardinas se pudrió y los lugareños procedieron a enterrarlas para terminar con la peste. Como esto sucedió en plenos carnavales, pues el entierro se hizo en una procesión con una alegre comparsa.
Algo que sí está claro desde la antigüedad es que los carnavales eran fiestas en las que participaba toda la sociedad, desde las capas más altas, hasta las más bajas.
Con la conquista de América, los carnavales llegan a nuestro continente y van adquiriendo nuevos elementos, con la participación de los grupos aborígenes y de los africanos que fueron traídos como fuerza esclava.
De los grupos africanos surge la cultura congo, en la que a manera de defensa ante los colonizadores, establecieron todo un sistema de comunicación y costumbres con las que hacían burla de los españoles.
Para evitar que los africanos perecieran víctimas del maltrato y las interminables jornadas de trabajo, el colonizador estableció el llamado 'tempe de soto', que no era más que un tiempo de asueto en el que los esclavos disfrutaban de una semilibertad y allí tomaban fuerzas para volver a su realidad. El 'tempe de soto' tenía su inicio el día de san Sebastián, 20 de enero, y se extendía hasta el miércoles de ceniza. En ese espacio los congos hacen sus juegos con representaciones paródicas y finalizan con el ritual del bautizo de los diablos.
El día de san Sebastián y la izada de la bandera del Carnaval tienen coincidencia. “Hay que seguir investigando para saber cuál influyó en cuál”, establece Blanco.
Sin embargo, otras costumbres como pedir todo tipo de comida para hacer una sopa y celebrar después de la fiesta del Carnaval, pueden asociarse con la figura del resbaloso, personaje que representa al africano que se rebela contra la esclavitud española, y se vestía con harapos y pintaba su rostro y su cuerpo, y pedía dinero para dejar de molestar a los transeúntes.
Y de África también se nutre toda la percusión utilizada por las comparsas que desde la época departamental colombiana se vienen registrando en la historia.
“Damaris Díaz, historiadora, menciona que en la edición del 10 de marzo de 1859 del Star and Herald, se registra en la fiesta del Carnaval 'un número de bailes y fandangos en Santa Ana y un desfile de negros por las calles desenfrenados, aullando hasta convertir la noche en pesadilla”, destaca el profesor Francisco Paz de la Rosa.
Esta descripción, aunque no menciona una comparsa, muestra claramente la participación de grupos afrodescendientes, procedentes de los arrabales, discriminados por los grupos de poder.
El profesor Francisco Paz quien realizó una investigación sobre la historia de las comparsas del Carnaval capitalino, explica que las comparsas nacen en poblaciones como Malambo, Malambillo, Chorrillo y Santa Ana. Hasta hace poco, las murallas que cerraban la ciudad habían estado en pie y era fuera de ellas donde los carnavales tomaban fuerza.
No es hasta 1910 que el alcalde capitalino de aquel entonces, José Agustín Arango, oficializa los carnavales y se corona una reina, Manuelita Vallarino. Pero aunque las reinas representaran a las familias más adineradas, luego de los actos de coronación y demás, las soberanas salían a bailar a los toldos populares.
Uno de ellos sería El Tambor de la Alegría, propiedad de la martiniqueña Carmen Lagnon, quien escribiría los versos que dan forma al tamborito más famoso y conocido en todo el país.
Otro elemento que viene con el Carnaval desde la antigüedad es la mojadera. Desde las fiestas dionisíacas las comparsas se embadurnaban con vino y comidas. Más adelante sería la harina y el añil, e incluso huevos.
Las comparsas tuvieron sus años dorados. “Son agrupaciones musicales, en un inicio, de una comunidad específica que tenían en común las rumbas”, dice el profesor Paz. Son grupos que representan a su comunidad y que soportados en ellas hacen actividades que les permiten sufragar los gastos de esta agrupación. El primer registro de comparsas en Panamá se establece en el siglo XIX, con Los Gallinazos, Los Granilleros y Los Congos. Después de 1910, ya estas agrupaciones participaban en los desfiles del Carnaval oficial.
De la década de 1920 hasta 1945, la mayor influencia fue la de las comparsas cubanas con música de rumba y farolas. Finalizada la Segunda Guerra Mundial llega un período de mucho lujo en los vestuarios y ornamentos de alta calidad.
La década de 1960 ve nacer a algunas de las comparsas que sobreviven el día de hoy.
Luego, en los años del gobierno revolucionario se impulsó el rescate de la identidad nacional. Para la década de 1980 reina la influencia de la batucada brasileña, pero en adelante, empieza un período de decadencia que coincide con la comercialización de las festividades.
Para generar un movimiento masivo, una lata de agua no alcanza en una mojadera, hay que contratar carros cisterna; los bailes populares dan paso a las presentaciones en tarimas aupadas por las estaciones de televisión y sus patrocinadores,
La inseguridad terminó con la tradición de los resbalosos, ya que el uso de pintura en el cuerpo daba la oportunidad a malhechores de cometer fechorías. La participación de las comparsas es cada vez menor.
“Las comparsas no tienen el apoyo de ninguna institución, sus miembros solo quieren que los tomen en cuenta”, dice el profesor Paz, quien en la década de 1960 participó en los carnavales como “comparsero”.
La Autoridad de Turismo apoya las fiestas capitalinas, sin embargo, año tras año hay disconformidades con la elección de los artistas contratados, el otorgamiento de permisos y, algunas veces, hasta con la elección de la reina.
Hoy, un proyecto de MiCultura apoya la activación de comparsas en diversas comunidades para mantener viva la tradición y activar la economía creativa. En la ciudad de Panamá hay unas 23 comparsas registradas, según informa la profesora Blanco.