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- 31/05/2022 00:00
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Hace más de 100 años, ya antes de internet o de las revistas eróticas, los fotógrafos descubrieron que el porno era un gran negocio. El museo Leopold de Viena dedica ahora una exposición a uno de ellos, Otto Schmidt (1849-1920), cuya red de envío de postales a todo el mundo le convirtió en un pionero de la distribución de contenido erótico.
Así lo muestra “El negocio de la copia”, una exposición en la que el museo Leopold de Viena muestra hasta el 28 de agosto 329 objetos que analizan la fotografía profesional del siglo XIX a partir del trabajo de Schmidt.
Otto Schmidt, que dirigió uno de los estudios de arte fotográfico más grandes de Viena, creó alrededor de 4.000 fotos de paisajes, edificios y retratos.
Sin embargo, su mayor negocio fueron los desnudos, con más de 8.000 reproducciones enviadas a los más distantes puntos del planeta.
“Se suponía que eran imágenes para que los artistas las usaran como modelos para sus dibujos o pinturas, pero, por supuesto, había un público mucho más grande para esto”, explica a EFE Monika Faber, directora del Instituto de Fotografía Bonartes de Viena.
Según la legislación de la época, el estudio del fotógrafo tenía que solicitar permiso a la Policía para poder publicar sus fotos y venderlas firmadas por el autor.
Sin embargo, Schmidt ocultó la mayor parte de su producción a las autoridades, que aunque permitían producir y poseer fotografías de desnudos, prohibían su distribución al entender que atentaban contra los valores de la sociedad.
De este modo, Schmidt continuó produciendo y distribuyendo clandestinamente esas imágenes, aunque sin firmarlas, por Europa, América y Asia.
Las presentaba en postales, pero también con catálogos que permitían luego al interesado hacer encargos de copias de las fotos.
“La postal era la forma más económica de distribuir fotografías, pero muy rara vez se escribía en el dorso o se enviaban por correo”, señaló Faber.
Enviar tarjetas de este tipo era especialmente arriesgado tanto para quien la adquiría, que podía ver su compra confiscada, como para el distribuidor, que arriesgaba ser llevado a juicio por vender imágenes “lascivas”.
Para evitar esa censura, Schmidt vendía las fotografías a través de distribuidores especializados que publicaban catálogos de desnudos, también de fetiches, para que clientes de todo el mundo escogieran las imágenes que querían comprar.
Estas tomas también eran ofrecidas en espacios públicos, como parques de atracciones, y publicitadas bajo el mensaje “fotografías para hombres” en las revistas.
La red de distribución de Schmidt llegaba a países como Francia, donde fue capaz de vender su producción gracias a otros estudios, como la editorial parisina Calavas, una de las primeras en distribuir este tipo de contenido en Europa.
“Era un distribuidor que vendía directamente en la tienda, pero también abastecía a personas que le escribían cartas, un poco como Amazon”, ejemplifica la directora del Instituto Bonarte.
Sin embargo, la forma más elegante de camuflar las imágenes eróticas era mediante libros de estudios de fotografía, pues no solo incluían desnudos, sino también paisajes, edificios o artesanías.
Muchos de esos libros sirvieron de material ilustrativo para artistas, artesanos, arquitectos y decoradores.
“Fueron los primeros libros ilustrados con fotografías, tenían la apariencia de ser hechos por artistas. Normalmente se podían vender en librerías, pero en algunos países, como en Alemania, estaban prohibidos”, subrayó Faber.
El estudio de Schmidt también organizó eventos con fotografías estereoscópicas de paisajes y desnudos.
“Esta técnica era muy popular para mirar fotografías, normalmente de paisajes. Cuando se ofrecían desnudos se llamaba 'película exclusivamente para hombres' o 'películas de caballeros”, cuenta la directora del Instituto Bonartes.