“No dejo de oír a la gente pidiendo auxilio, su hilo de voz perdiéndose en la oscuridad y la silueta de un hombre en el techo de su coche alumbrada por...
- 15/05/2022 00:00
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Laurence Debray, la hija del mítico intelectual francés que cumplió años de cárcel en Bolivia, Régis Debray, acusado de haber delatado al Che Guevara, que fue fusilado en ese país, donde había ido a perseguir la quimera de un triunfo revolucionario como el de los barbudos del Granma en Cuba (aunque muchos alegan que Fidel Castro lo mandó para allá por serle incómodo y que estaba seguro de que no llegaría a alcanzar sus propósitos) y de la venezolana, antropóloga y también intelectual, ex directora de la Maison de L'Amérique Latine de Paris, Francia, Elizabeth Burgos, acaba de publicar un libro que es devastador al tiempo que cautivador, por la devoción que se entre lee en sus páginas.
Hace unos cuatro años, Laurence nos contó su historia personal con su libro Hija de Revolucionarios, en el cual hace sus descargos en un testimonio en el que quiere ajustar cuentas con el pasado, devela el mito de sus padres, ambos comprometidos con la izquierda revolucionaria y también de su propia vida. Y lo hace con exquisita sapiencia y detalle, plegándose a la cita inicial que tiene el libro, tomado de El Misántropo de Moliere: “Cuanto más se ama a alguien menos debe adulársele; el verdadero amor es el que nada perdona”.
Laurence nació en 1976 y es una hermosa mujer de ojos muy azules, casada con el cineasta Émile Servan-Schreiber (hijo de Jean-Jacques Servan-Schreiber) y tiene 2 hijos. El libro empieza explicando cómo fue que vivió de espaldas a la historia de sus padres, en parte porque se la habían ocultado, en parte porque no la entendía y fue dejándola a un lado. Su familia paterna era hogareña y burguesa, vivían muy bien, con clase y de su abuela recuerda hasta su perfume y el porte que no perdió ni cuando iba a visitar a su hijo (el padre de Laurence) en la cárcel boliviana donde estuvo cuatro años. De Venezuela se sentía visceralmente atraída y tiene una amplia parentela que, si bien la protegía, no aportaban mucho a lo que ella quería entender o esclarecer. Su madre renegaba de sus orígenes cuando salió de su país.
Durante su vida, cada vez que preguntaba algo a sus padres, recibía evasivas o respuestas ambiguas. Eso le motivó a investigar acerca de la juventud de Régis y Elizabeth, que para ella siempre fueron incomprensibles, pero a raíz de presentar su libro biografía Juan Carlos de España, un periodista le preguntó si era la hija del intelectual francés acusado de haber entregado al Che Guevara cuando fue detenido en Bolivia. A partir de allí no paró de investigar.
Su juventud estuvo marcada por varias mudanzas, entre países, y vivió en España un tiempo, con su madre, también en un campamento en Cuba, y se fue interesando por la vida del rey emérito Juan Carlos I, al que le dedicó una amplia biografía. Con éste, Mi rey caído, muestra decepción por el comportamiento del emérito, pero en el fondo hurga mucho en las razones por las cuales Juanito, como le decían en familia, se prestó para los sobornos, las cacerías y las amantes que lo catapultaron al repudio de su familia y de todo su país.
Laurence Debray, en su muy bien tejido libro, nos hace sentir simpatía por Juan Carlos I, confiesa que más que uno se decepcionó al conocer la noticia del fraude fiscal que había cometido y que el mismísimo emérito le había dicho que el dinero del rey de Arabia Saudita “era un regalo”.
El libro está muy bien documentado, hace referencia a la familia real española, las diferentes personalidades de los descendientes, las incidencias que han desbaratado la unión que aparentemente tenían entre sí, y la decisión del rey Felipe VI de excluirlo del escenario real. La forma en que ella llevó a cabo la investigación, sus entradas y salidas de la residencia donde vivía Juan Carlos I y la coincidencia de que apenas unos días después de que ella terminó su biografía, de la que se siente muy orgullosa, el rey abdicó.
En este libro, Mi rey caído, cuya portada muestra un retrato del emérito puesto de lado en el piso, finaliza con una conversación entre ella y Juan Carlos I en Abu Dhabi, justo cuando iniciaba la pandemia de Coronavirus, mejor conocida como COVID-19.
No puede ocultar el asombro de haber visto al objeto de su estudio (y de su pasión) primero en el Palacio de la Zarzuela, servido por un ejército de sirvientes que cuidaban hasta las flores que se cultivaban y luego encontrarlo en Arabia Saudita, solo, lejos de su familia y de su país. Lo justifica en que el rey buscaba un lugar de gran privacidad para no molestar a su hijo y a la corona española.
Juan Carlos le confesó que pensó en irse a Portugal, donde vivió exilado durante su infancia, pero hasta allí los periodistas no lo iban a dejar en paz. Algo que caracteriza a los españoles es su afán por la vida de los ricos y famosos y el cotilleo es casi una profesión. En Arabia Saudita, se aseguró de que hubiera buenos hospitales, pocos casos de COVID y “donde lo recibieran, por lo que tampoco quedaban tantas opciones”, según el testimonio de Laurence.
Lo que se conoce de que los 65 millones de euros que recibió de la corona saudí y que el rey le dio a Corina Larsen, su supuesta amante, Laurence reitera que el rey le confirmó que era “un regalo”.
Debray defiende la versión del rey de que dicha cantidad de dinero era parte de un regalo, ya que “desde hace siglos las monarquías se ayudan y se hacen regalos. Son cifras que nos alucinan a nosotros, pero para el rey de Arabia Saudita no es nada”.
Después de tanto jaleo, muchos perdieron la confianza en la corona española. Laurence le reprocha a su rey el haber ocultado el dinero a Hacienda para no tributar al fisco español. De allí que la institución de la Corona se fue al piso. Sin embargo, Laurence Debray le excusa en cierto modo al creer que “los reyes no piensan ni reaccionan como nosotros”. Esto no cuadra con lo que alega de que el rey sigue siendo el padre de la constitución y el hombre que democratizó España, sin embargo, no pagó impuestos, como lo hace un ciudadano honesto. Siempre vuelve al importante papel que jugó el monarca después de que el Franquismo aislara a España de la política internacional
Un tema recurrente en el libro es el papel que jugó Juan Carlos en el intento de golpe del 23 de febrero de 1981, su amistad con Adolfo Suárez, cuando lo fue a ver y ya había perdido la memoria, la relación que sostuvo con Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista y la forma en que pudo negociar con las fuerzas vivas políticas para consensuar un gobierno de coalición.
Al final, se pregunta si España perdonará al rey emérito Juan Carlos I de España, asilado por su propia voluntad en Arabia Saudita y donde lo han ido a visitar sus hijas. Si el país ibérico terminará reconciliándose con su historia, en lugar de juzgar normalmente al rey. En última instancia, si se le rendirán honores en su sepelio, si morirá en medio del desierto saudí, si lo van a perdonar. Muchas preguntas que solo la historia podrá absolver.