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- 31/07/2022 00:00
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Recorriendo el Mar Adriático, una plácida extensión del Mare Nostrum, que es un golfo estrecho y alargado situado entre la península Itálica, al oeste, y la península de los Balcanes, al este, con una anchura máxima de unos 200 km, y una longitud de unos 800 km. llegamos a Kotor, ciudad costera de Montenegro, una de las zonas más escarpadas de esa costa, y capital del municipio del mismo nombre. Es reconocida como el fiordo más meridional de Europa y ofrece vistas espectaculares y placenteras a los visitantes.
Desde 1979 está incluido como comarca natural, cultural e histórica en la UNESCO, y desde el año 2000 es el destino preferido de cruceros. En 2017 se le incluyó en la declaración de fortificaciones venecianas de defensa de los siglos XVI y XVII. Entre 1391 y 1420, Kotor se conformó como una república independiente. Sin embargo, con el imperio otomano amenazando las posesiones europeas, los mismos ciudadanos, junto al consejo municipal, decidieron voluntariamente ceder el mantenimiento y control de la ciudad a la República de Venecia, siendo integrada en el área de la Albania veneciana. Perteneció al dominio veneciano hasta 1797, convirtiéndose en un importante centro artístico y comercial, con sus propias escuelas de albañilería e iconografía. En esos siglos la mayoría de la población de Cattaro (como era llamada entonces) era de lengua veneciana y religión católica.
A partir de la desaparición de la República Veneciana, pasó a manos del Imperio Austriaco y el I Imperio Francés (1806-1814) y desde 1815, al Imperio Austrohúngaro, por espacio de un siglo, cuando éste se disolvió en 1918. Montenegro integró entonces el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, lo que se constituyó en la futura Yugoslavia. Durante la II Guerra Mundial se le incorporó al Reino de Italia y cuando éste terminó, volvió a ser parte de Yugoslavia como Serbia y Montenegro hasta su independencia, en 2006.
Sus orígenes se remontan a los años 3000 a.C., finales de la Edad de Piedra. Se han encontrado valiosos testimonios de la riqueza tanto material como artística en sus escarpadas montañas. Los omnipresentes romanos la controlaron hasta la caída del Imperio Romano del Oeste (476 d.C.) Después de esta fecha, Kotor pasó a ser parte del imperio bizantino y la capital de Boka Kotorska, como se le llamó a la bahía. Las murallas que rodean la ciudad son de la época del emperador Justiniano I y hasta el gobierno de Constantino VII, en el siglo X tuvo un pujante desarrollo. En los inicios del siglo XI fue ocupada por el imperio búlgaro y al año siguiente cedida a Serbia, por el zar Samuel, pero los ciudadanos no estuvieron conformes con esta decisión y se unieron a la república de Ragusa, hasta 1184. Al año siguiente se integró al antiguo reino de Serbia, bajo la dinastía Nemanjic, que fue quien le dio el nombre eslavo a Kotor y lo convirtió en puerto marítimo, a través del cual se comunicaban con otras naciones. Su gran desarrollo económico y cultural fue sujeto de la codicia de los húngaros, y en 1371 el rey Luis I de Hungría la conquistó, hasta que se la arrebató el rey Tvrtko, de Bosnia.
Grandes productores y orfebres en oro y plata, siendo mayoritariamente católicos, muchas son las representaciones de vírgenes y santos que se pueden apreciar. En el siglo XV, debido a las invasiones turcas, las ricas minas de oro y plata fueron declinando por los constantes asaltos, sin llegar a desaparecer. Los artistas y orfebres de Kotor, estando bajo la influencia tanto del este como del oeste, desarrollaron sus distintivos propios que los caracterizan. El arte, la cultura, la música tuvieron un gran auge desde el siglo XIII. En la pintura se destaca una escuela de la que sobresale Lovro Marinov Dobricevic (1420-1478), cuyas mejores obras se conservan en las iglesias de Dubrovnik, pero en la Iglesia de Nuestra Señora de las Rocas está una pintura de 1452, en el altar mayor.
La bahía de Kotor es una de las más hermosas e impresionantes de la costa adriática, y su recorrido le da a uno una sensación de regocijo y paz inigualable. Aunque parece rodeada de fiordos, estas montañas no lo son en su definición estrictamente geográfica, y algunas alcanzan hasta 2,000 metros de altura. Son mesetas rocosas de estructura kárstica, cañones erosionados por los ríos, como el macizo Orjen y el monte Lovcen. De apariencia oscura por la luz, pero repletas de verdor, son el escenario ideal para conocer este pequeño país que tiene fronteras con Croacia, Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Albania y Serbia.
Desde la pequeña localidad de Perast, se llega a unas de las islas en la bahía de Kotor, donde se erigen, entre otras estructuras una impresionante iglesia, en las faldas del monte Elías. En ellas también hay importantes monumentos, museos, palacios y todas las atracciones para ofrecer a los visitantes. Nuestra Señora de las Rocas, santuario de estilo bizantino del siglo XVII, es venerado por los navegantes. Aunque se empezó a construir en el siglo XV, en un islote de apenas 3,030 metros cuadrados, primero fue capilla y después de que una iglesia contigua, dedicada a San Jorge fue objeto de saqueos por piratas debido a la gran riqueza que tenía, se erigió como santuario, siendo su pieza principal la pintura antes mencionada, del artista Lovro Marinov Dobricevic.
Su apariencia, aunque pequeña, es de piedras de la isla de Korcula y su nave principal y su capilla están rematadas por una cúpula. El nicho, donde están las imágenes de Jesús y María, están en la entrada y la fachada tiene una estrella románica y decoraciones de piedra en el cielo raso. La luz entra al recinto por dos ventanas ovaladas.
El ábside fue diseñado por el maestro Ilija de Dubrovnik. Se terminó de construir en 1722 y en su interior hay una variopinta exposición de objetos y cuadros. Los que cuelgan de las paredes se han dispuesto en dos hileras, la primera sobre las bancas del coro, la forman 14 pinturas de casi idénticas dimensiones, con imágenes del viejo testamento y ancestrales profetas. La hilera de arriba la conforman cuatro grandes composiciones. Estas hileras están divididas por un friso de placas de plata.
El cielo raso está pintado con escenas de la vida de la virgen y Cristo, así como de los evangelistas y santos. Se aprecian ocho paneles que tienen ángeles y canastas de flores como rosas, lirios y claveles, pintados en veinte piezas de madera.
Desde el presbiterio se entra a la sacristía (construida en 1725) donde están las tumbas de los sacerdotes que han servido en el santuario, bajo unas placas barrocas. De mucho valor es un relieve de mármol tallado en la pared, que representa la anunciación, hecho en el taller de escultor veneciano Francesco Cabianka. Hay vasos chinos y otros regalos que forman una colección de objetos votivos.
El pequeño salón que divide la colección de monumentos de piedra de la sacristía está repleto de pinturas de barcos, retratos de capitanes y trabajos de vidrio, madera y lienzo. Es un extravagante despliegue de “memorabilia” poética de diferentes procedencias y autores que encontraron inspiración en estos idílicos parajes. Hay un baúl especialmente hermoso del siglo XVIII.
La colección de objetos de piedra tiene textos y placas del neolítico, ilirio, romano, griego y medioevo. Pasando esta colección se llega a un estrafalario despliegue de objetos de porcelana, hierro, relojes, máquinas de coser, tocadiscos, sombrillas. También hay una colección de llaves y cerraduras y de pinturas de arte moderno. No pueden faltar piezas de artefactos de navegar, como sogas, en el segundo piso, así como una exposición filatélica que refleja la vocación naviera de las islas.
Durante siglos, el mar ha sido escenario de muchas batallas. En estos mares se les rinde homenaje a través de estas edificaciones y las colecciones que contienen en su interior. El santuario de la gente de mar es un sitio que inspira y regocija por su variedad de piezas.