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- 25/02/2023 00:00
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Sábado 18 de febrero de 2023. La entrada al parque central del pueblo de Atalaya, en Veraguas, amanece bloqueada y no importa si es sábado de carnaval, al menos desde 1912 prevalece el sentido religioso sobre el festivo en esta comunidad, porque se preparan para la Cuaresma y procesión de mi padre Jesús Nazareno de Atalaya.
Los “romeros” o peregrinos que participan en esta romería son fáciles de identificar si portan el tradicional hábito morado y el cinturón blanco ceñido a la cintura, aunque muchos miles más van con su vestimenta diaria, en especial los campesinos que por décadas caminan hasta el hogar de mi padre Jesús, la Basílica Menor San Miguel Arcángel, que en 2023 celebra 60 años de haber sido erigida como basílica, la primera de Panamá.
La “manda” o caminata más concurrida es la que parte de la catedral Santiago Apóstol, en la ciudad del mismo nombre y cabecera de la provincia de Veraguas, en Panamá, vía La Florecita, hasta la Basílica, donde se reverencia al santo tomando uno de los cordones de su hábito, custodiado por voluntarios, para agradecer algún milagro recibido.
A mí me tocó hacerla en 2013, junto con mi pequeña hija, para agradecer que su madre superó una delicada operación. Fue una travesía de unos 12 kilómetros al atardecer, sin agua ni celular ni linterna, por el camino de La Florecita. Daba un poco de miedo la oscuridad por si aparecía un animal salvaje o ganado en soltura, pero nada malo ocurrió en ese recorrido, solo el esfuerzo físico que hubo que hacer, superado por el objetivo final.
Pero al Nazareno de Atalaya lo conozco desde 1987, cuando un grupo de jóvenes de la parroquia de Don Bosco, en Calidonia, llevamos el programa Escoge, una jornada de reflexión de dos días que procura la formación espiritual y el reencuentro de los individuos con sus familias; allí tocamos la religiosidad que se vivía en el campo.
Dos años después estaría ante ese altar y el párroco, el sacerdote holandés José Schmiehuizen (1930-2008), oficiaba mi matrimonio religioso, en una basílica llena de amigos y familia, donde muy en serio me dijo “serás la cabeza de un matrimonio, no seas el cabezón”, con su habitual franqueza, tan grande como su bondadoso corazón.
Pero Atalaya es el centro de una devoción religiosa que va más allá de la sola peregrinación de Cuaresma, aunque esta reunión, que se calcula este año superará los 300.000 devotos tras dos años de pandemia, es la que le da más lustre y recursos a la diócesis de Santiago Apóstol.
Pedro Zevallos, educador y joyero del pueblo, me refirió esa cifra de peregrinos a “ojo de buen cubero”, porque su casa está frente a la basílica, y recuerda con mucho cariño los años vividos cerca de esa devoción.
Una de las experiencias que más aprecia por su relación con Cánovas y la iglesia es el honor que tuvo de hacerle las hebillas de oro para los zapatos del papa Juan XXIII, que deben reposar en el Vaticano entre las reliquias del 'Papa Bueno', como se le llamó, organizador del Concilio Vaticano II.
Según mis fuentes, no menos de $300.000 se reciben de ofrendas, con las que se sostiene gran parte de la diócesis; solo Atalaya administra 25 capillas o cuasiparroquias, a las que muchas veces les da poco o ningún sustento económico.
Desde antes de los carnavales de este año los lugareños notan la llegada de flujos de peregrinos ante el altar bellamente adornado donde está la imagen, que se cree fue traída antes del año 1730 por los españoles, para cumplir su manda.
Otros, además, hacen donativos en las alcancías sabiamente distribuidas y también cuelgan del hábito de la imagen los llamados “milagros”, piezas pequeñas de oro y plata que representan partes del cuerpo, u otros objetos que sus donantes aseguran fueron el motivo de la bendición del Cristo de Atalaya.
La religiosidad popular es muy grande y poderosa, aunque no siempre esté totalmente conforme a lo que enseña la Iglesia, pero, como dijo el mismo Cristo, “la ley está hecha para el hombre, no el hombre para la ley”.
Aunque tuvo sus orígenes como un bohío de paredes de madera sin labrar, con pilares interiores hechos de mangle, y techo de hojas de palma, la humildad y sencillez de esa pequeña iglesia no menoscababa la fe de quienes acudían en busca de Dios, de acuerdo con los datos publicados por personal de la basílica en sus redes sociales.
En 1753 se construyó una iglesia, en la cual ya se podían apreciar tres naves.
Posteriormente, en 1783, se iniciaron los trabajos para la construcción de una nueva iglesia, la cual quedó terminada en 1802. Ahora bien, la torre de esta nueva iglesia quedó inconclusa, y en el año 1923 el sacerdote español Juan José Cánovas reinició los trabajos de terminación de la torre, la cual quedó concluida en 1925 y fue inaugurada y bendecida el 19 de marzo de 1927 por el arzobispo Guillermo Rojas y Arrieta.
Mínimo son 260 años del inicio de esta devoción.
El origen de la romería se entrelaza entre la historia y la leyenda, similar a lo que ha sucedido con muchas de las tradiciones religiosas de la América hispana.
Por una parte se afirma que la imagen fue encontrada a orillas del río de Jesús, situado a un kilómetro y medio del poblado, sin embargo, otros sostienen que la imagen fue traída por los españoles, como cumplimiento de una promesa de batalla.
Esta segunda versión se sostiene en el libro de monseñor Pedro Mega y testimonios recogidos por el padre Cánovas en 1912 donde se relata que: “Debido a las rencillas entre los jefes indígenas y los españoles, se registró una guerra entre ambos grupos. Los españoles prometieron que si ganaban la guerra, ellos donarían una imagen de Jesús Nazareno a los aborígenes. Y así sucedió, los españoles ganaron la guerra, trajeron la imagen, no se sabe de dónde, la obsequiaron a los nativos, quienes armaron un rancho de paja y empezó la devoción al Cristo milagroso, hasta nuestros días”.
El mayor crecimiento o auge de la romería ocurre con la llegada de Cánovas a Atalaya en 1912, puesto que él impulsó el amor y la devoción a Jesús Nazareno. https://www.nazarenodeatalaya.com/50/901-nuestro-santuario-de-la-fe
Pero Cánovas, como buen religioso, no era “perita en dulce” con las cosas de Dios y no dudó en suspender oficialmente en dos ocasiones la peregrinación, cuando en el pueblo intentaron celebrar bailes populares en plena Cuaresma; desde entonces se ha mantenido ese respeto y aún este año no hay ninguna celebración festiva popular ni matrimonios religiosos durante toda la Cuaresma.
Para esa ocasión, monseñor Cánovas envió emisarios a los caminos que llevan al poblado para avisar la suspensión de la romería.
El 28 de julio de 1963 el recordado arzobispo Francisco Beckman consagró como la primera Basílica Menor de Panamá, la parroquia San Miguel Arcángel, designada así por el papa Pablo VI (1897-1978).
Desde que me casé he rezado al Nazareno a los pies de la tumba de monseñor Cánovas, un hombre santo al que también en su época le levantaron infundios los borrachines del pueblo, como no es nada raro que le suceda a los hombre de Dios, y me consta porque los he escuchado varias veces aún en estos tiempos.
También del padre Schmiehuizen hablaban cosas malas, porque era, a ejemplo de Cánovas, defensor de los principios de la fe y desde sus sermones reprochaba las infidelidades, los chismes, los excesos en el alcohol y la violencia que se daba en la comunidad por la disputa de tierras.
Conservo memorias escritas por el sacerdote holandés sobre su servicio en Atalaya que reflejan la realidad de la época que le tocó vivir en este pueblo. Algunas son bien picantes, que espero tratar editorialmente algún día.
Cuenta el historiador Ernesto Castillero que Atalaya fue fundado por el dominico Pedro Gaspar Rodríguez de Valderas en 1621.
Atalaya dista 240 km al oeste de ciudad de Panamá y actualmente tiene la categoría de distrito de la provincia central de Veraguas, con más de 10.000 habitantes, según datos oficiales.
Recuerda en sus memorias Schmiehuizen que la orden de los Cruzados, a la que él pertenecía, acompañó a Cánovas desde la inauguración oficial del orfanato, el 17 de junio de 1961, al que transformaron en un colegio agrícola elemental y que ahora ofrece un bachillerato en ciencias agropecuarias en Atalaya.
Los Cruzados buscaban en esa época salir de República Dominicana, donde tenían un colegio en Dajabon, cerca de la frontera con Haití, por la persecución del dictador Rafael Leonidas Trujillo.
Cuando Schmiehuizen llegó a Panamá, el cura Cánovas llevaba 40 años como párroco de la Basílica Menor San Miguel Arcángel de Atalaya.
Lo acompañaría una década más y luego el cura holandés sería designado párroco.
Cánovas vivió 50 años en Atalaya como su cura párroco; en dos ocasiones intentaron expulsarlo del pueblo sus adversarios y en otras él se retiró a Montijo, una comunidad cercana, a lomo de caballo, cuando los atalayeros no le hacían caso, resume Schmiehuizen, quien también sufriría esas amargas experiencias durante sus 40 años al frente de la basílica y el colegio.
Pero allí está en pie su obra, el Instituto Agropecuario Jesús Nazareno de Atalaya, fundado en 1961 por Cánovas, llegado a Panamá accidentalmente en 1910, cuando contaba con 30 años, pues su destino original era Colombia.
Al país sudamericano no pudo viajar por una epidemia de fiebre amarilla, por lo que desembarcó en el puerto panameño de Colón (Caribe), me refirió en su momento el exrector y exalumno del centro educativo, Edison Vallejos.
El español murió en su natal Totana el 28 de noviembre de 1964, a los 84 años, siendo monseñor y camarero secreto del Papa, además de haber recibido en vida la Orden Vasco Núñez de Balboa, la máxima condecoración panameña, según el escrito El Nazareno de Atalaya, publicado en 1965 por el sacerdote Carlos Pérez Herrera.
Su última voluntad fue reposar en Atalaya, por eso su tumba está en la basílica a los pies del altar del Nazareno desde el 1 de febrero de 1981.
Cuando regresaba a Panamá, el pasado lunes 20 de febrero, en toda la ruta solo vi dos peregrinos ataviados con el hábito a la altura de la ciudad de Aguadulce, a casi 60 kilómetros de Atalaya, pero al momento de cerrar edición la cifra es otra, la cantidad de vendedores ambulantes también atestan las calles del pueblo y en las redes sociales del Nazareno de Atalaya abundan los mensajes de agradecimiento. No todo es malo.
El autor es periodista independiente, profesor de mercadeo de buscadores y contenidos.