Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 08/07/2024 00:00
- 05/07/2024 21:04
La tarde de este pasado cuatro de julio, en la intimidad, en el encuentro invisible de la vibración de los espíritus, en ese monólogo aterrador que ocurre los primeros minutos frente al ordenador, yo intentaba una comunión liberadora con el poeta Álvaro Menéndez Franco. Habíamos hablado por teléfono, me había confesado con él, y le conté, que, yendo tras sus pasos, anduve de ronda por las universidades Tecnológica y de Panamá, rastreando lo que nos faltaba para agregar a su Antología Selecta, un libro pensado, prometido y gestado desde hacía tres años, y que ahora encontraba felizmente la luz, gracias al compromiso desinteresado de la exministra Balbina Herrera, y el apoyo, siempre discreto para con el gran bardo santanero, del expresidente Laurentino Cortizo. Me dijo el poeta entonces: “Maestro, deme una buena noticia”. Y le contesté: “Mi poeta querido, la próxima semana, miércoles o jueves, su antología selecta, se va a impresión, y en mes y medio, más o menos, en la Academia Panameña de la Lengua, podríamos estar haciendo la presentación. “Esa obra es mi paraíso, gracias, tiene mi reconocimiento eterno”, me contestó, jadeante, con timbre de viaje final.
La doctora Margarita Vásquez, me ha confirmado que la Academia tiene toda la voluntad de programar esta presentación.
Empecé a pulsar pensamientos desordenados, pues debía escribir la introducción a la obra antológica, en medio de un placer triste. Si bien estaba contento por la proximidad del parto literario, no lograba espantar un aire de preocupación por el estado de salud del excelso patriota. Fue cuando apareció Pinocho, el personaje de marioneta, sometido en sus aventuras a superar las trampas de la conciencia. Esta obra universal fue el primer libro que acarició con inusitada emoción el niño Álvaro, un obsequio de su madre cuando él apenas tenía diez años. Y luego llegaron a sus manos Las Aventuras de Tom Sawyer, y los libros que se ganó con su primer relato, mientras estudiaba en Chitré en el primer ciclo, a los trece años de edad. Lo premiaron Con un tomo de ´Don Quijote´, de Miguel de Cervantes Saavedra y ´Rimas Selectas´ de Gustavo Adolfo Bécquer.
Hacia las 8 y 30 de la noche, mientras insistía en estructurar la introducción, Franklin Cerrud, de la Universidad de Panamá, - correspondiendo a mi solicitud hecha, horas antes a Rubilda Agrazal, directora de la biblioteca universitaria, seccional Santiago de Veraguas -, me hizo llegar por correo electrónico el texto escaneado de Cuentos y Anticuentos, obra publicada en 1973, que para fortuna está mejor conservada que la que disponíamos, ya que, nos asaltaban dudas de redacción en el arranque de un anticuento.
Sentí que, junto a Rosa Linda Ortega, correctora de estilo y compañera de recopilación, estábamos a dos pelos de que el poeta ingresara, al fin, al círculo de la inmortalidad y la gloria. Solo quedaba pendiente la ubicación de un texto, Holocausto de Fuego, del que nadie, hasta hoy, da razón.
En fin, ese día, pude expresarle al poeta Álvaro mi felicidad. El sueño del día lejano, concebido una tarde de sábado tomándonos un café en el porche descuidado de su vivienda en Ancón, estaba próximo.
Cuando su hijo Álvaro Krasni, me informó del insuceso, era un poco más de la media noche. El maestro de la narrativa oral de la Historia, se había ido para siempre a las 11 y 40 pm.
Antes, en otra circunstancia de su vida de luchador por la justicia social, Álvaro Menéndez Franco, imaginó y sintió los pasos de la muerte, y para burlarse de ella y de sus verdugos, escribió una imitación, una mueca fina, un bello texto literario que apareció en Portal (2006), y que llamó Némesis, dedicado a sus hermanos Cástor Florentino y Gonzalo Luis. Recrea instantes del infierno que era la prisión en la isla de Coiba, y que él padeció cuando estuvo preso injustamente. El cuento es que lo iban a fusilar, y en cierto modo, retrata su trasiego por este mundo de epopeyas y desprecios: (...) Comenzó́ a asomar, tímido, desvaído, pobre, el sol con sus manos largas, largas. Aparece la pareja de armados guardianes. Uno de a pie, con un M-2 y el otro de a caballo con una carabina terciada sobre la bestia. Se identifican. Sientes que el frio arrecia, ¿o es el miedo? –Siga con ellos. Ahora el de a caballo va delante de ti y atrás viene el del M-2. –Camine más rápido, señor. Caminas con más velocidad. Resbalas en el limo de la tierra. Grandes bulbos aparecen entre la empozada charca que atraviesas. Son enanos burlescos, verdes. No, son bulbos, simples bulbos silvestres. Altas hacia el sol pasan pesadas guacamayas empapadas como tu alma. –¡Más rápido, guerrillero de mierda! Avanzas con más velocidad. Jadeas. Deberé cesar de fumar. No tengo buena resistencia en el pecho. Las piernas se están agarrotando del esfuerzo. Atrás el chapoteo del hombre armado, delante los pasos del caballo. En el centro del grupo el rebelde “amateur”. Esto te pasa por perdedor. Por no saber lo que quieres, por escuchar a todos los teóricos y magos de la estrategia social. Debiste combatir hasta la muerte. No morir acá́ fusilado por la espalda. Porque a ti no te engañan. Han venido a buscarte para darte un largo paseo bajo la lluvia. Un paseo del cual no volverás. Empiezas a despedirte de tus seres queridos, mentalmente. Tu pobre esposa, toda la vida soportando esta vida de salto de mata, los allanamientos de la casa, los arrestos, la vigilancia, el cerco económico, los desprecios. Te despides de tus hijos. Quedaran huérfanos. Ojalá hayan aprovechado los estudios para que no soporten el peso de la situación, aunque sufrirán mucho, mucho. Te despides de los compañeros presos acá́. No sabes si ellos te han precedido en el viaje. Hace ya varias semanas que no sabes de ellos. También despides a los que transcurren en la oscuridad de la celda 13 A. De los que están en las galerías de la Modelo. De los que huyen por países del exterior, acosados por el imperialismo. De todos los que alguna vez militaron a tu lado por un mundo justo, sin lágrimas de hambre, sin niños reventados por bombas y tiros, sin poblaciones borradas del planeta por armas atómicas. ¿Recuerdas Hiroshima? Los enfermos, sí los enfermos hablaban a través de una cortina amarillo maracuyá. Veías sus siluetas y ellos veían la silueta tuya, pero les apenaba que pudieras observar sus sarnas atómicas, su lepra de estroncio, su cáncer de cobalto. Y tú́ te comprometiste en un discurso lento que tradujeron los intérpretes a narrarle al pueblo panameño aquel holocausto, aquellas agonías. Cumpliste porque al regreso montaste un acto en plena plaza de Santa Ana. ¿Que culpa tienes de que algunas mujeres no sean fieles? ¿Por qué vas a ser matado por la espalda en este día de lluvia verde sobre los campos de la isla y los comités de solidaridad no funcionan ya, que paso con el internacionalismo? ¿Dónde están esos consejos de la paz? Estás inerme ante los dos guardianes. ¿Correr? Más corren las balas. El caballo no ha venido de adorno. –¡Más rápido, hueveta! ¡Pensar que eres Premio Miró! Estás traducido a otros idiomas. Apareces en cuatro antologías. Has dado mil conferencias a los estudiantes de la patria. Has hablado en la Piscina Olímpica de Tokio ante 30 mil personas en representación de América Latina. Le diste la mano al Ché Guevara en Panamá́ y La Habana. Conversaste con el coronel Jacobo Árbenz y el general Cárdenas en México. Estuviste en el Palace Merdeka la noche que los gorilas se alzaron contra el coronel Sukamo. Te retrataste con el mariscal Iván Koniev, con quien te amarraste una pea en el patio del Kremlin. Te retrataste tomando te con el más grande poeta moderno de China: Kue Mo Jo y con Chou En Lai. Viste a Lenin, y a Stalin, antes de que lo retiraran, en la tumba de la Plaza Roja. En Tokyo anduviste con el primo revolucionario del emperador. Pero aparte de eso, antes que las grandes personalidades que te han hecho el honor de saludarte o escucharte, has estado con el barbero de calle C, con el zapatero de El Chorrillo, con el pescador de El Marañón, con el campesino de Rio Naranjos, alentándolos, invitándolos a la revuelta de la libertad, a la construcción de un mundo nuevo. Eres un militante. Y ahora un oscuro guardián, prepotente, te reduce a un simple adjetivo: “hueveta”. ¡Qué ironía! Sigues caminando con empeño, los músculos se han soltado, el sudor se sobrepone a la lluvia que te empapa. Recuerdas ahora a tu abuelita, cuando te tomaba la mano y te iba enseñando «por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos libranos señor”. ¿Cómo estará? En cualquier momento se producirá́ el fusilamiento. Premonición de poeta. (...) El río San Juan está crecido. Grandes bolas de agua chocolate y acero se encrespan en su ancho lomo de aguas. Los dos guardianes me ordenan arremangarme el pantalón y colgar los zapatos del cuello, unidos por los cordones. Piensas que ha llegado tu hora. El río arrasará contigo después de los balazos. –¡Ahhhhhh! ¡Carajooooooooooo! El río acaba de arrastrar al jinete uniformado y su caballo. El otro guardián se queda petrificado bajo la lluvia. Le miro a la cara. Es casi un niño y en este momento le descubro un miedo mayor que el que me atenaza. Corro por la orilla tratando de darle alcance al hombre. Lo veo salir a nado más adelante. El caballo es solo un punto giratorio, en la extensión bramadora de las aguas. ¡Nunca pensé́ que río San Juan pudiera bramar de esta forma! Corro al lado del guardián a auxiliarlo. En mí funciona la solidaridad humana por encima de la lucha de clases. No tengo tiempo de pensar en mi fusilamiento. El hombre está hecho un guiñapo. Sentado en la orilla, ha dejado toda su arrogancia. Me le acerco. Parece un animal mojado, aterido por el frio, inerme. En efecto, las aguas se llevaron su arma con todo y el caballo y la montura. Ahora lo veo: es sólo un poco más viejo que el niño uniformado que dejé atrás. Le tiendo la mano y él se levanta descalzo. También perdió́ las botas en la marea del río San Juan. Ambos no saben mirarme a la cara. Me he convertido en el jefe del grupo. De posible fusilado me he transmutado en compañero, en conductor, en líder. Y les digo que ya no queda otro remedio que volverse atrás. Hay que esperar que el río San Juan pueda dejarnos pasar. Que mi fusilamiento puede esperar y ellos entonces agachan las cabezas, apenados. Al llegar al campamento más parecían dos reclusos custodiados por el Vietcong que dos guardianes. Fue así́ como el río San Juan pospuso mi fusilamiento. (Pedregal, 1969).
En la mañana de ayer 5 de julio, el periodista Rubén Murgas posteó: “el Cerro Tute está de luto. Murió el poeta Álvaro Menéndez Franco”. Es cierto.
El poeta participó en aquella revuelta histórica, aunque lo hizo engastado en unas zapatillas florsheim, que le brotaron llagas en los pies.
Finalmente, para empezar esta despedida, que en mi sentir es en realidad el saludo a su regreso inmortal, digamos con su pluma: ¡Nada de riqueza material / bienes perecibles, minerales, muebles/ (...) Heredarán mis versos/ cuajados de diamantes de agua/ de cumbres tormentosas con desteñidas esquelas amorosas y proclamas justicieras/donde la fosca grita de los desheredados/ hace mugir el toro de antiguas caracolas. / Heredarán mis versos/ con una constelación de lunas y soles y estrellas/ de vidrio y ceniza...