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- 18/04/2021 00:00
- 18/04/2021 00:00
Sabemos que llegamos a nuestro límite, cuando sentimos este grito interior silencioso pidiendo ayuda, diciéndonos que hemos tenido suficiente sufrimiento o incomodidad. Solo entonces, la posibilidad de cualquier cambio se pone sobre la mesa en nuestro diálogo interior. No obstante, el deseo de cambiar y alcanzar el cambio verdadero son dos cosas muy distintas. Lo primero lo propicia la conciencia, cuando prestamos atención a ciertos aspectos de nosotros mismos o de nuestra vida como consecuencia de un conflicto o una insatisfacción. Como resultado, llegamos a una conclusión que hemos tratado de evitar por un tiempo, usualmente con un sinfín de excusas a veces irracionales, de que es hora de generar cambios.
Para que un cambio significativo y duradero se dé lugar, los resultados deben ser un subproducto de una transformación profunda que ocurre dentro de nosotros a un nivel muy celular, es decir biológicamente.
Muy a menudo tomamos la decisión de iniciar un nuevo hábito o mejorar algunos aspectos de nuestra persona o vida, solo para rendirnos poco tiempo después. El neurocientífico Joe Dispenza dice que a los 35 años de edad, la mayoría de nuestras respuestas son reacciones emocionales memorizadas que hemos acumulado a lo largo de nuestra vida. Lo mismo sucede con nuestras decisiones. A diario tomamos miles de decisiones pequeñas que juntas tienen un efecto compuesto, y terminan dictando la calidad de nuestras vidas. Solemos repetir reacciones, decisiones, y patrones de una manera inconsciente, simplemente porque así siempre lo hemos hecho, aunque ya no nos sirven de nada ni contribuyen a nuestro crecimiento. Es nuestro modus operandi en piloto automático.
Tomar conciencia es definitivamente un paso elemental en el proceso de generar cambios, pero es simplemente la punta de iceberg. Debajo subyacen otros procesos igual de importantes, y últimamente definen nuestro éxito en lograr este cambio que tanto deseamos. Cualquier aprendizaje nuevo que vayamos a tener está mediatizado por nuestra estructura neuronal. Cada nuevo aprendizaje crea un camino diferente en nuestro cerebro. Entonces, cada vez que practicamos este aprendizaje, fortalecemos ese camino que finalmente conduce a una nueva estructura neuronal.
Para explicar esto de una manera más sencilla, en un papel marca 10 puntos separados, de manera aleatoria. Ahora conecte estos puntos y considere que ese es el camino neuronal para aprender a conducir un carro. Repase el camino de nuevo 10 veces, ¿ve alguna diferencia? El camino ahora está más marcado y consolidado, es decir las neuronas están bien conectadas y han formado una estructura neuronal nueva en nuestro cerebro que viene siendo, en este caso, la habilidad de conducir. Este proceso toma tiempo y esfuerzo, tomando en consideración que el aprendizaje no es lineal y que algunos días estaremos extremadamente motivados y otros sin ganas de seguir adelante.
Ahí es donde es útil un proceso del coaching. Un buen coach es aquel que puede proporcionar al cliente un espacio casi sagrado, construido sobre la confianza mutua y la conexión, donde el coachee se siente seguro y cómodo para expresarse libremente. En consecuencia, y en algún lugar dentro de ese espacio privado el cliente, de haber traído algún grado de inconformidad, puede explorarla consigo mismo algo que alimenta su deseo de generar cambios. De ahí en adelante, el coach acompañará a su coachee y le brindará el espacio seguro para realizar estos cambios y mantener el foco en su objetivo final. Este proceso de acompañamiento no es aleatorio e indeliberado, de hecho, está estratégicamente estructurado y definido dentro de un plazo de tiempo. En cuanto el coach percibe algún estancamiento en el proceso, es preciso reajustar la estrategia, una personalizada que se adapte a la necesidad y personalidad del cliente.
Nuestra mente es sumamente poderosa, pero tenemos que tomar el tiempo y el esfuerzo en entrenarla. Para generar los cambios que tanto deseamos, tenemos que estar dispuestos a desafiar nuestra personalidad y a salirnos de nuestra zona de confort. Sobre todo, tenemos que creer en nuestro potencial y en nuestra capacidad para lograr las metas que nos hemos propuesto. Reconociendo que nuestra mente puede ser nuestro mejor aliado, o el factor principal que impide que avancemos en la vida. Por encima de todo, debemos saber con certeza que solo nosotros tenemos el poder de encaminar y liderar nuestras vidas hacia el rumbo deseado.
La autora es coach de vida y miembro del ICF Panamá