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- 06/10/2019 00:00
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Vincent Rosenblatt lleva casi 20 años retratando escenas cariocas. En 2002 abrió el taller fotográfico 'Olhares do Morro' en las alturas de la favelas de Santa Marta, para ofrecer un espacio de expresión e investigación a sus habitantes. Su exhibición en Panamá se completa con un taller que ofreció a un grupo de fotógrafos del barrio de Santa Ana, donde se encuentra el Centro Cultural Internacional, parte del programa de Fotoseptiembre 2019.
Rosenblatt debió establecer una relación de confianza con los moradores de las favelas. Era la única manera de poder entrar a los bailes funk, regularmente reprimidos por la policía.
Desde que estas actividades empezaron a desarrollarse, en la década de 1990, la música funk y sus actividades fueron relacionadas con los ladrones de las playas y la gente de las favelas, por lo que fue demonizada y prohibida.
Por ello, las imágenes de Rosenblatt son tal vez el único registro que hay de estas fiestas que inicialmente eran solo compartidas a través de las redes sociales.
La primera serie fotográfica de los bailes funk datan de 2005. A Panamá el fotógrafo ha traído unas 15 imágenes de una serie de aproximandamente 200 fotografías.
“Es un trabajo sinfín que se confunde con mi vida en Río de Janeiro, es mi inspiración permanente”, dijo a los asistentes de una visita guiada el pasado jueves.
Para el fotógrafo este trabajo es una muestra de la expresión de la juventud carioca, a pesar de la prohibición por parte de la ley y que de alguna manera despierta la creatividad de la juventud para inventar nuevas maneras de hacer la fiesta.
Anteriormente en las favelas y la periferia de Río se llevaban a cabo unos 100 bailes a la semana. La represión policial ha mermado la cifra. Actualmente se llevan a cabo unos 16 por semana. Ele quipo de sonido, regularmente una muralla de enormes bocinas que le dan la razón de ser a la celebración y que dispara al más alto volumen esta música singular, con letras agresivas o consideradas por muchos como vulgares, son el blanco más preciado de las fuerzas policiales.
Las imágenes, muchas de ellas de una sub serie denominada Funk Body muestra cómo el fotógrafo q uedó maravillado en la forma en que los asistentes a estas fiestas usan sus cuerpos como medio de expresión: tatuajes y cuerpos marcados por el ejercicio en los hombres; cuerpos voluptuosos en las mujeres, sensualidad a flor de piel, ropas minúsculas.
Aunque es cierto que proliferan las armas y no es difícil toparse con droga en este ambiente, a Rosenblatt son elementos que no interesan. Además, por seguridad, en las imágenes no aparecen lugares identificables, y si bien algunas imágenes son espontáneas, el fotógrafo muestra la imagen a los fotografiados y si estos no están de acuerdo, la elimina.
Mientras las clases acomodadas viven los días de carnaval con los desfiles de las escuelas en el Sambódromo, en la periferia se celebra un carnaval secreto. Unas 30,000 personas, agrupadas en mil colectivos cuentan historias a través de una celebración diferente en la que el funk, es la música de fondo y unos coloridos disfraces sientan la tónica.
“Hace unos 12 años uno de los grandes dj del funk me llamó, me preguntó que si confiaba en él y que si era así, había algo que quería mostrarme. De esta manera conocí el carnaval de los bate -bola (bateadores)”, comentó.
Para Rosenblatt es un acto heroico el que estas familias que viven en ambientes muy pobres hacen por el solo dese ode crear, ya que elaboran, una serie de disfraces que tienen un costo de entre uno y cuatro salarios mínimos.
“Esta gente del común que tiene todo tipo de vocaciones posibles se programan 6 meses antes, para poder realizar estos disfraces extremamente lujosos para que estén en el momento justo para poder usarlos 3 días de carnaval.”, detalla el fotógrafo.
Algunos grupos utilizan unas bolas que cuelgan de unas cadenas y que azotadas contra el suelo hacen un sonido similar al de un disparo.
Algunos grupos han renunciado a estas prácticas agresivas y han cambiado las bolas bolas por peluches o por sombrillas, que muestran su voluntad de paz.
“Cuando una persona se disfraza se convierte en otra persona, y los temas son muy variables, desde historias de Hollywood, personajes de mangas o la historia de Brasil, en una forma muy profana que contrasta con las creencias religiosas arraigadas de los propios participantes”, cuenta.
A unos 3,500 km al norte del Río de Janeiro, también llega el funk, aunque en esas latitudes no sufre de persecuciones. Por ello, la actividad de los bailes en Belem do Pará ha llegado a convertirse en una actividad competitiva, creativa y lucrativa.
“Hace unos 10 años comencé a documentar esta increíble escena de Belém do Pará. La gente que vive en las grande ciudades no tiene idea de esta escena, única en el mundo, es una vanguardia amazónica”, asegura.
Después de muchos años de trabajo, las familias de los dj, tomaron la costumbre de llevar lo que ellos llaman sus “aparejos”, a las periferias y a los pequeños pueblos a lo largo del río, llevando la fiesta de discoteca a lugares donde no existía.
Y claro, se ha generado una interesante competencia donde los equipos de sonido y tornamesas de los dj, se han convertido en grandes estructuras inspiradas en los transformers, o con formas de animales.
“Las máquinas han evolucionado mucho y el público se ha convertido en un gran conocedor de estos aparatos”, cuenta el fotógrafo. A diferencia del funk carioca, l este es también un espacio de la juventud negra de la periferia, con la diferencia de que con ellos no ha habido represión y esos aparatos han podido crecer y las familias capitalizar a través de la música.
Finalizado el recorrido, los asistentes pudieron conversar con Rosenblatt y satisfacer su curiosidad sobre estas fiestas, grandes desconocidas y de las cuales el fotógrafo francés ha podido desarrollar una amplia documentación.