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- 28/07/2019 02:00
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Todo usuario de redes sociales sabe que estas pueden ser extenuantes. Nos inquietan, afectan nuestro ánimo y nos producen estrés gratuito, pero raras veces oímos de alguien que renuncie a ellas del todo. Cualquiera diría que somos adictos, y aunque en muchos casos es cierto, puede que el no dejarlas tenga más que ver con que se han vuelto extensiones de la realidad a las que difícilmente podemos ignorar.
Si bien los espacios virtuales no dan cuenta de toda la realidad, la tecnología no es neutral, y los hipermedios —en este caso, las redes— son uno de los más potentes mecanismos globalizadores, justamente porque permiten la (re)producción hiperacelerada de sentido y de idearios desde un rincón del mundo al otro, a su vez reconfigurando y complejizando todavía más los procesos sociales.
Todos hemos notado cómo se ‘uniforma' nuestro timeline con una nueva polémica cada día, casi como si nos programaran para que hablemos todos de lo mismo. Tal vez menos evidente es la alucinante velocidad con que asimilamos y descartamos nuevas expresiones y códigos de comunicación; cómo comienzan a aparecer pequeños atisbos de algunas subculturas que antes no tenían presencia en Panamá, como los terraplanistas, quienes creen que la tierra es plana, o los llamados ‘anti-vaxxers', quienes se oponen a las vacunas. O bien, cómo los debates y discursos de los que antes solo éramos espectadores por medio de internet, comienzan a replicarse en Panamá.
Si bien la globalización es culturalmente homogenizadora, los fenómenos adquieren las particularidades del entorno en que se desarrollan. En el caso de Panamá, el enclave colonial de los Estados Unidos produjo un contexto sociohistórico que aún hoy moldea nuestra subjetividad colectiva, y si bien ya no existe una ocupación territorial, la hegemonía del gigante se mantiene a partir de un pronunciado soft power que opera desde la producción y el consumo cultural. Dadas estas condiciones, en el Istmo se suelen asimilar las ideas y costumbres provenientes de Estados Unidos de forma quizás más directa —o con menor resistencia cultural— que en buena parte de los países latinoamericanos.
Casi sin darnos cuenta, y como parte de los procesos globalizadores, las capas medias panameñas han asumido consignas, disputas, discursos y preocupaciones muy similares a las que tienen lugar en Estados Unidos y en el resto de Occidente, ello en un periodo muy corto de entre 5 y 7 años. Una manifestación clara de lo anterior son las intensas discusiones diarias sobre racismo, género, identidad, legalización de la marihuana, matrimonio igualitario, aborto, baños unisex, tenencia de armas y, en las últimas semanas, la inmigración (aunque esta última responde a un fenómeno global muy concreto). Como parte del mismo fenómeno, ciertos sectores de la población panameña comienzan a asumir un ideario (neo)fascista, replicando a la extrema derecha que ha despertado rabiosamente en todo Occidente y Latinoamérica, en gran medida, como respuesta a los nuevos movimientos sociales y al progresismo posmoderno.
En Panamá, esto último se manifiesta de distintas formas. Para muestra, el discurso moralista y frontalmente homofóbico de los ex aspirantes a la presidencia, Marco Ameglio o Francisco ‘Paco' Carreira, o los intentos de organización política de algunos sectores religiosos antiderechos. En los últimos años se han reportado delitos de odio en contra de personas homosexuales, a la vez que parecen ganar legitimidad las ideas autoritarias y apologistas de la violencia como correctivo social, junto al fetiche de las armas de fuego. Son posturas que con frecuencia conviven con el temor por el llamado ‘marxismo cultural', o con la creencia ridículamente equivocada de que ‘los nazis eran de izquierda', falsedades que hasta hace poco solo figuraban en la propaganda ultraderechista estadounidense, pero que hoy encontramos fácilmente en cualquier debate ideológico en las redes panameñas.
Nuevamente, sería simplista afirmar que las redes reflejan toda la realidad, o que por sí solas producen estas posturas. Muchas de ellas yacían latentes en espera de ser legitimadas, lo que ha ocurrido con nuevos referentes como Trump o Bolsonaro. En Panamá, es una diputada antiinmigrantes quien canaliza el descontento por el deterioro en las condiciones de vida de la población, pero su discurso incendiario no debe ser subestimado como simple ‘locura'.
Estamos ante hechos sociales altamente complejos que responden a una diversidad de factores, todos ellos subproductos del actual sistema-mundo. Lo cierto es que las redes están jugando un papel determinante en la lucha de las ideas, y cómo se desarrolle esta batalla cultural (dentro y fuera del ciberespacio) dependerá en gran medida de que entendamos las relaciones que dan lugar a los sucesos, que nunca son individuales o aislados.
COLUMNISTA