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- 12/11/2023 00:00
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Se nos fue Enrique Dussel (1934-2023). Falleció el domingo 5 de noviembre pasado y, aunque lo sabíamos en sus ochenta, igual se resiente. Se resiente porque Dussel era una luz entre tanta barbarie y desesperanza, uno de los fundadores de la Filosofía de la Liberación, es decir, de aquella corriente que se propuso pensar desde la periferia; desde la vida de los oprimidos e ignorados por siglos de historia y filosofía eurocéntrica.
A propósito de su muerte, me ha parecido pertinente reseñar acá uno de sus libros, 14 Tesis de Ética, un texto inspirador que muy al principio dice: “La ética es, en primer lugar, una práctica”. Una práctica del cómo hacemos las cosas, porque todo campo práctico tiene su normatividad.
Esta primera afirmación podría parecer obvia, pero vale la pena detenerse en ella: si como individuos o comunidad o país hacemos las cosas de tal o cual forma, es porque asumimos/incorporamos en nuestra vida diaria una ética que —y aquí viene lo más interesante— responde a una moral determinada. Dussel, entonces, hace una distinción entre ética y moral: “Por moral entenderemos el sistema categorial teórico vigente (...). La moral no pone en cuestión el sistema en vigor dentro del cual se vive”, pero lo ético implica, en sí mismo, el cuestionamiento de lo dado.
Dicho en sentido práctico: si hoy Panamá experimenta protestas sociales en contra del extractivismo —entendido como la explotación a gran escala de los recursos de la naturaleza para su comercialización en los mercados globales —, es porque la población está cuestionando la moral vigente que entiende como bueno la explotación ad infinitum de la naturaleza. En términos dusselianos, se está ejerciendo un análisis ético crítico de la realidad (si bien para Dussel decir “ética crítica” es redundante, porque lo ético subsume lo crítico, para diferenciarlo de lo moral).
Pero el cuestionamiento de la moral vigente implica, también, un proceso de desmantelamiento de lo que Dussel llama fetichismo o falsa conciencia: entender como “real, natural, a la realidad objetiva”, sin considerar que esa realidad que creemos objetiva es siempre interpretada desde un marco determinado, en este caso, la visión eurocéntrica occidental. ¿Cuál es el problema con esta visión? Pues que ha creado una moral dominante que exalta el mercado hasta lo divino, entiende el desarrollo como explotación y niega a un grupo vasto de individuos —indígenas, negros, pobres, mujeres—. Los oprimidos, en general. Los habitantes del llamado Sur Global.
El también filósofo Juan José Bautista (1958-2021) planteó que el problema con seguir tratando de entender-nos con los marcos establecidos desde la historia y la filosofía europea y occidental, es que desde allí no es posible comprender los problemas del subdesarrollo, la dependencia, el colonialismo y la negación del ser latinoamericano. Y es por esto que la filosofía de la liberación, y la ética de la liberación, son tan fundamentales: “La ética de la liberación parte desde una historia anterior a la modernidad, negada durante estos 500 años, y tiende hacia un proyecto no-moderno ni occidental”, es decir, un proyecto en el que caben todos a los que se les ha negado el ser.
En su Tesis 13, Dussel plantea que el imperativo kantiano no es suficiente. Kant dijo —y esta es una proposición ética, por supuesto—, que había que actuar “de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda valer como ley universal”. El problema con esta proposición normativa es que parte del supuesto de que es buena para todos (principio de universalidad) sin tomar en cuenta la “pluriversalidad intercultural”. En este sentido, así como propone dudar ¡hasta del imperativo kantiano!, Dussel señala la necesidad de cuestionar las instituciones injustas y la propia ley, porque “no es lo mismo bueno que válido”, y porque “hacer lo habitual es la más peligrosas de las prisiones, porque sus autores, carentes de conciencia crítica, hacen lo que todos hacen porque siempre lo han hecho”.
El pensar sobre lo dado, sobre lo habitual, en el Otro, puede llevar a preguntas incómodas. ¿Pensamos en la infelicidad que pueden estar produciendo las instituciones injustas sobre los más vulnerables? ¿Dudamos alguna vez de la prudencia de nuestras palabras cuando nuestro interlocutor es alguien que tiene una filosofía distinta a la mía? ¿Somos capaces de imaginar una forma diferente de hacer las cosas, es decir, de adoptar una moral distinta?
La historia humana, dijo Dussel, está llena de ires y venires. Es decir, de cambios. De derrumbes de las ideas vigentes; de un desnudar de “fetichismos y sacralizaciones que justifican la opresión de las víctimas” y que constituyen una posición ética y crítica de la realidad.
Se trata, en últimas, de lo siguiente: “El que actúa éticamente debe producir, reproducir y aumentar responsablemente la vida concreta de cada singular humano, de cada comunidad a la que pertenezca, que inevitablemente es una vida cultural e histórica, desde una com-prensión de la felicidad que comparte pulsional y solidariamente, teniendo como referencia última a toda la humanidad, y a toda la vida en el Planeta”.