Estulticia autodestructiva

Actualizado
  • 06/06/2010 02:00
Creado
  • 06/06/2010 02:00
Ya casi no queda mar. Esta ciudad que desde su primera fundación se tendió gozosa al lado del Mar del Sur, ya casi no muestra el mar. El...

Ya casi no queda mar. Esta ciudad que desde su primera fundación se tendió gozosa al lado del Mar del Sur, ya casi no muestra el mar. El mar, ese mar espléndido en su inmensidad, que antes se veía desde casi cualquier lugar ( hay fotografías que lo demuestran, por lo menos nos queda eso) hoy está escondido detrás de monstruosos dedos de gigante. Esta ciudad, que durante años creció extensa a lo ancho pero no a lo alto, se ha convertido en otra selva, en una jungla donde los árboles están siendo sustituidos por extraños adminículos de hormigón y cristal, modernas colmenas donde los hombres quedan colgados de las alturas, asfixiados por otros mastodontes que crecen en cada esquina, en espacios inimaginables, en lugares extraños a escasos palmos de las ventanas del monstruo hermano. Mamotretos feos donde los haya, hormigueros inmisericordes donde se hacinan las hordas de ingenuos que creen que la belleza se mide por el color del cristal con el que se cubre su edificio.

Vemos edificios venerables caer bajo el mazo en aras del cacareado progreso, casa hermosas se derrumban, barrios enteros se han perdido, y entre adefesio y adefesio, a veces encuentras el tesoro de una casita que aún conserva el encanto, de verja, jardín y veranera, pero cuando apenas llega la sonrisa a tus labios te encuentras con el terrible cartel de ‘se vende’ colgado. Otro bocado más en las fauces del progreso, deben estar felices los snobs que aman caminar entre moles de cristal y acero, teniendo que doblar la cabeza en pose de niña de ‘El exorcista’ para poder mirar hacia el cielo. Así nos va, con el desarrollo grúa en popa a toda vela, sin planificación, ni inteligente ni de la otra, con alcantarillas que no serían suficientes ni en El Cairo; con edificios que se toman las aceras, que creen cubrir las necesidades de áreas verdes poniendo tres palmeras raquíticas al lado de la piscina panorámica con maravillosa vista hacia el área social del otro edificio. Avisperos llenos de gente que paga millonadas por apartamentos diminutos, con áreas sociales para quinientas personas que nunca usan, con piscinas a las que nunca bajan, con gimnasios que nunca estrenan, con plazas de garaje a las que no pueden llegar porque las rampas son tan estrechas que los carros no pueden doblar en las curvas.

Vivimos, y sufrimos, un desarrollo enloquecido que está terminando con lo auténtico, edificios históricos que se desvirtúan para poner un piso más, edificios nobles que se dejan derrumbar por codicia, ignorancia o estupidez (y a veces por todas las anteriores). Pero llega un día en el que la ciudad se inunda, y nadie sabe como ha sido, caen cuatro gotas, (u ocho, que vivimos en un país tropical y aquí la naturaleza no escatima agua) y todo colapsa. El agua no sabe para donde coger y recupera sus caminos ancestrales, quebradas secas que fueron cubiertas de hormigón, el agua recorre el camino que hizo siglos atrás y no le importa si ese camino es un lobby de lujo. El mar, que es rencoroso y antes o después recuperará lo que es suyo, de vez en cuando da pequeños mordiscos, llevándose áreas sociales con piscinas en las que ahora se bañan peces en el fondo de la bahía y amarraderos de yates de lujo que ahora amarran corales y cangrejos entre la caca que le desovamos al mar.

Un país tan arrogante que no conoce su propia naturaleza acuática, que no sabe de la fuerza del agua, de las tormentas y de los aguajes, un país tan soberbio que desperdicia su historia por unos metros cuadrados más de construcción, un país tan descerebrado que no sabe apreciar la belleza que tiene y trata de substituirla por acero y cristal, se merece el bofetón que llegará antes o después. Luego, cuando lo hayamos perdido todo, llorémosle a Papá Estado, y reclamemos a todos, arquitectos, ingenieros municipales y a todos los abajo firmantes en los planos y los permisos de construcción. A ver si ellos no se han ahogado y os responden.

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