La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 28/08/2017 02:00
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Si el título de esta columna suena un tanto dramático, quizás sea porque en lo cotidiano estamos acostumbrados a que la palabra «cultura» se utilice para hablar de bellas artes o literatura. O tal vez porque, al menos fuera de las humanidades y las ciencias sociales, «ideología» y «poder» son palabras que suelen aparecer en conversaciones sobre temas políticos. Sin embargo, si pensamos en el papel crucial que tuvo el cine como propaganda en la Alemania nazi; o cómo la música pop desde Michael Jackson hasta Scorpions ayudó a consolidar los ideales libertarios del American dream en la Guerra Fría, sería más fácil hilar una relación natural entre elementos aparentemente inconexos como lo son la cultura, la ideología y el poder. Más aun, veríamos que son una tríada indisoluble.
La cultura, además de la creación artística, también involucra las costumbres, los modos de vida, las maneras en que damos sentido a nuestra experiencia del mundo, y los mecanismos que intervienen en la producción y reproducción de las ideas. En este sentido, para entender la cultura es imprescindible entender también la ideología, que para efectos de este texto la definiremos como el sistema de ideas y creencias que guían las acciones y comportamientos de un individuo o grupo de individuos. La ideología interviene en la construcción simbólica de la realidad, de modo que ninguna práctica o expresión es inocente, neutral o imparcial, sino significante. Una religión, o la ausencia de ella, es una expresión ideológica, del mismo modo que lo es la posición que tengamos con respecto al libre mercado, el aborto o la educación. Inclusive no tener una opinión acerca de un tema, es también una expresión ideológica.
La ideología se manifiesta de manera individual, pero es compartida por grandes números de personas, de manera que legitima un estado de cosas determinado y es inseparable del poder. Así, un anuncio acompañado del texto «tú decides», refuerza la creencia individualista de que nuestras decisiones determinan nuestro destino al margen de la estructura social y económica, del mismo modo que un anuncio de limpieza protagonizado por una ama de casa, refuerza la ideología patriarcal de que el rol primordial de las mujeres está en el cuidado del hogar. Por supuesto que un solo anuncio no tendría el poder suficiente para producir todo un sistema de creencias en cada persona que lo mire, pero si se repite la misma idea en un video musical, o en un cómic, un meme, una película o una serie, las ideas hegemónicas se refuerzan a cuentagotas. Justamente, el poder de la ideología se encuentra en su condición de opacidad: en que sea imperceptible por la gran mayoría de las personas, y en que no se comprenda cómo opera en el orden social a favor o en contra de unos intereses o de otros.
Para un caso concreto de cómo la cultura y la ideología operan a partir de símbolos, pensemos en el Canal, el emblema con el que se ha tejido nuestro ser nacional. El siglo de luchas por su recuperación encontró un vehículo muy poderoso en las expresiones culturales que atizaron el fuego identitario: la literatura, la música, el folclor y las artes visuales estuvieron marcadas sostenidamente por la imagen de esta megaobra. Ideológicamente, ha sido el dispositivo más potente para construir representaciones e idearios sociales en Panamá, desde el «pro mundi beneficio» al «puente del mundo, corazón del universo», que en el imaginario colectivo legitiman el destino transitista que se ha dado al país y lo ha puesto al servicio de los intereses hegemónicos.
En términos marxistas, el modo en que una sociedad organiza los medios de producción económica, determina el tipo de cultura que dicha sociedad produce. En un país como el nuestro, cuyo desarrollo de las fuerzas productivas se vuelca principalmente hacia el sector de los servicios, ¿qué tipo de cultura e ideología producimos, y a quiénes favorece?
COLUMNISTA