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- 29/05/2022 00:00
Cosas inútiles
Fíjense qué cosas más raras me pasan a mí, me afecta más una noticia como esta que muchas otras que van y vienen durante semanas en los bocas de unos y otros. Quizás es que a mí me afectan las cosas que a nadie le importan.
Hace unas semanas Ileana Gólcher levantó la liebre, había ido a la biblioteca del Instituto Nacional y había descubierto el expolio. Denunció la desaparición de más de nueve mil volúmenes de los anaqueles del Nido de Águilas, (las primeras cuentas reflejan un total de, por lo menos, 9,412, cifra que ha sido confirmada por la señora rectora de esa casa de estudios), e interpuso un recurso de habeas data ante la Corte Suprema de Justicia. En el momento de escribir estas líneas ni el recurso ante la Corte ni las cartas remitidas al Ministerio de Educación han tenido respuesta.
Pero seamos serios, señores, ¿qué respuesta pretendemos que nos den? Si todos sabemos lo que ha pasado con esa colección. Sí, señores, lo sabemos, dejen de mentirse a ustedes mismos, reconozcamos que sabemos en qué país vivimos y la clase de zopencos, zoquetes, zotes y zamacucos que tienen entre sus manos la historia, la educación y el patrimonio histórico y cultural de nuestros hijos.
La jarca de mentecatos que eran responsables de mantener, cuidar y proteger ese tesoro bibliográfico se pasaron por el arco del triunfo su mandato y decidieron, (uno, otro, aquel de allá o la de más acá, no me importa deslindar responsabilidades en este caso, entre todos destruyeron la biblioteca y ella sola desapareció), que limpiar libros y custodiarlos era demasiado trabajo, si total, nadie va ya a consultarlos. Así que, bota esa vaina, Perico, a nadie le va a importar. Y efectivamente, a nadie, o a casi nadie, profesora Gólcher, le importa. Es triste, pero esa es la realidad.
Cuando la gente descubre que yo recojo, guardo y conservo varios miles de libros en mi casa lo primero que preguntan es “¿Pero para qué guardas eso con la cantidad de polvo que acumulan los libros?”. Pues imagínense la cantidad de polvo que debían haber acumulado los volúmenes de la biblioteca del Instituto desde su inauguración en el año 1909, lógicamente, la sarta de alcornoques responsables de conservar esa biblioteca, que le temen a la rinitis y a las alergias como el papel al fuego eligieron librarse de la causa de sus males. Arroja los libros al fuego, llévalos a Cerro Patacón o llama a los recicladores de papel de la avenida Nacional, que a lo mejor ellos nos dan por lo menos un par de dólares para la soda.
Son todos, los que mataron a la vaca y los que por acción u omisión le tiraron de la pata, una recua de bodoques, ceporros y mendrugos. Son una rehala de analfabetos funcionales, criminales de la peor calaña quienes, con sus acciones castigan a cientos, a miles de panameños a la inopia. El que se hayan 'perdido' casi diez mil libros de la biblioteca del Instituto Nacional es un crimen tremendo que con toda seguridad va a quedar, como tantos ataques al patrimonio panameño, impune.
Impune porque a nadie le importa ni le indigna, porque a nadie se le ocurre levantarse de patas ante este libricidio. Porque solo son libros, porque eso son cosas viejas que a nadie le importan. Malditos sean, malditos sean todos, ojalá todos ardan en el último círculo del Infierno en hogueras atizadas por libros, que los demonios libro a libro lanzarán a las llamas entre las que arderán como leña verde asfixiando con humo de letras olvidadas a esos malditos canallas.