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'Auschwitz es mi querida madre y es la muerte, pero también la esperanza'
- 27/01/2021 00:00
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En abril de 1942, durante la celebración de la segunda noche de Pascua, los nazis entraron a su pueblo (Lipiani, Eslovaquia) convocando a todos los judíos a que se presentaran únicamente con una maleta chica en una plaza donde los organizaron para esperar los trenes que los llevarían hacia lo que sería su peor pesadilla. Blanca Fuchs y toda su familia, amigos y conocidos, sin saber a dónde los llevaban, metidos en vagones de tren hacinados, hicieron un largo viaje hacia Auschwitz, campos de concentración y exterminio de la Alemania nazi en los territorios polacos ocupados durante la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, su hija comparte su historia y legado.
“El Holocausto es parte de mi vida. Nací y crecí en un hogar de sobrevivientes, en una comunidad de inmigrantes que llegaron despojados de sus vidas, de sus familias y de todo aquello que conocían; es decir, el Holocausto siempre ha sido parte de lo que soy, parte de mi formación y mi forma de vivir”, dice Janett Nelkenbaum.
Hija de Eliezer Klein y Blanca Fuchs, ambos testigos y víctimas de aquel pasaje negro en la historia de la humanidad: el Holocausto; Nelkenbaum, lejos de guardar resentimiento, pues este “puede impedir actuar con amor y tolerancia”, no pone punto final a los relatos y la transmisión del mensaje que desde su perspectiva dejó la matanza sistemática de millones de judíos. Es educadora de Holocausto.
“Por supuesto que siento gran tristeza, nostalgia y pérdida, pero resentimiento no”, afirma Nelkenbaum, quien a través de los ojos de sus padres, experiencias y cotidianidad familiar pudo conocer Auschwitz.
“Auschwitz es una palabra que siempre me provocó susto, dolor, identidad, solidaridad y nostalgia. Es una palabra que me marcó para siempre. Una palabra que es historia, que dice tanto y que hoy es más que un lugar. Es un cementerio sin tumbas”, manifiesta la hija de Fuchs.
“Hoy Auschwitz para muchos es un museo, solo eso. Un lugar para recordar, rendir homenaje y sentir un dolor que es ajeno, lejano. Para mí ese dolor no es ajeno ni lejano. Auschwitz me marcó en mis virtudes y debilidades. Auschwitz es mi querida madre. Auschwitz es la tumba de mis abuelos, bisabuelos, primos y tíos. Auschwitz es el dolor, pero las ganas de vivir. Auschwitz es la muerte, pero a la vez es esperanza. Auschwitz es el reflejo fiel de lo que los seres humanos somos capaces, tanto en el bien como en el mal”, añade Nelkenbaum.
El complejo Auschwitz fue el principal escenario del asesinato sistemático y patrocinado por el Estado de 6 millones de judíos por parte del régimen nazi y sus aliados y colaboradores.
Según apunta el Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos, después de la deportación a Auschwitz, los trenes llegaban a los centros de exterminio y los guardias les ordenaban a los deportados que salieran y formaran una fila. Luego las víctimas eran sometidas a un proceso de selección. Los hombres eran separados de las mujeres y los niños. Un nazi miraba rápidamente a cada persona para decidir si estaba lo suficientemente sana y fuerte para realizar trabajos forzados. Luego señalaba a la izquierda o la derecha. Lo que las víctimas no sabían es que estaban siendo seleccionadas para vivir o morir. Los bebés y los niños pequeños, las embarazadas, los ancianos, los discapacitados y los enfermos tenían pocas posibilidades de sobrevivir en esta primera selección. Quienes habían sido seleccionados para morir eran llevados a cámaras de gas.
A Nelkenbaum nadie le enseñó acerca de lo que fue el Holocausto ni Auschwitz. Ella lo vivió día a día con las añoranzas de ambos padres al haber perdido a toda su familia y dejado todo lo que conocían en Europa. Salir de Europa para sus padres fue un nuevo comienzo, para ella fue su realidad desde el primer instante. “No recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché sobre esto; de la misma manera en que aprendí mi nombre, así aprendí sobre la historia de mis padres y de los sobrevivientes que llegaron a Bolivia al igual que mis padres buscando un nuevo comienzo, y encontraron un país que les abrió las puertas, los acogió y lograron rehacer sus vidas, tener familia y prosperar”, reseña.
“Desde la perspectiva judía nos quedó la misión de que nunca vuelva a ocurrir cualquier tipo de peligro o amenaza a nuestro pueblo, y el sentido de autodeterminación. Y por otro lado, los nazis dejaron un legado de odio impregnado en algunos grupos de nuestra sociedad que quisieron terminar lo que Hitler empezó”, manifiesta Nelkenbaum, quien considera que el odio no se acabó junto con la Segunda Guerra Mundial. “Hoy aún existen grupos dedicados a odiar y hacer daño al prójimo”.
El Holocausto es considerado el mayor fracaso de la humanidad. Desde la óptica de Nelkenbaum fue la combinación de mentes brillantes y maquinaria incomparable dedicada específicamente para el asesinato sistemático de toda una población y cualquier persona que estuviera en contra de la ideología nazi; particularmente de los judíos.
“El rabino Sacks comenta: 'Cuando los seres humanos tienen la creencia de que son más que humanos, terminan siendo menos que humanos...' Los nazis aniquilaron a millones de personas solo por tener la creencia de que son superiores a los demás”, sostiene la hija de Fuchs.
Considera que “si algo nos enseñó el Holocausto, fue a ser más tolerantes con los demás. A no creer que uno es mejor que el otro. Qué linda sería esta vida, si todos pudiésemos alegrarnos por el éxito de las personas que nos rodean. Inculcar el crecimiento, el progreso y conocimiento de nuestros vecinos”.
Otra enseñanza que hoy Nelkenbaum extrae del genocidio es que “el amor es más fuerte que el odio” y que la vida es un regalo especial.
“Conocer las historias del Holocausto nos enseña sobre resiliencia. Al conocer las miles de historias de valentía y supervivencia, nos damos cuenta de lo fuerte que es el ser humano con ganas de vivir. Nos damos cuenta de lo maravilloso que es el regalo de vivir. Hoy es fácil quejarnos de tantas cosas. Cuando tomamos el tiempo de aprender sobre tantos héroes del Holocausto, sobre las víctimas, sobre las historias de valor y coraje, entendemos que la vida es un tesoro y debemos ser agradecidos con todo lo que tenemos”, aconseja la educadora.
Nelkenbaum enseña a la juventud sobre este negro capítulo de la historia de la humanidad, siempre rescatando que se debe vivir en tolerancia.
Radicada en Panamá junto a su familia, declara que el mensaje más importante que su madre le dejó y que trata de inculcar a sus hijos y nietos todos los días es el agradecimiento. “Gracias a la vida que me ha dado tanto...” era la canción y el lema de mi mamá; convirtiéndose este verso en su legado. A pesar de las terribles dificultades y de la dura vida que le tocó, nunca paró de agradecer a Dios y a todas las personas que hicieron su vida más dulce. Ella era pura bondad, y esa bondad nació a raíz de su agradecimiento al haber sobrevivido y a aquellas personas que, a pesar de la adversidad, con su bondad pudieron salvarle la vida”.
Blanca Fuchs nació el 25 de Julio de 1923, en un pueblo chico en Eslovaquia llamado Lipiani. Vivió una vida simple llena de vivencias y rodeada de una gran familia aunque la de ella era chica. Tenía un hermano llamado Haim que nació en 1927. Un hogar donde no faltaba de nada. Terminó su educación secundaria aspirando a una educación superior. Pero la guerra cambió el rumbo de sus sueños y mató sus ilusiones.
En abril de 1942, durante la celebración de la segunda noche de Pascua, los nazis entraron a su pueblo, convocando a todos los judíos. Ella y toda su familia, conocidos y amigos, sin conocer a dónde los llevaban, metidos en vagones de tren totalmente hacinados, hicieron un largo viaje hacia Auschwitz.
En Auschwitz debían pasar la famosa “selección”, lo que significaba determinar quién era apto para trabajar o quienes irían directo a la cámara de gas, lastimosamente fue en esa selección que Blanca Fuchs vio por última vez a sus padres, hermano, primos, amigos y la mayoría de la gente de su pueblo, 243 miembros de su familia y amigos fueron asesinados.
Blanca Fuchs tenía entonces 19 años y era una joven llena de fortaleza y energía; tras pasar la selección, la tatuaron y le asignaron lo que sería su nueva identidad. Tatuaron en su mano el número 4670, número que llevó con dignidad por el resto de su vida
Blanca sobrevivió a Auschwitz, donde estuvo durante tres años, viviendo penurias, entre hambre, frío y enfermedad. Ella contó que en cada paso encontró gente buena que le daba un pedazo de pan de su precaria porción, de una enfermera que le daba una sopa extra al día y de compañeras que la ayudaban y la arropaban en las largas noches de invierno. Siempre repetía que a ella la salvó Dios y la bondad de la gente que la rodeaba, y que nunca dejó de luchar para tratar de sobrevivir, aunque no tenía para qué, para quién. Su fortaleza era que debía vivir y así sobrevivió. Fue liberada en un día como hoy, 27 de enero de 1945, cuando los rusos liberaron el campo de Auschwitz.
Junto a la única amiga que sobrevivió con ella, volvió a su pueblo, Lipiani, en Eslovaquia. Fue a su casa, y ya estaba ocupada por otra gente, recogió algunas pertenencias que le autorizaron los nuevos dueños, y así se unió a grupos de sobrevivientes que volvían de los campos para unirse y forjar nuevas vidas.
En esas circunstancias conoció a su esposo, Eliezer Klein, quien sobrevivió a un campo de trabajos forzados en Hungría, y juntos estaban determinados en buscar un nuevo destino lejos de Europa, donde habían sido objeto de tanto dolor y despojo.
Tras esperar un año una visa que les permitiera emigrar a algún país de América, recibieron el documento para viajar a Bolivia, país que recibió a estos refugiados judíos y a muchos otros más.
Janett Nelkenbaum creció en esta comunidad de sobrevivientes, en La Paz, donde su mamá logró formar un hogar. Blanca Fuchs enseñó a sus hijos valores, les inculcó que no importa cuán bajo caigas en la vida, debes levantarte y seguir con fe en Dios.
Blanca falleció a los 68 años, de cirrosis, a causa de hepatitis contraída por el tatuaje colocado en Auschwitz, y con tristeza dijo antes de morir “...al final ellos me mataron”. Le sobreviven dos hijos, cinco nietos y 18 bisnietos.
La Fundación EMET en Panamá, de la cual Janett Nelkenbaum forma parte, es una organización con más de 20 años de trayectoria, dedicada a recordar, enseñar y conmemorar lo ocurrido en el Holocausto Judío durante la Segunda Guerra Mundial. Surge en el país en 1998, gracias al interés por educar a la juventud panameña acerca de la memoria de la Shoá (Holocausto) y sus implicaciones mundiales, por concienciar a la sociedad acerca de la importancia de recordar y enseñar la Shoá y, por último, pero no menos importante, por honrar la memoria de las víctimas de la Shoá y transmitir el mensaje de sus sobrevivientes.
“Las lecciones que podemos aprender del Holocausto son muchísimas: fortaleza, resiliencia, identidad, compañerismo, tolerancia, resistencia, amor al prójimo, la importancia de los valores democráticos y de los derechos humanos”, señala Dalia Perelis de Gateño, presidenta de la fundación.
Agrega que: “lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial a los judíos y a otras minorías, sirve de espejo para la humanidad, para ver la triste imagen de lo que ocurre cuando la sociedad pierde el camino y los líderes conducen a las masas hacia destinos sin valores y sin límites; cuando el valor de la vida de otro ser humano se pisotea y se pasa por alto, ya sea por intereses propios o por ideologías raciales y de supremacía”.
La Fundación EMET ha realizado actividades educativas y culturales tales como seminarios, piezas teatrales, exposiciones artísticas, concursos de poesía y pintura, proyecciones de películas y documentales, entre otros, con el tema central de Shoá.
Perelis de Gateño sostiene que “al educar a la juventud sobre lo que ocurrió en el Holocausto, nuestra meta principal es que aprendan lo importante que es respetar a los demás, y a vivir con tolerancia entre personas que son diferentes o que piensan de manera distinta. Además, queremos que los jóvenes aprendan que el silencio también puede matar”.
La Fundación EMET también capacita a docentes del Ministerio de Educación (Meduca) sobre el Holocausto, con la intención de utilizar este ejemplo como enseñanza para promover la tolerancia en nuestro país. Asimismo, dicta programas educativos dentro de la agenda curricular en tres colegios de la ciudad y charlas educativas en más de 10 colegios nacionales.
“La sociedad panameña conoce de lo ocurrido en el Holocausto de manera muy sencilla y poco profunda”, indica Perelis de Gateño. “En el currículum nacional”, agrega la presidenta de EMET, “se toca el tema de la Segunda Guerra Mundial a vuelo de pájaro”. “Justamente estamos trabajando de la mano de Meduca para implementar un programa más detallado y con miras a dejar lecciones de vida claras en los estudiantes, y no solo la mera historia”, puntualiza.
Cada año, el 27 de enero, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) rinde tributo a la memoria de las víctimas del Holocausto y ratifica su compromiso de luchar contra el antisemitismo, el racismo, y toda otra forma de intolerancia que pueda conducir a actos violentos contra determinados grupos humanos.
El 27 de enero se conmemora la liberación en 1945 por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau; la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó oficialmente esa fecha Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
“El Holocausto no solo afectó profundamente a los países donde se cometieron crímenes nazis, sino que también repercutió en muchos otros lugares del mundo. Siete decenios después de los hechos, los Estados Miembros comparten la responsabilidad colectiva de abordar los traumas remanentes, mantener medidas que permitan una conmemoración eficaz, cuidar de los lugares históricos y promover la educación, la documentación y la investigación”, reseña la Unesco.