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- 20/02/2011 01:00
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Para el turista, Ámsterdam es una ciudad casi surreal. Sus coffee shops ofrecen extensos menúes con toda clase de marihuana. Sus smart shops abren la puerta al mundo de las drogas alucinógenas. Y su barrio rojo, con sus vitrinas de prostitución, sus shows de sexo en vivo y sus inmensas tiendas de accesorios sexuales, representa un monumento al placer sexual. Muchas veces, como se sugiere burlonamente en muchos souvenirs, el turista regresa a casa habiendo pasado todo su viaje entre el estupor de las drogas y la fascinación del sexo.
Pero Ámsterdam es mucho más que eso. Pasar tiempo en ella permite adentrarse en los mundos, explícitos e implícitos, que componen esta metrópoli de bicicletas y canales. Mundos de personajes como Mariska Majoor, ex prostituta y ahora propietaria del Centro de Información para la Prostitución (PIC) –ubicado en el centro del barrio rojo—y una tienda de artículos rojos (sí, artículos rojos).
En Holanda, la prostitución es legal en burdeles y vitrinas, no en las calles. A pesar de ésto, existe aún mucha ignorancia con respecto a la profesión. Por eso, Mariske fundó el PIC, donde atiende a Facetas. A sus 42 años, es una mujer extremadamente atractiva. Finos rasgos, ojos grises y un cabello largo y chocolate...si ahora se ve bien, en sus tiempos detrás de la vitrina debió haber sido un bombón. Luego de ofrecernos té y stroopwafles, estamos listos para arrancar una larga conversación sobre la física y la metafísica de la profesión más antigua del mundo.
HABLA MARISKA
Nacida en Hilversum, una pequeña ciudad al suroeste de Ámsterdam, Mariska llegó a la prostitución – o ‘trabajo sexual’, como prefiere llamarlo – de la manera más trivial. ‘Me encapriché con un perro, un Pastor Alemán carísimo. Y pensé que el trabajo sexual sería una manera perfecta de conseguir el dinero. Cuando quiero algo lo quiero ya, y siempre estoy dispuesta a hacer cosas drásticas para conseguir lo que deseo’, relata. De ahí en adelante, todo cambiaría. ‘Para mí fue un pequeño cálculo. Es algo que decides hacer porque de alguna manera te sienta bien. Empieza como una especie de pequeña fantasía’.
Por año y medio, Mariske trabajó en Hilversum, hasta que decidió mudarse a Ámsterdam. Para entonces, y luego de atender sólo dos clientes, Santa –la pastora alemana — ya era su fiel compañera. Pero Ámsterdam era ‘grandes ligas’. Mudarse allí era una decisión de carrera. ‘Yo me podía ver haciendo ésto. Siempre pregunto a las personas si son capaces de separar el sexo del amor. Si pueden, entonces es posible hacer esto sin meterse en problemas emocionales. Para mí no fue ningún problema’. Tenía 17 años y medio, seis meses menos de la edad legal para ejercer la prostitución.
En los 6500 metros cuadrados que ocupa el De Wallen (el verdadero nombre del barrio rojo de Ámsterdam) hay aproximadamente 300 vitrinas, donde trabajan unas 440 prostitutas. Pareciera difícil para una recién llegada –ahora y entonces—encontrar una vitrina para trabajar. Nada más lejos de la realidad: las vitrinas no son propiedad de las muchachas y la mayoría de ellas está viajando todo el tiempo (Holanda no concede visas de trabajo para prostitución, por lo que el mercado laboral está formalmente limitado a ciudadanos de la Unión Europea). En el fondo de este patrón de viajes constantes yace una de las partes difíciles de la profesión. ‘Como trabajadora sexual, depende de cuán capaz eres de verlo como un negocio. A veces sólo quieres apagar el interruptor y no sentir nada, como un robot. Si eres así, te la pasas viajando y trabajas sólo por un tiempo, especialmente las muchachas más jóvenes. Las más viejas son más profesionales, se quedan más tiempo y tienen vitrina y clientes regulares’.
ES MÁS FÁCIL HABLAR
Como un robot, decía Mariska. La pregunta emerge inmediatamente. ¿Es ella uno de ésos robots? ‘¡Por supuesto que no! Siempre sientes cosas, no puedes actuar contra tu corazón. En ésto, como en muchas otras cosas, hablar es más fácil que actuar. Ahora puedo hablarte de ello, porque he estado analizándolo por muchos años, pero cuando trabajaba no era tan fácil’, asegura. Luego de un corto silencio, Mariska siente la necesidad de hacer otra aclaración: ‘si eres una persona que quiere vivir una vida normal, tener un trabajo normal, buscar un esposo, tener hijos, jamás trabajarás como prostituta. La mayoría de la gente en este negocio es diferente. Definitivamente son personas que gustan del peligro y de alguna manera les gusta meterse en problemas. Ahora soy más vieja, tengo una hija, dos negocios y muchas responsabilidades. Pero aún siento que busco el peligro. Me gusta vivir al límite’. Más tarde, me confesó que se había enamorado ‘miles de veces’ trabajando.
Santa vivió 13 años y parió 15 cachorros. Dos días antes de morir la mascota, Mariske se dio cuenta que estaba embarazada. Para entonces, hacía tiempo que había dejado las vitrinas. Hoy, su hija tiene 13 años, y es el centro de su vida (se encuentra en pleno divorcio). Por supuesto, a veces surgen las preguntas difíciles. ‘Le expliqué que aquí las muchachas venden besos. Para mí fue complicado, porque desde que era pequeña he tratado de inculcarle que nadie tiene derecho a tocarla sin su consentimiento. Fue una contradicción para ella, pero yo quería que supiera desde el principio que la vida está llena de contradicciones y hay que respetar a las personas, sin importar lo que hagan’.
UNA MUJER DE NEGOCIOS
Dando un vistazo al PIC, es obvio que la prostitución no fue solo una etapa de cinco años en su vida. Ya antes del PIC, Mariska había fundado una revista llamada Pleasure Guide (Guía del Placer) que se distribuía por toda la ciudad. Su lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales la han convertido en una figura reconocida dentro y fuera de Holanda. En pleno De Wallen, gracias a ella, hay ahora una estatua en honor a la trabajadora sexual. Aunque ella no se siente una representante oficial, al PIC acuden políticos de todas partes del mundo. Por motivos que quizá ni ella entiende, siempre se ha sentido llamada a aclarar los mitos –como el que las prostitutas no pueden decir ‘no’ a un cliente— y, sobre todo, a combatir problemas como el proxenetismo y el estigma social.
A Mariska se la ve feliz. Con dos negocios, una hija y dando entrevistas a medios internacionales, cualquiera diría que, al dejar el colegio a los 14 años, abandonó su ‘sueño’ de ser veterinaria. Aún así, asegura que si pudiera volver a escoger, volvería a las vitrinas. Pero eso es el pasado. Ahora, aprovechando su soltería, quiere viajar. ‘Me han dicho que en Argentina hay unas fiestas muy lindas con caballos. Quizá vaya para allá, a ver si me consigo un vaquero argentino’, dice entre carcajadas. Así es Mariska Majoor, una mujer imposible de meter en un molde. Su dignidad y seguridad impresionan, y con su incansable trabajo de divulgación ha contribuído a que, poco a poco, las trabajadoras sexuales puedan disfrutar de una vida digna, sin estigmas, como cualquier otro ser humano.