La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 20/10/2019 00:00
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Todos conocemos el famoso cuento del pastorcillo al que le encantaba dar falsas alarmas sobre un lobo en su aldea. Cuando todos salían despavoridos, él reía a carcajadas, hasta que un día el lobo apareció en realidad y los aldeanos ignoraron los llamados de auxilio del muchacho, que acabó devorado por la bestia.
Este cuento sirve como una analogía para hablar de la sobresemantización, o lo que ocurre con ciertas palabras cuando, de tanto ser utilizadas fuera de contexto, son vaciadas de su carga semántica. Suelen ser palabras que se ponen de moda y se utilizan sin conocer bien su significado, usualmente para añadir dramatismo a lo que se dice, o algunas veces como parte de una agenda política que se beneficia de cambiar el verdadero sentido de un término hasta que acabe significando cualquier cosa, o simplemente nada.
Santiago Alba Rico, filósofo español, opina que en la actualidad estamos ante una “pansemia”, o una epidemia de sobresemantización, en la que términos como 'genocidio', 'terrorismo' o 'fascismo' son arrojados tan a la ligera, que terminan perdiendo su marco de credibilidad. En concreto, Alba Rico se ha referido al uso del término “terrorismo machista” por parte de algunos colectivos que buscan llamar la atención sobre el recrudecimiento de la violencia de género, similar a cuando se habla de “genocidio” para referirse a grandes cantidades de muertes en un conflicto armado, por más que el hecho no corresponda con las características de un genocidio. En el caso de “fascismo” o “fascista”, se ha reducido a un simple insulto, casi como un sinónimo de “malagente”.
Otro ejemplo cercano es la palabra “nazi”, que desde los años noventa se utiliza para desvirtuar a cualquier mujer cuyas reivindicaciones se consideren exageradas (“feminazi”), pero también para describir a cualquier persona que sea demasiado rígida o estricta (“la profesora es una nazi”). Así, su verdadero sentido está hoy tan diluido, que aun cuando los supremacistas blancos salen a marchar en alguna gran ciudad con antorchas, banderas de suásticas y haciendo el saludo fascista, muchos insisten en que llamarlos nazis es alarmista o exagerado.
Es el efecto de la sobresemantización, y probablemente una de las razones por las que, a pesar de que el ultraconservadurismo se erige en todos los rincones del mundo, amenazando la democracia, negando el peligro de la destrucción ambiental y echando por tierra los avances en materia de derechos humanos, hay quienes insisten en desestimar la gravedad del panorama y rehúyen el uso de los términos correctos para describirlo. Puede parecer una nimiedad, pero el uso de las categorías adecuadas (incluyendo resistir a la tentación de arrojarlas a cualquiera con quien no estemos de acuerdo), contribuye a proteger el debate político-ideológico.
Últimamente, términos como “facho” o “facha” –variantes de “fascista”–, vuelven a aparecer en las discusiones políticas actuales, inclusive en Panamá, donde el avance de las luchas sociales también está generando las respectivas respuestas antagónicas. Sin embargo, los horrores del fascismo en el siglo XX fueron tales, que quizás hoy nos cuesta pensar el concepto más allá de desapariciones, torturas y campos de concentración; o tal vez nos resistimos a creer que en realidad se haya vuelto a despertar semejante monstruo, y que pueda tener cabida en un país como el nuestro, que en el imaginario popular panameño es tan pacífico y “neutral”.
Pero a la luz de lo ocurrido esta semana en la Asamblea Nacional, donde una diputada se atrevió a proponer que se niegue la nacionalidad panameña a todo niño que nazca en Panamá de padres extranjeros; donde en estos momentos intentan forzarse reformas a la Constitución abiertamente reaccionarias, y donde inclusive ha sido aprobada una propuesta que nos desmarcaría de las leyes internacionales con tal de no reconocer los derechos civiles de algunas minorías, cabe la pregunta: ¿será que ya podemos tomar en serio la amenaza de un fascismo de nuevo tipo, o vamos a esperar a que nos coma el lobo?