El barrio de Chualluma en Bolivia, es único en la ciudad de La Paz ya que todas sus paredes están pintadas de colores que resaltan los rostros de las cholas,...
- 05/09/2020 00:00
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Es viernes y las manecillas del reloj marcan alentadoras las 6:00 de la tarde. Laurella teclea las últimas letras del día y dispone varias carpetas en su archivador. Al hacerlo, sus ojos se tropiezan de nuevo con la advertencia de despido que le había entregado en la mañana su jefa. Respira hondo. Cierra con prisa el archivador, deja caer el celular en su bolso y paladea el balsámico plan de encontrar distracción para aflojar las tensiones acumuladas durante el día.
A esa hora su automóvil la espera solitario en el estacionamiento. Se descarga pesada en su puesto, deja caer el bolso y se descalza. Por una vieja costumbre, la señal de la cruz con la cabeza inclinada. Con ligereza gira la llave, mira por el retrovisor y lleva el vehículo en reversa hasta donde la espera el rumor persistente de las llantas mojadas sobre el concreto.
Aunque encuentra el tráfico pesado se siente a trasmano del tiempo porque ya no la persigue la sensación de urgencia que marca el ritmo diario en la oficina. A medida que avanza la escoltan el goteo de la lluvia sobre el techo de su Volkswagen y el sonido del parabrisas sobre el vidrio; durante el trayecto hacia su destino la noche se traga la tarde.
Cerca de una plaza en una calle sin salida el rumor del tráfico se va deshaciendo para dar paso a un sonido visceral de ondas envolventes. Se baja del auto y se eriza por el placer refrescante que el contacto que las menudas gotas de lluvia le producen.
Al llegar al bar la reciben un ambiente de tertulia bohemia, música en vivo, y unas lámparas con colgantes en forma de estrella que lanzan destellos anaranjados y lo envuelven todo en una penumbra sugerente.
Elige un puesto cerca de la entrada, el más conveniente para atisbar a los que van llegando. En la tarima encuentra a un trío de músicos con altas pretensiones. Mira hacia atrás y lo confirma al ver el barullo de espectadores con los sentidos clavados en ellos.
Entonces Laurella observa a los jazzistas con reposada atención. Uno de ellos tiene los ojos cerrados como si su espíritu estuviera lejos y bate las manos sobre el cuero de una tumba haciéndole recordar el ritmo al que late su pulso cuando ama. Otro, toca las cuerdas de un contrabajo como si estuviera haciendo serpentear su mano para acariciarle la espalda. Al fondo, un hombre se dobla y se desdobla con un saxofón casi pegado al cuerpo mientras las venas de su cuello se dilatan hasta casi estallar cuando hace vibrar las notas que gimen en la campana del instrumento y en la sangre de ella.
La música embriagadora se quiere instalar en sus caderas, pero hace un esfuerzo para contenerse a esa demanda que le viene de adentro.
Pasea la vista por todo el bar buscando algún rostro familiar y no ve ninguno, pero al final de la barra se encuentra con un par de ojos café clavados en ella. La música fue en ese instante hechicera y cómplice. Laurella observa anonadada la anchura de los hombros, la espigada figura coronada de rizos azabaches y la curvatura de unas cejas pobladas bajo la que habita una mirada provocativa. Gira la cabeza para que su cabello le caiga en el hombro e intenta lanzar una mirada seductora, pero se queda atascada en el deseo porque el miedo al rechazo es fuerte. Entonces se consuela pensando que, aunque los acantilados costeros sean de roca a su lado las olas se agitan intensas.
Una voz femenina la empuja de vuelta a la superficie. —Es de cortesía— le dice casi al oído mientras coloca una copa grande con vino tinto sobre la mesa.
Se la bebe hasta el fondo.
Vuelve a sentir la música más fuerte ahora. Las vibraciones de los instrumentos se deslizan por las paredes lamiéndolas y se cuelan en su cerebro sin restricciones. Después se desplazan mixturadas a sus extremidades en una corriente tibia, moviéndose en sus venas como si tuvieran alma. No puede más. Ella deja de ser ella, la mujer que guarda la compostura. Le permite a la música instalarse en su cuerpo y cede al impulso de mover sus caderas mientras piensa en el hombre de la barra: allí esta él, que gira su cuerpo hacia ella y la mira con pupilas que desprenden un resplandor felino.
De pronto, el vibrar intermitente del celular en su bolso: Su jefa, la llama. Una ráfaga helada recorre su cuerpo. Sale corriendo del bar hacia los estacionamientos y allí empiezan las explicaciones: No, esa venta no se cerró porque el cliente encontró una mejor oferta. El documento está en el archivador de la izquierda, en la tercera carpeta. Esos papeles ya están firmados. Sí, haré la corrección en el formulario, tendré más cuidado la próxima vez...
El tono quebradizo de su voz es un fino cristal que vibra ante un sonido agudo. Pasan largos minutos que le parecen horas hasta que por fin el hablar inflexible del otro lado del teléfono cesa y respira aliviada. Entonces se devuelve al bar decidida, con el arrojo que le había inyectado el vino. Adentro siguen los músicos hipnotizadores. Las luces anaranjadas, el ir y venir de los cuerpos desconocidos, el destello de las botellas en el mostrador de madera. Pero el hombre de sonrisa seductora que la había cautivado ya no está en la barra. Lo busca con la mirada anhelante entre los festejantes, y no lo encuentra. Se había ido.
Gilza Córdoba nació en el año de 1979 en la ciudad de Panamá. Es licenciada en administración de empresas con especialización en finanzas y negocios internacionales. Estudia una maestría en recursos humanos en la Universidad del Istmo.
Ha tomado talleres de cuento avanzado con el profesor Enrique Jaramillo Levi, y a distancia de corrección, estilo y variaciones de la lengua española con la Universidad Autónoma de Barcelona.
Ha hecho trabajos de corresponsalía para el periódico costarricense 'Centralamericadata' y ha sido colaboradora de artículos de opinión para el diario 'La Prensa'.
En 2018 empieza a escribir cuentos que han sido publicados 'La Estrella de Panamá', la revista 'Lotería', la revista 'Maga' y la revista centroamericana 'Carátula'. Su primer libro de cuentos fue presentado en la Feria del Libro del año 2018.