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Todo es mercancía. Los debates, las candidaturas, las propuestas, las encuestas
- 28/04/2024 05:46
- 27/04/2024 11:16
Escoger un concepto que sintetice el decepcionante proceso electoral, y en especial la presentación de los candidatos a la presidencia en el escenario de los debates, no puede ser otro que el de “marketing”. La excepción la tuvo una candidata que, por su concepción política y condición docente, se esmeró por elevar el nivel político cultural. No obstante, el conjunto se organizó en torno a la publicidad reiterativa, las propuestas descabelladas, las ocurrencias, en definitiva, el absurdo.
Consecuente con este nivel infra político, el discurso dominante ha soslayado de manera deliberada —quizás por incapacidad intelectual—, un concepto de país que conlleve propuestas programáticas viables, acordes a enfrentar los graves problemas que padecemos: desigualdad, exclusión social y regional, informalidad creciente, hiperespecialización económica, acceso a servicios básicos, etc.
En un espacio electoral vacío en principios, objetivos, y ausencias de cómo realizar y cuales estrategias y recursos utilizar, se ha construido un “tsunami” de absurdos que expone al ciudadano-elector a ser timado una vez más. Al no tener un parámetro u horizonte para evaluar el realismo político programático acorde a las circunstancias, frente a la demagogia y al carnaval de absurdas promesas, el ciudadano elector será objeto del timo, del voluntarismo político y de la manipulación.
Sin embargo, no todo es el producto del sistema de partidos sin plataformas programáticas, del clientelismo institucionalizado, o de la naturalización de la corrupción en la política. No todo es el resultado de la cultura de simulación, de la falta de trasparencia y de mentiras institucionalizadas. Aun cuando lo anteriormente expuesto, constituyen atributos constitutivos de un problema estructural a superar.
En una coyuntura electoral presidencial, la necesidad de una propuesta programática exigida pero ausente, no puede ser otra cosa que sinónimo de un proyecto nacional, de país. Una propuesta cuya integralidad exprese, entre otras, la relación entre ideología política (concepciones de sociedad) y práctica institucional (acción estatal). Parte de esta política descansa en conocimientos, competencias, concepción de Estado y país, orientada a establecer una conexión racional con el ciudadano elector, invitándolo a la reflexión y al voto informado.
Sin embargo, se ha institucionalizado la incapacidad de proponer proyectos de nación, que conlleven un posicionamiento frente a los grandes retos que tiene la sociedad panameña, tanto a nivel externo como interno. Esto no ha hecho más que mostrar, el nivel cultural y la mediocridad intelectual de la política hegemónica panameña; también, que todo régimen político tiene una clase política acorde a su condición de degradación institucional; y que nuestra clase política no escapa a ello.
La construcción política de la imagen pública no es nueva. Nicolás Maquiavelo en El Príncipe establecía directivas en ese sentido. En el capítulo XIX, “Cómo Evitar El Desprecio Y El Odio”, Maquiavelo planteaba la importancia que tiene para el príncipe, que en sus acciones se le reconozcan “grandeza, valor, prudencia y fortaleza”; y eluda como obstáculo el que se le considere en su ruta, “inestable, superficial, afeminado, pusilánime e indeciso”. Todo esto último considerado por el politólogo y filósofo renacentista como sinónimo de desprecio.
Desde esta perspectiva, la imagen en política es todo, y es aquello que un candidato desea comunicar sobre sí mismo con la intención de persuadir al elector que vote por él. La imagen es, entonces, una construcción sometida a las reglas del “marketing”, y sirve de soporte para trasmitir y sostener un discurso implícito o adscrito a un perfil. Sin embargo, en este esfuerzo deliberado de banalizar la política y reducirla a una reproducción sin fin del status quo, las campañas políticas electorales focalizan su atención en el individuo más que en programas o proyectos políticos.
Estamos frente a una publicidad que tiende a exaltar los rasgos personales, y a minimizar el papel de las propuestas programáticas. Al final del camino se instala en el imaginario colectivo, la extravagante figura del “líder excepcional” como elemento central en la vida pública del país, que no deja de ser un individuo que está muy acá de las exigencia y competencias requeridas. Aquí vale la máxima que, “a nadie se le pude obligar a realizar, aquello que está imposibilitado de hacer”. Máxima que posiblemente exculparía a los mediocres presidentes, que saturan estos 35 años postinvasión.
En este ambiente ampuloso y recargado de banalidades, recordemos que la retórica como recurso discursivo, está basada en la combinación de argumentos y modalidades de persuasión con capacidad de convencimiento, a través de la información y las referencias a la realidad. Sin embargo, los “asesores” y los “hacedores” de la política panameña (tecnócratas y gurús) han impuesto el lenguaje de la simplificación y el discurso de la manipulación de las emociones. En este contexto electoral los candidatos a presidente fueron presentados en escenarios, en que la teatralidad adquirió su mayor expresión; y donde en el mejor estilo kitsch de los presentadores, el exceso de formas y reglas caía como una bruma, que nublaba el propósito del encuentro, con candidatos ya convertidos en objetos de consumo electoral.
Con todo lo anterior, no olvidemos las encuestas. El conocido sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002), en un artículo “La opinión pública no existe”, señalaba: “Toda encuesta de opinión supone que todo el mundo puede tener una opinión; o, en otras palabras, que la producción de una opinión está al alcance de todos. (...). Segundo postulado: se supone que todas las opiniones tienen el mismo peso. (...). Tercer postulado implícito: en el simple hecho de plantearle la misma pregunta a todo el mundo se halla implicada la hipótesis de que hay un consenso sobre los problemas...”
En ese contexto de deficiencias metodológicas, dice Bourdieu: “la función” más significativa de las encuestas de opinión, es la de instalar “la ilusión de que existe una opinión pública como sumatoria puramente aditiva de opiniones individuales; en imponer la idea de que existe algo que sería como la media de las opiniones o la opinión media”. Al final, lo que nos venden las encuestas como mercancías, son agregados artificiales de conjuntos socialmente inexistentes.
El proceso electoral en cuanto proceso político debió haber exigido a los presidenciables, mínimamente planteamientos o definiciones en torno a:
Un Estado fuera de todo conflicto de fuerza e inhibido de participar de alianzas militares y de acciones políticas que vulneren la autodeterminación de los Estados.
Proponer una institucionalidad democrática— régimen político— con capacidades de generar convivencia social y política; con competencias para impulsar transformaciones sociales orientadas a la inclusión y cohesión social.
Proponer políticas públicas, cuya planificación responda a una nueva concepción del papel del Estado, en donde sus acciones estén orientadas a la construcción y ampliación de la democracia social y a una mayor participación de la sociedad civil.
Impulsar políticas regionales de carácter comunal, tendientes a articular descentralización político-administrativa del Estado, por medio de la creación de un poder comunitario y el fortalecimiento de los gobiernos locales.
Formular políticas científicas, tecnológicas y educativas, acorde a un estilo de desarrollo orientado a la diversificación productiva de la economía, propiciando por medio de cadenas de valor agregado, encadenamientos productivos de carácter regional.
Proponer políticas de defensa del medio ambiente desde perspectivas más complejas e integradoras que consideren de manera prioritaria las distintas modalidades de relación sociedad-naturaleza.
El autor es sociólogo. Académico de la Universidad de Panamá