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Hace treinta y seis años: cuando los tiranos también lloraban
- 09/07/2023 00:00
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…“Comprendo tus inquietudes y problemas en este momento, junto a Muñeca y a tus hijas. Realmente las comprendo y te compadezco” … “No es fácil ni quiera para ti, dormir cargando con tantos muertos. Son demasiados ya, Tony”. “Discúlpame si te he establecido una guerra…”… “No sé cuánto has sufrido tú realmente” …
Así, con frases reflexivas, emotivas y siempre sorprendente, el coronel Roberto Díaz Herrera descargaba sus emociones al viejo colega y compañero de las Fuerzas de Defensa, Manuel Antonio Noriega, en una carta fechada el 21 de julio de 1987, dada a conocer a la opinión pública por iniciativa de Maigualida, esposa de Díaz Herrera, en momentos en que explotaban las viejas rencillas entre ambos.
Poco más de un mes antes, el coronel recién retirado de las Fuerzas de Defensa, había capturado la atención del público nacional e internacional al denunciar ante un grupo de periodistas la persecución de la que era objeto por parte del entonces comandante de las Fuerzas de Defensa, al que acusaba, de paso, de narcotraficante y asesino.
Díaz Herrera se atrevía a delatar los crímenes cuando no era ya parte del grupo de tiranos cuyas rivalidades, narcicismos, ambiciones y antojos decidían el destino de un país; cuando no era ya quien dictaba órdenes y amenazaba, sino la víctima del todopoderoso Estado Mayor de la Guardia Nacional (después Fuerzas de Defensa).
Era una nueva sensación para él, que le había calado particularmente al coronel, al ser llevado a una sala de justicia acusado de conspirador cuando lo que había hecho era denunciar una serie de crímenes: “Ayer (…) en este despacho de la fiscal (…) Cuando luego de ese trajín estéril, absolutamente sin explicaciones, ni morales, ni éticas, ni siquiera lógicas, ni jurídicas, … ella, la fiscal no sabía qué hacer… ante la disyuntiva de arrestarme frente a una esposa y unos niños asombrados de ver tanta persecución. Ellos, los niños, que además, me veían retratado contigo hace muy poco y no entendían que ya existían abismales diferencias”.
Díaz Herrera y Noriega se habían conocido en Lima, Perú, en 1957, en circunstancias muy diferentes. El segundo había llegado a la Escuela Militar de Chorrillos prohijado por su hermano Luis Carlos, funcionario de la embajada de Panamá en Perú y residía en Miraflores, “un barrio residencial de cierta categoría, clase media alta…” El primero residía en la parte más humilde de la vieja Lima y acudía a la Guardia Civil del Perú.
“Pocas veces estuvimos demasiado juntos. Los niveles económicos no eran ya iguales… Tenías la oportunidad de un hermano diplomático, con posibilidades de conocer gente importante y de pasear por infraestructuras económicas, sociales o políticas algo más elevadas (…) que las mías”.
“Pero, siempre, en algunas ocasiones, nos reuníamos todos (Pancho Rodríguez, Toñito Franco, Justines, Guerrero, Darién Ayala) y otros panameños que coincidían en Lima) y hacíamos planes, planes, planes”. …“Trazábamos mil tesis sobre lo que debía ser nuestra Guardia Nacional en ese tiempo. Sobre Vallarino y su circunstancia y planteábamos que había que edificarla, que había que reconstruirla, que había que mejorarla, que había que hacer una institución más digna de su pueblo, de nuestro pueblo”, decía la carta.
Terminada la formación militar, Díaz Herrera y Noriega volvieron a encontrarse como miembros ambos de la Guardia Nacional, institución en la que fueron haciendo carrera bajo el liderazgo de Omar Torrijos.
“Un día me llamaste para decirme: Roberto, tu y yo somos los más inteligentes de la Guardia Nacional. Pongámonos de acuerdo”.
Pero el destino no quería que concretaran ninguna alianza. Todo lo contrario, señalaba el coronel: “Torrijos te envió en el 68 a Chiriquí e hiciste un gran papel. Te enfrentaste a una rebelión con las razones de ellos y con las razones nuestras. Y hubo muertos de lado y lado. Gente muy combativa en las tierras altas, puso sus pechos, unos un tanto mercenarios, es cierto. Otros auténticamente preocupados por llevar a la Presidencia a la persona en quien creían. Y luego, ni siquiera conozco el detalle, pero sé que empezaste a especializarte en torturas, que llegaron a enterrar gente, estudiantes algunos, vivos. Empezó a gustarte un poco ese sado masoquismo que nunca entendí de ti”.
“¿Por qué te gustaba hacer sufrir a la gente? Bueno, no puedo juzgarlo, no me corresponde. Además, no sé cuánto has sufrido tú, realmente”.
La silenciosa y larga enemistad entre ambos se originaría cuando el comandante de la Guardia Nacional, Omar Torrijos, reemplazó a Noriega en la provincia chiricana.
“Omar me dijo, anda a relevar a Noriega. El hizo bien la guerra, anda tú Roberto a hacer la paz. Difícilmente una sola persona puede hacer ambas cosas”.
En los años siguientes, la rivalidad seguiría creciendo, alimentada por las intrigas y sorda competencia que llegaría a niveles peligrosos al romperse el equilibrio de poder que representaba la figura de Torrijos en 1981.
La primera víctima de las ambiciones e intrigas que se suscitaron tras la desaparición de Torrijos fue su sucesor, el comandante Florencio Flores, “un hombre sencillo”, “buen padre, excelente hijo”, del que, de acuerdo con Díaz Herrera, Noriega hacía burla por su sencillez, candidez y limitado manejo político.
A Flores le sucedería Rubén Darío Paredes, quien tenía a Diaz Herrrera como confidente para frustración de Noriega, segundo al mando de la institución. Así, entre baños en jacuzzi, tragos, y juegos de frontenis debatían qué hacer con Tony (Noriega), cuyos problemas personales eran vistos con preocupación: “tu carácter variable, tu forma insegura de actuar (…), tu espíritu intrincado, tosco, desconfiado…”
“Eres vanidoso. Te gusta tener un culto en torno a tu personalidad. Eres demasiado vengativo, rencoroso y metido en demasiados problemas para dirigir bien una institución, sin quedar atrapado en sus propios problemas, que has heredado, tal vez no por tu culpa, sino por las misiones que se te impusieron”.
“El colofón de esa rivalidad se da en una mañana de un día feriado, que Rubén me llamó a su casa a Las Cumbres y luego de ofrecerme su hospitalidad, que siempre aprecié, con una Elvira sencilla y afable, los rostros sonrientes de Rubencito y Ahmed, desde un jacuzzi al aire libre, me llamó y me dijo: ¿Cómo podemos parar del todo a Noriega, Roberto?”
“Y yo le dije: Ya estoy cansado, Rubén, que me lo preguntes. Cítalo a una reunión del Estado Mayor, toma tus precauciones y medidas y enfréntalo. Dile lo que sabes y yo te puedo ayudar y otros podrán hacerlo... Pero te corresponde a ti. Ten el valor para hacerlo”.
Pero Paredes no hizo nada, enfocado como estaba en sus ambiciones presidenciales por las que se retiró de la Guardia Nacional en 1983, abriéndole paso a Noriega: “Eras el comandante. Tu sueño desde Lima”.
“Paredes tenía su alianza que parecía inexpugnable. Ya había nombrado Gabinete, ya se veía en el solio presidencial… Luego tú nos buscas a Marco y a mí y nos dices: Ha hecho declaraciones en Costa Rica. Se ha salido de los modelos que establecimos. No consulta. Es prepotente, como siempre. Imagínenselo en la Presidencia, no lo vamos a poder controlar, etc.”
“Así, llamamos a De la Espriella y empezamos a buscar candidato. Seis, siete, ocho hombres, hasta quedar con Fito Duque y Niky Barletta”.
El resto de la historia es conocida. En 1984, Nicolás Ardito Barletta presidente. En 1985, el asesinato de Hugo Spadafora, por el que Barletta pide una comisión independiente que investigue el horroroso crimen. La Asamblea, siempre obediente a los militares, lo derroca y lo reemplaza por su vicepresidente Eric Delvalle.
“Todos esos hechos hicieron casi inviable mi estadía en la Comandancia. Cumplidos con creces mis 25 años de servicio, que me daba derecho a mi pensión del CSS, dejé de ir”.
Pero Diaz Herrera volvería a la Comandancia el 25 de mayo de 1987 a petición de Noriega para un enfrentamiento definitivo.
“Mira, Roberto, te he mandado a llamar porque andas hablando vainas sobre mí a oficiales”, le espetó todo poderoso comandante.
Como respuesta, siempre de acuerdo con la carta firmada por Díaz Herrera, este le respondió dando un manotazo sobre una mesa de vidrio: “Cállate la boca criminal, narcotraficante, asesino de Spadafora. Has manchado esta institución que daba orgullo con Omar”, le dijo, anunciándole su retiro inmediato.
Después del encontronazo, ya en su casa, Díaz Herrera entró en una crisis personal. Se sentía nervioso. Temía y despreciaba a Noriega, pero reconocía que había sido cómplice de muchos pecados durante 20 años de gobierno militar. Asqueado, confundido, en una crisis emocional y de conciencia, decidió revelarlo todo a la prensa (sábado, 6 de junio de 1987).
“Me envías helicópteros, me envías matones, les dices a oficiales que lo hagan, seguramente les prometes rangos. Amenazan a Maigualida (…) has dicho que no estoy cuerdo, porque lo cuerdo hubiera sido no decir nada, lo cuerdo hubiera sido, cómo tú dices, no ser traidor”…
“Quisieras eliminarme físicamente, porque crees que todos tus problemas se derrumbarían y volverías a sentirte con el poder de antes… “.
“Mi cuerpo físico está aquí, esperando tus planes. Naturalmente, dispuesto a defenderse. Mi espíritu también está aquí, alentado, aunque no lo creas, alimentado por Dios, el Padre Eterno, el arquitecto de todo el Universo”.
“Sacúdete…. Purifícate…. Mi lucha no es contra ti. … Yo no soy tu problema, Manuel Antonio. Tu problema eres tú, tu conciencia”.“Hasta luego, Tony”.
La casa de Díaz Herrera en Altos del Golf sería atacada por un comando aéreo y terrestre días después, en la madrugada del 26 de julio. Con él, fueron apresadas 44 personas.