Una historia centenaria, los pioneros

Actualizado
  • 18/12/2023 12:16
Creado
  • 17/12/2023 21:56

El hijo de un esclavo estadounidense llamado Horacio Brown, y de la empleada doméstica Esther Lashley, originaria de Martinica, nacido en Colón el 5 de julio de 1902 con el nombre de Alfonso Teófilo, está considerado “pionero” del boxeo panameño. Un personaje y boxeador extraordinario que allanó el camino para que su país se convirtiera en una de las naciones que más campeones mundiales ha tenido (30 en la historia del boxeo). Lo apodaron ‘Panamá Al Brown’.

La centenaria historia del boxeo panameño está cosida con retazos de un pasado glorioso y un presente de dificultades y desafíos para coronar a un nuevo campeón mundial. Los registros de los orígenes nacionales de un deporte que levanta pasiones y que se convirtió casi en una religión, se han ido perdiendo con el pasar del tiempo.

Es una historia del siglo pasado con protagonistas de los primeros encuentros boxísticos en las ciudades de Colón y Panamá, que han desaparecido llevándose consigo los detalles de aquellos memorables momentos. Hoy, prácticamente, prevalecen en recuerdos anecdóticos de aficionados y periodistas que nos contribuyen a recrear cómo surgió el deporte de las narices chatas y las orejas de coliflor, antes de la creación de la Comisión de Boxeo de Panamá, en 1917.

La introducción del boxeo se atribuye a los soldados americanos que llevaban consigo la práctica de los deportes populares en Estados Unidos, quienes estaban acantonados en la entonces denominada Zona del Canal. Las primeras cartillas boxísticas eran informales y estaban dirigidas al entretenimiento de los americanos y antillanos.

La historia lleva a concluir que muchos descendientes de antillanos heredaron ese gusto por el boxeo. Algunos de los campeones mundiales panameños fueron precisamente descendientes directos de antillanos, entre ellos, Ernesto ‘Ñato’ Marcel, Enrique ‘Maravilla’ Pinder y Alfonso ‘Peppermint’ Frazier.

Teatros, plazas de toros, estadios y auditorios fueron escenarios adaptados para realizar cartillas de boxeo. En la ciudad de Colón estaban el teatro América, La Arena, Garden Theater, Ideal Auditoriunm y Broadway Theater. En la ciudad de Panamá, el teatro Excelsior y la plaza Santa Ana. En Vista Alegre, Arraiján, la plaza de toros.

‘Al Brown, Paris mon amour’

Alfonso Teófilo Brown, ‘Panamá Al Brown’, descubrió el boxeo siendo adolescente, cuando trabajaba en el US Shipping Board de la Zona del Canal, y percibía la fascinación de los soldados estadounidenses por este deporte. Al cumplir 20 años, debutó como profesional, ganando el 19 de marzo de 1922 a José Moreno, en la provincia de Colón.

El 18 de junio de 1929, en Nueva York, unos 14.000 espectadores pagaron entre $29 y $32 para ver el encuentro entre el español Vidal Gregorio, de 21 años, y el panameño de 27 años.

Después de un recio combate a 15 asaltos, ‘Panamá Al Brown’ se coronó campeón gallo ganando por decisión, en el estadio Queensboro, Long Island. Durante seis años reinó en esa categoría, realizando diez exitosas defensas de su título. No solo fue el primer boxeador panameño en alcanzar un título mundial, sino también el primer latino en lograrlo.

Pero aquellos eran tiempos de turbulencia en Estados Unidos por la segregación racial. La prensa neoyorkina intentó menospreciar la proeza: “Nunca hemos visto a un boxeador arrojar tantos jabs izquierdos como este esqueleto negro...”, “Ha sido una pelea desagradable, cada asalto sigue siendo una copia del anterior”.

La realidad era que “Al Brown no gustaba porque era demasiado negro, demasiado gay y bueno... o tal vez todo junto”, diría José Corpas, uno de los biógrafos que ha intentado rescatar la figura del pugilista panameño.

Viajó a París, buscando respeto y admiración. Allí, el panameño se sentía en territorio amigo y se desenvolvió a la perfección. Había aprendido el inglés de su padre, el francés de su madre y el español de su natal Colón. En Francia dio la largada del prestigioso e insigne Tour de France y encontró el amor.

Aunque sus entrenadores lo explotaron –solo recibía el 25% de la bolsa– tenía cuadras de caballos y una mansión en Maisons-Laffitte; vestía como un dandi, con una elegancia acorde con su extraordinario porte y estatura. Cada semana enviaba su ropa para planchar a Londres, porque decía que en París no lo sabían hacer.

La decadencia le llegó cuando perdió su título con el español Baltasar Sangchili, el 1 de junio de 1935, en la Plaza de Toros de Valencia (España), en un polémico combate que puso en duda el triunfo del púgil ibérico.

Para sobrevivir a los malos tiempos, encajó en la vida bohemia francesa. Bailaba, cantaba, tocaba y dirigía la orquesta de un cabaré, cuando reapareció un antiguo protector, el afamado escritor y poeta francés Jean Cocteau.

Cocteau lo convenció de que podía volver a convertirse en campeón mundial, con su ayuda y la de amigos como la célebre diseñadora de la alta costura Coco Chanel, quienes financiarían los entrenamientos.

Brown recuperó condiciones y obtuvo la revancha anhelada ante Baltasar Sangchili. Le ganó en las tarjetas en el Palais des Sports, París, el 4 de marzo de 1938. Pero las organizaciones norteamericanas de boxeo no validaron el triunfo.

La inminente guerra mundial lo obligó a alejarse de Europa y refugiarse en Nueva York, en donde cayó en la indigencia. La policía lo encontró abandonado en una calle; creyendo que estaba dormido lo trasladaron a la estación, y como no despertaba lo llevaron al hospital Sea View de Staten Island. Cuando despertó descubrió que tenía tuberculosis y sífilis. Pidió papel y bolígrafo para escribirle una carta a la Asociación de Boxeo de Nueva York donde solicitaba un entierro digno. Un día después de enviar la carta, murió el 11 de abril de 1951.

En la historia de ‘Panamá Al Brown’ resalta su espíritu altruista. En ocasiones donó bolsas (el dinero por los combates) para mantener a los boxeadores que habían caído en la pobreza. Él murió en la miseria.

El hospital lo enterró en una fosa común. Luego amigos con quienes compartió vida nocturna lo reclamaron, haciéndose pasar por familiares. Tomaron el ataúd, que era una vulgar caja de pino, y lo pasearon por los bares que frecuentó en una operación denominada, la copa del adiós. Pedían dinero para sepultarlo, pero era para seguir bebiendo. Dos días después, al amanecer, lo devolvieron a la entrada del hospital. “Incluso muerto, Alfonso producía algunos dólares”, diría el escritor y pintor español Eduardo Arroyo, autor de Panamá Al Brown, una vida de boxeador (Ediciones Fórcola).

La Asociación de Boxeo de Nueva York pidió el cuerpo y lo enterró en Long Island. Un día después, el Consejo de Panamá lo reclamó, posteriormente lo ubicaría en el cementerio Amador.

“Fue un tipo extraordinario al que Panamá nunca le ha dado su lugar”, afirma Joel González, cronista deportivo con más de 20 años de experiencia. ‘Panamá Al Brown’ logró la impresionante cifra de 165 peleas profesionales, 130 victorias y mandó a dormir a 63 pugilistas.

Laguna, el ídolo que vendió periódicos

Pasaron 36 años para que otro colonense llevara al pugilismo panameño a la cima. Ismael Laguna, un niño que vendió periódicos y lustró zapatos para ayudar a la economía familiar, sería el protagonista de una nueva era del boxeo. Laguna era un personaje, incluso antes de ingresar a las filas del boxeo profesional. En las calles de su natal Colón se imponía a otros muchachos pese a su aparente fragilidad.

Desde entonces empezaba a hacer gala del exquisito estilo de boxeo que años más tarde lo inmortalizaría. “Los sábados, cuando tenía entre 9 y 12 años, iba a bañarme en la playa de calle 9 (Colón). Allí nadie quería hacer guantes conmigo”, contaría Laguna en una entrevista en 2021.

Se acercó al boxeo siendo adolescente y debutó profesionalmente el 21 de agosto de 1960, con solo 17 años. La inédita noche del 10 de abril de 1965, con un estadio Juan Demóstenes Arosemena, en el corregimiento de Curundú, abarrotado con 15.000 fanáticos, Laguna le disputó el título mundial ligero a uno de los más grandes de la historia, el puertorriqueño Carlos Ortiz.

El estadio era un “llenó de feria”. Los aficionados colonenses llegaron en “buses, tren” y “bien vestidos”. “No cabía ni el clásico alfiler”, resumió el veterano cronista colonense Marco ‘Ponchas’ Mendoza, citado por Nicolás Espinoza Serrano en “La noche mágica del Tigre de Colón”.

Tras el triunfo en 15 asaltos, los panameños salieron a la avenida Central y las cercanías de Calidonia. Una caravana de autos se unió a las masas para celebrar el triunfo del ‘Tigre colonense’, como se le conocía en el ambiente boxístico por su espíritu combativo.

El niño que otrora vendiera periódicos lo hacía ahora nuevamente de adulto, esta vez posicionado como noticia aclamada de primera plana, dándole a todos los medios de comunicación de la época el tema estelar con más demanda informativa. Fue el acontecimiento de la década. Por primera vez, un panameño disputaba y ganaba un cetro mundial en casa. Lo hizo ante la presencia de grandes personalidades de este deporte, entre ellos, Merv Mckenzie, entonces presidente de la Asociación Mundial de Boxeo. ‘Panamá Al Brown’ no tuvo la oportunidad de pelear un título mundial en casa ante su afición.

La impecable y emocionante transmisión de la Cabalgata Deportiva Gillette, el segmento deportivo con más audiencia de la época, con la locución de Buck Canel y el siempre recordado Tommy Cupas, es uno de los recuerdos inolvidables del triunfo de Laguna.

Laguna ganó la categoría de peso ligero de los dos organismos que había, el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y la Asociación Mundial de Boxeo (AMB). Esta hazaña le otorgó las credenciales para ingresar al Salón de la Fama del Boxeo Mundial en Nueva York (2001).

El último cetro lo obtuvo en Estados Unidos, en 1970, una época en la que el país luchaba por su soberanía. Laguna era el héroe de la nación. Un pugilista dueño de un estilo altamente técnico, al que nunca noquearon. Fue el ídolo que convirtió el boxeo en “una moda” para niños y jóvenes que querían imitar sus logros, “entre ellos Roberto ‘Mano de Piedra’ Durán”, comentó Carlos Salazar, miembro de la Comisión de Boxeo de Panamá.

El experimentado cronista deportivo de “Lo Mejor del Boxeo”, Daniel Alonso, describe a Laguna como un hombre que parte la historia del boxeo en dos, al convertirse en la inspiración para una nueva generación de campeones. Concluyó su carrera con 65 triunfos (37 Kos), 9 derrotas y 1 empate.

Fue un tipo extraordinario al que Panamá nunca le ha dado su lugar. ‘Panamá Al Brown’ logró la impresionante cifra de 165 peleas profesionales, 130 victorias y mandó a dormir a 63 pugilistas”
Laguna era el héroe de la nación. Un pugilista dueño de un estilo altamente técnico. Fue el ídolo que convirtió al boxeo en “una moda” para niños y jóvenes que querían imitar sus logros, “entre ellos Roberto ‘Mano de Piedra’ Durán”.

‘Curro’ abandonó la música para abrazar el boxeo

Entrenador de campeones

Ramón ‘Curro’ Dosman cantaba baladas para enamorados en un bar-restaurante que quedaba entre las calles 7 y 8 de la avenida del Frente, en Colón, propiedad de Isaac Kresh, cuando inesperadamente cayó en el boxeo.Colonense –de origen europeo– y hermano de un promotor de boxeo, concurría a los gimnasios a observar los entrenamientos. Hasta ese momento no imaginaba su vida ligada al boxeo.Lo suyo era entonces cantar; grabó discos que llegaron a escucharse en Radio Atlántico. Pero su obra artística quedó hecha cenizas cuando se quemó la emisora.Fue la primera voz de la orquesta del trompetista Víctor McDonald. Creó el grupo Simplemente Manhattan en honor al bar-restaurante donde trabajaba llamado Manhattan Bar, ante la inminente desaparición de la orquesta del trompetista.Un buen día, el propietario del restaurante le preguntó: “¿Por qué no te vas conmigo a Estados Unidos?”. Lo invitó a tomar juntos un curso de entrenador. Lo demás es historia, el boxeo se impuso a las baladas: fue el primer entrenador, nacido en el istmo, en llevar a un púgil local a campeón del mundo, Ismael Laguna. Sobresalió en una época plagada de entrenadores de origen antillano. Lo denominaron: “el entrenador de campeones”. Llevó también a convertirse en campeones mundiales a los nicaragüenses Alexis Argüello y Eddie Gazo, y al colombiano Fidel Bassa.

A los lectores

La Estrella de Panamá, que durante 174 años ha acompañado y registrado el acontecer del deporte nacional, se pone los guantes y sube al cuadrilátero. Desde hace tres meses emprendió un trabajo de investigación sobre el boxeo, un deporte noble y luminoso y, al mismo tiempo, con enormes dificultades. Hoy, con mucha satisfacción publicamos los resultados. Y es que esta disciplina hay que contarla, porque hizo que Panamá sonara en el mundo y además tuvo el poder de unir a toda una patria. Por ello, en estas páginas se desmenuzará, a través de cinco entregas, este deporte. Una serie que contará el pasado glorioso –que dio vastas alegrías– y el duro presente cuando la disciplina presenta grandes desafíos en la búsqueda por volver a coronar un campeón mundial. La pluma de nuestra reportera de investigación Marlene Testa detalla la historia centenaria de la disciplina, los pioneros, la pujanza de cuatro campeones, la política de Estado sobre este deporte, la mirada en el siglo XXI y la esperanza al retorno de un pugilismo competitivo. La periodista hace una exhaustiva investigación de nuestro boxeo para regalar al lector un relato fino y con un delicado lenguaje narrativo. Testa, bajo la edición del destacado periodista de deportes Álvaro Sarmiento, presenta esta pieza producto de extensas entrevistas, fuentes documentales y ardua reportería. Satisfechos, ya estamos en lona de tinta y papel. Un buen gancho no solo se da con el puño, también se da con una buena historia. ¡Qué vengan las apuestas! Que comience la pelea. ¡Bienvenidos al primer asalto de este combate pactado con ustedes, lectores!

Ivette Leonardi

Editora general de La Estrella de Panamá

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