Rosario Arias de Galindo, símbolo de una era

Actualizado
  • 01/01/2020 00:00
Creado
  • 01/01/2020 00:00
La hija del expresidente Harmodio Arias Madrid falleció esta semana a los 100 años de edad
Rosario Arias de Galindo, a sus 86 años de edad.

Durante sus 100 años de vida, Rosario Arias de Galindo vivió espectaculares aventuras. Recorrió en velero las islas del Mediterráneo; navegó por el río Nilo; visitó el área de los lagos al sur de Chile, los sitios más extraordinarios del África, América y Europa.

Nadie sospecharía que de todos esos viajes y aventuras, habría uno que ella consideraría especial y único. “Si tuviera que elegir uno, es el que volvería a hacer”, comentó en su libro de memorias El camino recorrido (editado por Julio Bermúdez Valdés, 2008).

Era 1970 y la dictadura militar estaba en su etapa más represiva. Para celebrar sus 50 años se inscribió en un curso dictado en la Zona del Canal: una semana de sobrevivencia en la selva. Su esposo, Gabriel Galindo, le rogó que no lo hiciera, pero, como en innumerables ocasiones, había tomado una decisión y se mantuvo firme en ella.

Los organizadores llevaron a los aprendices a uno de los lugares más apartados del río Chagres y le ordenaron a ella y sus compañeros lanzarse con botas y ropa de camuflaje para nadar hasta la orilla. En la selva profunda debían sobrevivir una semana, sin armas y sin comida.

De izquierda a derecha, Gilberto Arias Guardia, Harmodio Arias Guardia (Modi), Harmodio Arias Madrid, Roberto Arias Guardia (Tito) y Antonio Manuel Arias Guardia (Tony). Sentadas, Rosario Guardia de Arias y Rosario Arias Guardia.

“Montamos y desmontamos campamentos, aprendimos a tomar agua de bejuco. Cargamos con una gran olla donde echábamos cuanto conseguíamos, plantas o animales, y luego, como una gran sopa, todos comíamos de lo que se cocinaba”, relata en sus memorias.

Doña Rosario describe las sensaciones que hicieron aquella jornada inolvidable: “Sentir cómo se duerme la selva, con aquel escenario oscuro que, de manera repentina, filtra entre los árboles los rayos de la luna como si fueran cuchillos de plata, e ir asimilando una variedad de sonidos profundos, de silencios marcados, rotos en un instante por el chillido de un grillo, el croar de una rana, el grito de un mono o el inesperado trino de un ave solitaria que pareciera buscar en medio de la noche algo que se le ha perdido”, relata en el libro editado por Bermúdez.

“Cuando recuerdo aquellos días me reconforta, me hace sentir como si flotara y que, acogedora y tranquila, sintiera en mí la obra de Dios”, anota.

Así era Rosario Arias, una mujer sorprendente, valiente, luchadora y sensible. Educada en los mejores colegios del mundo, acostumbrada a tratar con presidentes, dignatarios, princesas y condesas, y con todos los privilegios que le daba ser la hija de un exitoso abogado y presidente de la República.

Pero ella fue, sobre todo, una mujer de acción, que supo afrontar con valentía, integridad y espíritu combativo las muchas pruebas que le dio la vida.

Le tocaría ver a su familia dividida por la política y el exilio, la represión, el encierro injusto de su padre y hermanos, la dolorosa enfermedad de su madre, la trágica muerte de su hermano pequeño, en plena juventud.

Una mujer valiente

A la muerte de su padre, pasó de ser ama de casa, sin ninguna experiencia, a dirigir la Editora Panamá América, conocida por sus opositores antes de 1968 como “El Imperio”, un conglomerado de medios de gran influencia en la vida política panameña y la pasión del expresidente.

En 1970, la familia fue despojada de la editora por el gobierno militar, que lo utilizó como medio de propaganda durante los 21 años siguientes, mientras regían los destinos del país.

Doña Rosario dio la cara por recuperar esta empresa que consideraba parte de la identidad de su clan. “Durante veintiún años fue una figura emblemática en las reuniones de la Sociedad Interamericana de Prensa, junto con Violeta Chamorro, defendiendo el derecho a la libertad de expresión y el derecho de su familia a conservar su propiedad, expropiada ilegalmente”, señaló su amiga y compañera de luchas, la exdiputada Teresita Yániz de Arias.

Las guacamayas, equipo femenino de baloncesto dirigido por Ricardo de la Espriella. Integrado por: Eyda Navarro, Marta Guizado, Ángela Ossa, Lelia Navarro, Lochita Arango, Lois Sasso, Judith Navarro, Cecilia Morrice, Lolita Moreno y Rosario Arias.

En el libro cuenta cómo en un principio se sintió intimidada y nerviosa en estos actos en que por primera vez en su vida debía dirigirse a un público numeroso, dominado por hombres de negocios. Al poco tiempo se convirtió en una experimentada oradora.

A lo largo de los años participó en primera fila en marchas y manifestaciones que defendían el derecho del pueblo panameño a una verdadera democracia. Fue líder de la Cruzada Civilista, invitada a dar testimonio ante el Congreso de Estados Unidos y numerosos grupos internacionales.

Por su incesante labor y valentía, recibió un homenaje del Movimiento Panameño de Mujeres Civilistas, del Club Rotario de Panamá, la condecoración Manuel Amador Guerrero y la Vasco Núñez de Balboa en Grado Oficial. En Chile recibió la Orden de Bernardo O'Higgins por sus luchas a favor de la democracia y la libertad de expresión.

Recuperación del patrimonio familiar

Durante el gobierno de Guillermo Endara, entre 1990 y 1994, ya a sus 70 años, volvió a dar la batalla por recuperar y poner a andar nuevamente la empresa familiar. En su libro de memorias relata cómo ella y su hermano Gilberto entraron al mismo edificio que su familia había construido en la década de 1970, encontrándose con que era un sitio oscuro, donde incluso se almacenaban armas y municiones y se entrenaba a los Codepadis.

El exembajador Milton Henríquez, que trabajó con doña Rosario como director del diario Panamá América, recuerda que a sus 70 y 80 años, “ella estaba presente todos los días (en las oficinas), y disponible para cualquier consulta... Sin hablar y solo por su presencia, fue una brújula moral y un ejemplo de integridad periodística”.

“Rosario era una mujer generosa, dispuesta a colaborar económicamente con causas que considerase importantes, pero, sobre todo, tenía una profunda conciencia de sus orígenes, de que su padre había sido un niño campesino que logró desarrollar su talento y hacer grandes contribuciones a su país, gracias a una beca que le permitió acceder a los mejores centros de educación del mundo. Por eso, ella siempre quiso dar oportunidades educativas a la población panameña. El Panamá América destinaba sumas importantes a publicar suplementos educativos”, comentó a este medio la exdiputada Teresita Yániz de Arias.

En su libro de memorias, El camino recorrido, concebido como un legado para que sus hijos, nietos y bisnietos, conocieran “cómo se construyó el Panamá de hoy”, ofrece un relato invaluable como testigo de uno de los siglos en que la vida humana experimentó más cambios que nunca antes en la historia.

Nació el 4 de enero de 1920, en el Panamá de los coches tirados por caballos y vio la llegada de los automóviles. Usó los teléfonos manejados por operadoras (que “conocían todos los secretos de las familias del país”, cuenta). Vio los mítines en el parque de Santa Ana; la llegada de las lavadoras eléctricas, de la radio, la televisión, de la computadora, el internet y el celular.

Estaba allí cuando ocurrió el Movimiento Inquilinario (1925), la firma del tratado Arias Roosevelt, el asesinato de José Remón, los golpes dados a su tío Arnulfo Arias, la invasión, la vuelta a la democracia.

En Europa vio actuar a Lily Pons, a Edith Piaf, a Josephine Baker, a María Callas. Fue cuñada de Margot Fontaine y trató como amigos de su familia a Eleanor Roosevelt y a John Wayne. Vivió en París durante varios meses con su tío Arnulfo Arias, su esposa Ana Matilde y su primo Gerardo. Con ellos acudía a las ceremonias diplomáticas en los que su tío la presentaba como “su hija”. Desde este palco privilegiado del mundo diplomático, vio cómo las naciones europeas se preparaban para la guerra. Se asustó al ser testigo de la histeria colectiva que eran capaces de provocar Benito Mussolini y Adolfo Hitler.

Hasta el final permaneció lúcida, consciente de cada uno de estos acontecimientos y lo que esos cambios representaban. Algunos le gustaron, otros no. Entre estos últimos, nunca se acostumbró a cómo la sociedad se iba vulgarizando, cómo las faltas de respeto, las malas maneras y la chabacanería se convertían en un fenómeno globalizado por los medios de comunicación.

Bella Vista

En su libro narra cómo en la década de 1930 del siglo XX, su familia fue una de las primeras en instalarse en Bella Vista, un área que entonces estaba en las afueras de la ciudad.

“Había solo tres calles, la 44, 45 y 46 y una vegetación espesa las bordeaba, imponiendo un ambiente plácido y tranquilo, fresco y verde... Las calles parecían la manifestación tímida de una cultura emergente que, convertida en trocha de asfalto y rieles, trataba de abrirse paso a través de un bosque virgen”, relata.

Modi junto a Rosario Guardia de Arias, quien tiene en brazos a Rosario Arias Guardia. En el triciclo, Tito. Bella Vista, 1920

“Caminábamos libremente por la playa hasta donde había una base del ejercito de Estados Unidos”, en los alrededores de Punta Paitilla.

En su libro de memoria nos recuerda cómo en la calle 43 de hoy, justo donde se encontraba la sede del banco BBVA desembarcaba el ganado que venía del interior de la república.

“Las reses eran lanzadas desde las embarcaciones a las aguas de ese lugar. Aquello parecía el viejo oeste. Los animales comenzaban a nadar a la orilla y correr por todos lados, para hacer un día de fiesta de los muchachos. Muchos corríamos, nos montábamos en los árboles, los más audaces capturaban las reses y las ataban a los troncos o en ramas fuertes hasta que los vaqueros las retiraban. No era ninguna novedad para los vecinos llegar en las tardes a sus hogares y encontrar una vaca atada en el jardín de su casa o en un árbol cercano”.

“No me ha sido fácil escribir sobre mí misma. Decidí asomarme a este balance de mi vida porque creo que algunos de sus aspectos deben ser conocidos por ustedes, mis descendientes”, señala en la introducción de sus memorias, escritas en septiembre de 2008, a los 88 años de edad.

“La conclusión de mis razonamientos es que debemos juzgar a las personas por la calidad de sus acciones y no de sus palabras, y que la democracia y la libertad de expresión son tan silenciosas como la salud. Nadie sabe cuánto valen hasta que se pierden”.

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