De maestros y ríos crecidos; el riesgo de educar

Actualizado
  • 12/10/2018 02:00
Creado
  • 12/10/2018 02:00
Mientras en las sierras y tierras lejanas haya panameños necesitados de leer y escribir, habrá maestros con alma grande para abrir nuevas trochas y superar todas las barreras, hasta el terror de los ríos crecidos

A principios de los años 50, un hombre cambió el destino de la bucólica comunidad de Piedras Gordas, en La Pintada, montañas de Coclé. El grito de ‘¡viene el maestro, viene el maestro!' alertó al soñoliento comité de bienvenida.

Era domingo por la tarde cuando el extraño se apareció montado en su caballo de alquiler. Un sombrero de pintas negras mostraba sus raíces ocueñas. Vestía camisilla manga corta y pantalón negro, arremangado hasta la rodilla.

TRAGEDIA EN EL RÍO

A lo largo de los años, los educadores han sido víctimas de las crecidas.

El 20 de mayo de 2007 dos maestros perdieron la vida en el río Palmares, en la comarca Ngäbe Buglé.

El pasado miércoles, una cabeza de agua en el río Jacaque arrastró un vehículo donde viajaban dos docentes.

Pascual Serrano, de 22 años, blanco y delgado, era un romántico empedernido, soñador y poeta sin descanso. Se enfrentaba a la oportunidad de demostrar lo aprendido en la legendaria Escuela Normal de Santiago.

Hubo silencio. Pero la emoción venció al susto. Bajó una vieja maleta, atrincada con soga de manila. Entre la ropa, envuelto en papel plástico, venía el lonche preparado en la madrugada por su madre Eloísa María Varela.

La comida estaba fría, pero en aquellos parajes desconocidos le recordaba la despedida de su madre, allá en El Cristo de Aguadulce: ‘Hijo, llévate un bollo, come y no trasnoches. Que mi bendición te acompañe siempre'. Y el tradicional beso en la frente...

Dos niños, caretos por las huellas del último guate (especie de maracuyá), le entregaron una batea con flores silvestres y frutas del campo. Serrano entendió que ya no había retorno. Empezaba la lucha contra su peor enemigo: el analfabetismo.

Estrechó la mano a uno por uno. ‘Eran muy pobres y muy dignos. Tenían la moral en alto, amaban sus tierras. Me enamoré de sus miradas claras, sinceras, llenas de esperanza', relató una vez ‘el maestro', quien murió el pasado 11 de septiembre a los 90 años.

Alejandrino, un niño chiquito como una lenteja, selló con un abrazo el primer encuentro con ‘El maestro Pascual', como se le conocería en adelante.

EL ‘AMANSA GUAPOS'

Con sus recursos, Serrano compró un lote y lo habilitó como escuela rancho para niños y adultos. También instaló una tienda para la comunidad. Les regalaba zapatos y ropa. Nunca practicó el paternalismo. Les recompensaba en base a méritos.

Organizó los grupos en equipos, creó programas de nutrición. Unos sembraban y otros cocinaban. Enseñó primeros auxilios, prevención de enfermedades, artes manuales, conservación del ambiente, etc. Era polifacético: maestro, amigo, médico, sacerdote y promotor cultural.

Durante su misión en Piedras Gordas, resistió los embates de la naturaleza. Cruzaba los ríos con el agua al pecho, los brazos en alto y un libro en cada mano. Fue solidario con sus compañeros. Promovió cruzadas en favor de los maestros de servicio en áreas remotas y peligrosas.

Después de Piedras Gordas, trabajó en las escuelas Alejandro Tapia Escobar y Abelardo Herrera, ambas en Aguadulce, Coclé. Por su seriedad y rectitud le encargaban los grupos problemáticos, los fracasados, los desahuciados. ‘No veía a mis estudiantes como si fueran un sembrado de repollos, los veía diferentes y les daba un trato individual. El método nunca falló', comentó en una ocasión. Tanto colegas como discípulos lo llamaban ‘El amansa guapos'.

Lo que hizo en Piedras Gordas lo replicó en una comunidad pobre llamada El Naranjal, en El Cristo de Aguadulce. Consiguió, por insistencia, que el general Omar Torrijos Herrera construyera una escuela en el lugar.

Torrijos, quien provenía de familia de educadores, fue un día a la casa del maestro para conversar sobre educación en áreas de difícil acceso y el futuro de El Naranjal.

EL DEBER Y EL APRENDER

Dimas González Caicedo, padre de tres maestros, afirma que en estas apartadas regiones algunos docentes, maestros y profesores, continúan viviendo en chozas sin luz, usando letrinas y consumiendo agua de pozo, origen de enfermedades estomacales.

En ocasiones hasta pagan impuestos por entrar o salir de las comarcas y por utilizar el teléfono público. Por lo regular, la dieta consiste en guineo, coco, pescado o carne de monte.

Según González Caicedo, arriesgan la vida en busca de la permanencia. ‘Viven solitarios, recostados a una esterilla rústica, lejos de la familia; acechados por felinos, reptiles e insectos venenosos, y cuanto enigma animal y vegetal hay en la montaña'.

Siempre recordaré aquel trágico domingo de mayo de 2007 cuando me tocó redactar un reportaje junto a Ney Castillo, corresponsal del diario La Prensa en Veraguas y periodista de ligas mayores.

El primer párrafo de la nota retrata el drama: ‘El pasado domingo (20 de mayo de 2007 en Kusapín, comarca Ngäbe Buglé) en la tarde los correntones del río Palmares venían con estruendo de tragedia. En medio del rugido de agua sucia, los entumecidos brazos del maestro Julio César González ya no podían mantener más a flote a su compañera Yamileth (Calderón). ‘Le dije a la maestra Yamileth que no podía más, luego me soltó la mano y se perdió con la corriente'.

Todo sucedió en un instante. La emboscada del Palmares también se llevó a la maestra Doris Gaug Dixon y a su hijo Derien Castillo, de seis años.

Y sigue el reporte: ‘Como hasta los ríos tienen un límite, el cadáver de la educadora Yamileth Calderón, de 24 años, fue encontrado en el río Cuay. Doris Gaug Dixon y su hijo Derian y el guía, de 15 años, continúan desaparecidos'.

González y los demás educadores que iban para las escuelas de Kusapín fueron encontrados vivos, pero con severas lesiones.

Una pesadilla semejante se repitió el pasado domingo 9 de septiembre. Le tocó a Mayra Madrid, reportera de Crítica , comunicar la fatalidad. ‘El cuerpo de la maestra Aliuska Peñalba, quien fue arrastrada por el río San Juan la tarde del domingo, fue ubicado la tarde de ayer lunes'.

‘La docente fue alcanzada por una cabeza de agua cuando intentaba cruzar el río para ir a la comunidad Hato Culantro, en la comarca Ngäbe Buglé, donde iniciaría su trabajo a cargo del preescolar de la Escuela de Guabo…'.

Triste realidad. La furia de los ríos pasa, pero el conocimiento queda. Nunca un sacrificio es en vano.

Días atrás, en la comarca Ngäbe Buglé, una cabeza de agua en el río Jacaque arrastró un vehículo donde viajaban dos docentes y tres menores de edad, quienes perdieron la vida junto a una maestra.

TAREAS PENDIENTES

Consultamos a Christian Sánchez Reyes, director nacional de Recursos Humanos del Ministerio de Educación (Meduca) para que diera su versión sobre este problema.

Dijo que actualmente en la institución laboran 45 mil docentes, de los cuales 11 mil trabajan en áreas de difícil acceso. ‘El Meduca paga 14.1 millones de balboas en compensación por ser área de difícil acceso. Se brinda facilidades de transporte —aéreo, terrestre y marítimo— al inicio del periodo escolar y al finalizar el año lectivo', afirmó.

El Servicio Nacional Aeronaval (Senan) y el Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc) están siempre en alerta ante cualquier emergencia de los educadores.

Los docentes de todo el país cuentan con una póliza de accidentes de vida, con una cobertura que incluye: muerte natural, muerte accidental, desmembramiento, incapacidad total y permanente, cobertura de cáncer, gastos médicos, gastos funerarios y anticipo parcial por enfermedad terminal.

Sánchez Reyes reveló que los maestros y profesores, debidamente certificados como de área de difícil acceso, disponen de un seguro basado en una triple indemnización por accidente. Por ejemplo: un salario mensual de 1,340 balboas por 36 meses arroja un total de 48,240 balboas de suma asegurada. Además, reciben cada dos años el sobresueldo, según la categoría de cada docente.

Rosalba M.B., maestra jubilada, considera que la lucha generacional de los gremios magisteriales ha rendido sus frutos, pero con voluntad se puede hacer más. ‘Todo no es plata, se requiere más apoyo de la sociedad, falta cooperación entre el hogar y la escuela, y el reconocimiento social de los que apuestan la vida en montañas y zonas selváticas', recalcó.

Piedras Gordas es ahora un próspero y floreciente pueblo, con mucho potencial turístico. Quizás el cemento ha borrado los caminos transitados por ‘El maestro Pascual', pero nunca la semilla que sembró en el corazón de sus discípulos. Mientras en las sierras y tierras lejanas haya panameños necesitados de leer y escribir, habrá maestros con alma grande para abrir nuevas trochas y superar todas las barreras, hasta el terror de los ríos crecidos.

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