Los pronunciamientos separatistas

Actualizado
  • 20/11/2021 00:00
Creado
  • 20/11/2021 00:00
Lo expuesto significa que al margen de los afanes puramente políticos se desarrollaba y consolidaba una conciencia nacional inspirada en el conocimiento de sus problemas básicos y muy conscientes de la necesidad de divulgar los logros de las actividades socio-culturales que eran entonces cotidianas. Esta realidad contradice la tesis absolutamente impropia y que sostiene que en el siglo XIX reinaba entre nosotros el oscurantismo y la apatía nacional
Los pronunciamientos separatistas

Publicado originalmente en 2010.

Antes de 1821, el istmo de Panamá guardaba vínculos políticos con la Nueva Granada. La unificación de Venezuela, Ecuador y Nueva Granada produjo el nacimiento de la República de Colombia. En 1821, Panamá rompe sus nexos con España y después de “las más detenidas discusiones” resolvió entrar a formar parte de la nueva entidad política. En las deliberaciones se desestimó constituir una república con Perú. Lo que significa que para los revolucionarios, la independencia de España hacía volver a Panamá a su punto original, de sector territorial independiente. Antes de 1821, Panamá era parte, no siempre, de la Nueva Granada. Era parte, no una dependencia; no era una colonia de otra colonia. Tenía su propia e histórica personalidad.

En 1821, Panamá abrazaba los principios federalistas y al declararse “libre e independiente de España” confirmó sus lineamientos federales al consignar en el punto noveno del Acta de independencia que “el istmo, por medio de sus representantes, formará los reglamentos económicos convenientes para su gobierno interior; y en el ínterin, gobernarán las leyes vigentes en aquella parte que no diga contradicción con su actual estado”.

En el acta de Los Santos del 10 de noviembre de 1821 se proclama la independencia de “la dominación española” porque España no pierde un momento para “subyugar cada día más la libertad del hombre”. Y con el voto general del pueblo “se procedió al juramento de independencia” bajo el auspicio y garantía de Colombia. Es decir, como ocurrió posteriormente en la ciudad de Panamá, el Grito de Los Santos, grito de independencia, se dio en relación con la coyunda colonial impuesta por España, dependencia que determinaba el sistema político que guardaba relación con Nueva Granada.

El acta de proclamación de independencia de La Villa de Los santos de modo implícito revela la voluntad de formar parte de la nueva entidad que sustituya a la Nueva Granada para configurar un Estado Federal llamado Colombia. Es una independencia con objetivos perfectamente políticos.

En el año de 1826 se dio la primera manifestación de independencia. Fue una reacción contra el centralismo institucional colombiano prematuramente establecido. Era la política de Bolívar. Los panameños suscriben su acta de propósitos autonomistas y expresan su deseo de convertirse en un país anseático; es decir, en una entidad que promueve la asociación de ciudades dedicadas al comercio. El movimiento de 1826 aborta en virtud de la imposición de las fuerzas políticas bolivarianas, pero quedó sembrada la semilla autonomista que pretendió germinar o germinó en ocasiones anteriores.

Al desintegrarse la República de Colombia con la separación de Venezuela y Ecuador, el 26 de septiembre de 1830, Panamá acordó separarse igualmente de Colombia. Es decir, Panamá, unida voluntariamente a Colombia como lo fue Venezuela y Ecuador, resolvió voluntariamente bajo el mando de José Domingo Espinar, “separarse desde hoy del resto de la República, y especialmente del gobierno de Bogotá”.

La independencia de 1830 postulaba la unidad de Colombia; es decir, el retorno a su seno de Venezuela y Ecuador. Asimismo, acepta su reintegro a Colombia “luego que el Libertador se encargue de la administración o desde que la nación se reorganice unánimemente” de cualquier otro medio legal.

Es interesante observar que en los pronunciamientos del 10 y 28 de noviembre de 1821 y el del 26 de septiembre de 1830 se dispone consultar las decisiones tomadas con todos los pueblos del istmo. Lo que significa que existió una conciencia nacional, de identidad como pueblos de una misma comprensión geográfica.

El 9 de julio de 1831 hubo un nuevo pronunciamiento separatista. El acta del Cabildo Abierto convocado para tal fin, tiene una particularidad que debe ser destacada. Los congregados lo hicieron para “discutir en perfecta calma los intereses preciosos del país”. Este considerando reafirma la identidad espiritual de los istmeños en aquellos años de su existencia. El acta de 1831 es la más nacionalista, según los intereses en juego, pero consigna fundamentalmente una visión de futuro acerca del papel del istmo como entidad independiente. Políticamente concibe cualquier federación como propia de una organización autónoma; desde un ángulo de política internacional, el istmo es proyectado como una nación, con derecho a tener relaciones francas con todas las naciones de la Tierra, por tener clara conciencia de la posición privilegiada del istmo y por ello llamado a ser centro de unión de los pueblos de Europa, Asia y América. Y todo lo vislumbraba en 1831 como centro de un camino que debe interesar al mundo y a la Confederación colombiana.

Este documento de 1831, a mi juicio el más adecuado hasta entonces al papel mercantilista o de tránsito de Panamá, tendencia que se observa en todos los movimientos separatistas, usa una fraseología que da a la separación un carácter moralmente irreprochable, porque hace descansar la independencia en verdades de todo género, incluyendo las jurídicas: “Los hijos del istmo, dice, autorizados por las circunstancias actuales pueden y deben ver por su futura felicidad, haciendo uso de la soberanía que han reasumido y de que no han dispuesto después de la rotura del antiguo pacto colombiano”. Al reasumir –en palabra clave– el pueblo su soberanía, se presenta, como dice el excanciller colombiano Uribe Vargas, refiriéndose a la España de la posinvasión, el fenómeno político conocido como retroversión de la soberanía. Esa retroversión de la soberanía fue obra de los cabildos, al igual que en el Panamá independentista (1821–1903).

Lo que viene expuesto significa que los panameños tenían muy claro el estatus de su personalidad política. Lograda la independencia de España, disuelta la Nueva Granada para adoptar el nombre de Colombia, y desmembrada Colombia, a Panamá le incumbía, exclusivamente, diseñar su futuro. Por ello en 1831, Panamá, con plena autonomía de la voluntad, resolvió declarase territorio de la confederación colombiana con una administración propia. También resolvió adoptar el rango político a que estaba llamada naturalmente. El istmo panameño no se apartó del hilo histórico que para entonces lo podía definir como Estado con aspiraciones federales.

Luego de la liquidación del movimiento separatista de 1831 con el fusilamiento de los generales Juan Eligio Alzuru, Luis Urdaneta y otros, en Bogotá no declinaba el temor de una nueva separación. Según cuenta Arboleda, Obando en carta del 7 de octubre de 1831, decía el coronel Córdoba:

“Estoy temiendo una diablura de los libertadores del istmo. Antes hubo síntomas de separación y temo que los triunfos contra Urdaneta hayan ensoberbecido a estos señores y nos salgan con un Estado soberano”.

Es interesante acotar que en el año 1832 hubo un frustrado movimiento emancipador. Gustavo Arboleda en su “Historia contemporánea de Colombia”, señala que:

“En Panamá, a los pocos días de pacificada esa región había comenzado a manifestarse un nuevo partido separatista, que tenía entre sus adherentes a muchos personajes de influjo de las dos provincias istmeñas. Frente a ese partido había otro integrista, que trabajaba para impedir el triunfo de su contrario y mantener incólume la soberanía granadina. Estaba a la cabeza de los leales el prefecto Vallarino y el comandante general Herrera”.

“El primer grupo se dividía en dos, encabezado por Mariano Arosemena el uno, y por José de Obaldía el otro. Los primeros querían la anexión a Ecuador, los segundos la formación de una república anseática protegida por Inglaterra y Estados Unidos, y en tal sentido trabajó de Obaldía, sin fruto alguno, ante los cónsules de aquellas naciones acreditados en Panamá”.

El mismo Arboleda señala que quienes querían la anexión a Ecuador tenían el apoyo del presidente Flórez. Mariano Arosemena publicó un manifiesto sobre las ventajas de la anexión. El complot fue descubierto y los cabecillas de la subversión, teniente Melchor Durán y el alférez Casana fueron fusilados. Otros militares fueron detenidos y los instigadores emigraron.

En la década de 1830, del decimonono se continuó desarrollando el espíritu cívico de los istmeños. El mismo Arboleda acota que “el espíritu de asociación continuó desarrollándose y los centros de instrucción, temperancia y mejoras materiales fueron proficuos resultados. En Panamá existía, desde hace algún tiempo antes, la sociedad de 'Amigos del País' que trataba de agricultura, comercio e instrucción pública, ramos sobre los cuales tocó presentar memoria en 1834 a los socios José de Obaldía y Mariano Arosemena. La Sociedad contó en 1835 con un órgano de publicidad que llevaba su mismo nombre, y que fue sucesor El Comercio Libre y El Vigía del Istmo, fundado este en 1834 y el otro en 1835”.

La preocupación de los panameños por el progreso de su patria tiene en su historia las pruebas debidas. La Cámara Provincial de Panamá en 1831 y 1833 discutió “el modo de atravesar el istmo con una carretera”. Esa inquietud produjo el Decreto del 25 de mayo de 1834 que autorizó bajo el gobierno de Santander la construcción del camino de ruedas a través del istmo. Es el antecedente de lo que después fue el ferrocarril y el propio canal.

En cuanto a la preocupación de los panameños por objetivos esencialmente políticos, Figueroa Navarro glosando a Mariano Arosemena dice que “El patriciado de la ciudad de Panamá, amante de las ideas republicanas, instala, hacia 1820, unos círculos de patriotas en el interior: en Portobelo, en La Chorrera, en Penonomé, en Los Santos y en David... Esta organiza tres o cuatros sociedades patrióticas, en la capital, para popularizar los proyectos de independencia”.

Lo expuesto significa que al margen de los afanes puramente políticos se desarrollaba y consolidaba una conciencia nacional inspirada en el conocimiento de sus problemas básicos y muy conscientes de la necesidad de divulgar los logros de las actividades socio-culturales que eran entonces cotidianas. Esta realidad contradice la tesis absolutamente impropia y que sostiene que en el siglo XIX reinaba entre nosotros el oscurantismo y la apatía nacional.

En el año de 1834, cuenta Arrocha Graell que Francisco Soto expresó en el Senado bogotano que “por la naturaleza del istmo, la independencia habrá de lograrse ya antes ya después, más tarde o más temprano”.

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