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Periodistas bajo fuego
- 23/11/2023 00:00
- 23/11/2023 00:00
No fue fácil convencer al periodista Franklin Bósquez D'Giovanni para que nos concediera esta entrevista, pues considera que los comunicadores estamos para entrevistar, no para que nos entrevisten, pero después de varios mensajes y llamadas, decidió compartir sus pensamientos con nosotros.
Bósquez fue un gran reportero durante los tiempos más difíciles y peligrosos de la historia republicana. Enfrentó riesgos personales al intentar informar sobre la realidad política y social de entonces.
Se trataba de un “sabueso”, como lo llamaba Chinchorro Carles, que tenía la capacidad y el compromiso para enfrentar los desafíos de aquellos tiempos.
Defendía con su pellejo la libertad de información y de expresión, y luchaba contra la censura, que era muy común durante la dictadura, cuando ejercer el periodismo representaba un gran desafío.
A pesar de las dificultades señaladas, Bósquez siguió trabajando para informar a la población y denunciar las violaciones de derechos humanos y la corrupción del régimen. Mantuvo su compromiso con la verdad y la justicia, incluso en las condiciones más difíciles.
Fue fundador y presidente del Colegio Nacional de Periodistas, bastión de lucha que entonces tuvo una gran beligerancia en cuanto a la defensa de la libertad de expresión.
Le tocó cubrir hechos sin precedentes ocurridos en Panamá, como fue el asesinato y decapitación del médico guerrillero Hugo Spadafora Franco por parte de las Fuerzas de Defensa (el 13 de septiembre de 1985), quien fuera un crítico acérrimo del entonces general Manuel Antonio Noriega.
Bósquez se caracteriza por ser un personaje muy relajado y jovial, pero cuando se trata de asuntos serios, no hay quien lo haga reír ni chistear…así es cuando asume su papel de catedrático.
Me fui de Panamá en 1987 para seguir mis estudios de posgrado. Fueron cuatro años de ausencia. Un año para consolidar mi inglés (que era muy rupestre, por cierto); dos años para concluir mi máster en comunicación masiva; y otro año que me desempeñé, luego de pasar exigentes pruebas y requisitos, como profesor de periodismo y español en el sistema escolar de la ciudad de Wichita (Kansas).
Luego de la defenestración de las Fuerzas de Defensa, que eran criminalmente comandadas por Manuel Noriega, regresé a Panamá en junio de 1990. El entonces rector de la Universidad de Panamá, Dr. Abdiel Adames (hoy fallecido), me pidió que lo visitara para que le mostrara mi diploma y conversar sobre mi futuro laboral.
Adames indicó que, en vista de que yo había ganado en buena lid un concurso de cátedra, era una oportunidad de oro para relanzar formalmente mi carrera docente en la principal universidad del país. Me ofreció una partida presupuestaria disponible para laborar como profesor de tiempo completo. Y acepté. El pasado mes de marzo cumplí 46 años de servicios docentes en la casa de Méndez Pereira, que no es poca cosa.
Confieso que, como periodista, nunca obtuve los ingresos necesarios para una vida mejor, pues en esa época los salarios no eran atractivos. Sin embargo, desde que comencé mi función como profesor universitario de tiempo completo, combinado con mi práctica liberal de las relaciones públicas, mi situación financiera registró una transformación de 180 grados. Extraño el periodismo, sí, pero no añoro cuando sufría dificultades monetarias. Una simple cuestión de prioridades.
El periodismo siempre se ejerce debajo de un paraguas llamado peligro. Las circunstancias cambian de una época a otra. Durante el gobierno militar podías desaparecer de la noche a la mañana y, además, se utilizaba a la justicia como un mecanismo intimidante, pues los jueces estaban al servicio de los uniformados. Recuerdo que una vez Fabián Echevers, quien dirigía La Prensa, me comentó que estábamos sometidos a un terrorismo judicial. No he olvidado esta frase. Hoy los obstáculos son distintos, aunque la justicia no logra ejercer todavía el papel decente que todos esperamos.
Por hechos que sería muy extenso explicar, cuando tuvimos indicios sobre la desaparición de Hugo Spadafora, la redacción de La Prensa estaba a mi cargo. En la tarde, Carmelo Spadafora, padre de Hugo, entró a la redacción. Vi su rostro con tanta angustia, que en ese momento percibí que su hijo estaba muerto. Luego, desde Costa Rica, se oficializó la información sobre el hallazgo del cadáver del médico guerrillero. Pensamos mil y un verbos distintos para titular la noticia del día siguiente. Decidimos usar “Ejecutan a Spadafora”, pues todos los indicios conducían hacia un plan orquestado por los servicios de inteligencia de las Fuerzas de Defensa, entonces comandadas por Manuel Noriega. Fue tanta la presión que sentíamos en el periódico durante tal evento, que nadie se percató de un error gramatical que apareció en el subtítulo: usamos “hayan” del verbo haber y no “hallan” del verbo hallar para informar sobre el cadáver de Hugo Spadafora encontrado en territorio costarricense.
Casualmente fue cuando la junta directiva de La Prensa me solicitó que cubriera todas las incidencias del asesinato macabro contra Hugo Spadafora. Me acompañaría el fotógrafo Aurelio Jiménez. Pero debíamos viajar a Costa Rica y, desde la capital San José, trasladarnos a la frontera con Panamá. Desde el lado panameño era muy peligroso y, en adición, las Fuerzas de Defensa no lo permitirían. En ciudad Neily, Costa Rica (a una distancia de solo 18 km con la frontera de Panamá), el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) nos facilitó un vehículo todoterreno y dos detectives para escoltarnos. Cerca de la frontera nos hicieron un par de disparos desde el lado panameño, pero no pasó a mayores. Nunca supimos quién o quiénes dispararon. Cuando terminamos nuestra investigación periodística, el piloto del avión comercial que habíamos alquilado nos dijo que, por las inclemencias del tiempo, debíamos pernoctar en ciudad Neily y regresar a San José al día siguiente. Me negué rotundamente; yo sabía que los “sapos” del G2 (inteligencia de las Fuerzas de Defensa) entraban a territorio tico como si fuese su casa. Recuerdo que el costo de transportarnos por vía aérea desde San José hasta ciudad Neily, y viceversa, alcanzó unos $600. Yo le dije al piloto que teníamos que rifárnosla: saqué otros $500 y se los ofrecí. El piloto aceptó y tomamos rumbo hacia la capital josefina. Fue un trayecto horrible y peligroso; yo pensaba que el avión se estrellaría, pero llegamos sanos y salvos. De negarse el piloto a mi requerimiento, estábamos dispuestos, Aurelio y yo, a tomar un autobús y recorrer los más de 300 km de distancia hasta San José. Pero quedarnos en ciudad Neily, jamás.
Sí. Es cierto. El libro Primer anecdotario del periodismo panameño ha gustado bastante. Pero son muchos los periodistas que me han pedido una segunda entrega para ellos formar parte de este experimento. Debo aclarar que, ante el repentino y doloroso fallecimiento de la coeditora Alina Guerrero, tú me acompañarás en el nuevo esfuerzo editorial.
Te lo estoy ofreciendo en serio.
El Colegio Nacional de Periodistas (Conape) surge cuando el entonces secretario general del Sindicato de Periodistas de Panamá, Mario Martínez Puente, opinó en público que los periodistas miembros de esta organización eran el “brazo informativo” del gobierno militar. Esta fue una declaración vergonzosa, pues no todos los periodistas éramos abyectos de Noriega y sus adláteres. Entonces comencé a entrevistar para La Prensa a muchos periodistas que estaban disgustados y ultrajados por la aseveración de Martínez Puente y que, en adición, estarían dispuestos a apoyar la creación de un nuevo gremio, bajo la figura de colegio. De repente mi jefe inmediato en La Prensa, Alfredo “Wilfi” Jiménez, me dijo: “Tú eres el man de la vaina. Comienza a darle forma al nuevo colegio”. Y, en efecto, junto con otras personalidades que, por ahora, sería larguísimo enumerar, concebimos el estatuto y celebramos la primera convocatoria, que fue muy nutrida y apoteósica, donde me escogieron para presidir la primera junta directiva provisional.
Los medios tradicionales luchan por sobrevivir (para no decir que rechazan morir). Los periódicos son los más afectados. La radio se defiende bien. Y las televisoras no saben qué hacer ante la multiplicidad de retos que surgen diariamente, verbigracia, los servicios de streaming para mencionar solo uno de ellos. Sin embargo, ya vemos que muchos periódicos del mundo han logrado con éxito el denominado crossover: ya la inmediatez de la noticia no es lo importante, sino la profundidad cuando se narran los hechos. The New York Times es el ejemplo más fehaciente de ello.
Antes se decía que los periodistas éramos los “perros guardianes” de la sociedad. Pero ya todo cambió. Ahora la sociedad, gracias a las redes sociales, se entera de los hechos de una manera rauda e instantánea. Los ciudadanos están bien empapados y hasta disfrutan de los rumores. Los jefes de noticias deben escoger con sumo cuidado quiénes deben ser los encargados de cubrir las historias protagonizadas por grupos extremadamente beligerantes. No debemos olvidar, como siempre lo decía Gustavo Le Bon, que una persona puede ser muy serena individualmente, pero como parte de un conglomerado, puede cometer acciones hasta de carácter criminal. La famosa cadena Fox News exige a sus reporteros que no se identifiquen por ningún lado cuando acuden a cubrir eventos donde están personas relacionadas con el partido Demócrata, caracterizado por ser muy liberal. Fox News es una organización conservadora con fuertes lazos con el partido Republicano. Presentarse como periodista de Fox News en un evento liberal es como convocar a un suicidio. Lo mismo ocurre con los periodistas de CNN, que es un conglomerado bastante liberal, cuando cubren los eventos protagonizados por los republicanos o conservadores. Insisto: aquí los jefes de medios deben jugar mosca, como se dice popularmente, para evitar que algún periodista salga lastimado. Sentido común, que le llaman.