Integrantes de la caravana migrante en el estado de Chiapas, en el sur de México, denunciaron este jueves 21 de noviembre que las autoridades les bloquearon...
La pérdida y necesidad de un centro urbano
- 17/04/2021 00:00
- 17/04/2021 00:00
La configuración de la ciudad de Panamá a partir de la segunda mitad del siglo XIX y hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial estuvo caracterizada por flujos de población migrante atraída por los servicios y actividades que se realizaban alrededor de la zona transístmica.
Durante todas estas oleadas de migrantes y el auge de la economía, uno de los problemas centrales fue la disponibilidad de vivienda suficiente y adecuada donde alojar a los trabajadores que llegaron para laborar en estos proyectos.
De acuerdo con el arquitecto e historiador Eduardo Tejeira-Davis, “el máximo auge del negocio de los alquileres fue a principios del siglo XX. Además de que había miles de obreros en busca de casas, los comerciantes y casatenientes de la oligarquía local no tenían muchas alternativas para invertir”.
Tejeira-Davis apunta el deterioro de este “cinturón de barrios de inquilinato”, constituido por los barrios de Santa Cruz y El Marañón en Calidonia, Santa Ana, El Chorrillo y más tarde Curundú, a tres factores principales: las políticas de intervención del mercado de alquileres, el abandono del centro urbano por las élites que habían ocupado el barrio de San Felipe desde la época colonial en favor de las nuevas urbanizaciones suburbanas del corregimiento de Bella Vista, y la falta de inversión por parte del Estado en recuperar e integrar estos barrios de inquilinato al tejido urbano, social y económico de la ciudad de Panamá.
En el caso de las políticas de intervención del mercado de alquiler, estas inician en 1935, bajo la presidencia de Harmodio Arias, quien promulgaría leyes que protegían a los inquilinos de aumentos desproporcionados en el alquiler o de los lanzamientos.
“Nuevos decretos para la congelación de los precios de los alquileres se promulgarían en 1945 y 1959, los cuales llevarían a “un punto de no retorno para el negocio de los alquileres en los barrios céntricos, ya que estas sumas no eran suficientemente rentables para los casatenientes, y como consecuencia, muchos dejaron de invertir en el mantenimiento de las propiedades”, según Tejeira-Davis.
Al tiempo que se daba este proceso de construcción, explotación y abandono de los barrios de inquilinato, sucedió la salida de las élites del barrio de San Felipe hacia las nuevas áreas de residencias que se construyeron, principalmente, en Bella Vista.
El arquitecto Carlos Rodríguez describe con claridad este proceso, el cual inicia en 1911, y que toma mayor impulso “a partir de 1914 y 1916 con la parcelación y venta de estos terrenos para construcción de viviendas. Este proceso continuó durante la década de 1920, cuando se dio la parcelación y urbanización de barrios como La Cresta, El Cangrejo y Altos de Bella Vista, entre otros”.
Con la llegada del gobierno militar, se crea el Ministerio de Vivienda (Mivi, 1973) y se establecen las Áreas de Renovación Urbana, las cuales, de acuerdo con Tejeira-Davis, consistieron en zonas donde “se prohibió toda venta, traspaso o arrendamiento de edificios sin aprobación del Mivi, y se congelaron todos los valores catastrales, con lo cual se sustrajeron estos sectores del mercado inmobiliario. No hubo un proceso de recuperación y más bien la política real del Mivi estuvo orientada a la demolición de edificios antiguos y la construcción de multifamiliares”.
Tejeira -Davis cierra señalando que, con estas políticas, “el Estado desactivó el histórico conflicto político en torno a los alquileres, la inversión privada acabó rehuyéndole al inseguro mundo de los arrendamientos, y pasó al negocio de las urbanizaciones suburbanas, en parte con los mismos promotores de bienes raíces que antes se beneficiaban de la vivienda de inquilinato”.
Como consecuencia de la ausencia de políticas de renovación urbana que incentivaran la recuperación y transformación de los antiguos barrios de inquilinato que se encuentran en torno al corregimiento de San Felipe y partes de Santa Ana y El Chorrillo, tenemos una ciudad con un tejido que lastra las consecuencias de esta marginación, lo que es un impedimento para la consolidación de un centro urbano moderno y activo.
Este centro urbano, que apenas se deja ver en sectores como el corregimiento de Bella Vista, partes de Calidonia y San Francisco, se ha visto debilitado por el surgimiento de los grandes espacios comerciales, por la consolidación de nuevos centros de negocios, y la explosiva construcción de barrios periféricos, fenómenos todos de la última década del siglo XX y las dos del siglo XXI. Tal sería el caso de la avenida Central que fue abandonada con la construcción de Albrook Mall o del centro financiero y de negocios, que se encontraba en Bella Vista, y que ha sido reemplazado, en buena medida, por Costa del Este.
La importancia de recuperar e integrar los barrios que conforman este casco central urbano, traspasa las consideraciones de preservación del patrimonio histórico o de los aspectos sociales de proveer vivienda a sectores de clase media y baja. El hecho de encontrar un centro urbano despoblado, discontinuo física, social y económicamente, es un impedimento al ensayo de lo que podríamos llamar “nuevas formas de vivir la ciudad”, las cuales sirven de estímulo para la creación de espacios que fomenten la generación de nuevos emprendimientos y actividad económica.
El modelo de urbanización dispersa, de rascacielos y de grandes centros comerciales cercena estas oportunidades económicas. Un centro urbano activo sirve de plataforma física para la aparición de negocios en sectores como el de la movilidad, hotelería, gastronomía, la moda, las pequeñas firmas de servicios y tecnológicas, que al ser negocios innovadores requieren el uso de espacios que les permitan ser vistos y estar conectados con su público de una forma y a un costo que, probablemente, en un centro comercial no pueden acceder.
Sobre este proceso de deterioro de los centros urbanos, la publicación 'Volver al centro', del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), señala que “el deterioro y subutilización de las áreas centrales solo puede abordarse por medio de una acción pública. No solo porque el sector público es el actor social responsable de procurar el bien común, sino también porque es el único con la capacidad de desarrollar una visión a largo plazo y posee los instrumentos necesarios para abordar el problema de coordinación que los actores privados enfrentan en estas áreas”.
Las autoridades urbanísticas panameñas deben diseñar políticas públicas que permitan el retorno de la población al centro urbano e incentivar la creación de espacios comerciales para integrar socialmente a la población que históricamente ha sido marginada del desarrollo de la ciudad desde inicios del siglo XX, no solo como el ajuste de una agenda más social en la construcción de la ciudad, sino también como un mecanismo para incentivar la reactivación económica y la generación de empleos.
Los límites de la ciudad para 1938 y 1952 (ver mapa) permiten visualizar con claridad cuál era el área urbanizada de la ciudad de Panamá para esta fecha. Es este centro urbano, que combina el sector histórico de San Felipe, Santa Ana, El Chorrillo y partes de Calidonia, el cual ya para una fecha tan temprana como 1915 se encontraba densamente ocupado, con el centro de negocios y actividad comercial que se desarrolló sobre los antiguos barrios suburbanos del corregimiento de Bella Vista y el sector más próximo al este de Calidonia.