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- 09/07/2022 00:00
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Señor vicerrector académico, señor decano de la Facultad de Humanidades, distinguidos invitados, señores miembros del cuerpo diplomático, profesores, damas y caballeros. Estudiantes: En verdad me he encontrado (en el programa) con un pequeño error de imprenta, donde dice conferencia del doctor Carlos Iván Zúñiga. Yo solo voy a dejar unas pequeñas palabras que calificaríamos de palabras inaugurales. Sí, voy a inaugurar el congreso, pero no pronunciaré una conferencia porque las conferencias están delegadas a distinguidas personalidades, entre ellas el profesor Edelberto Torres Rivas, quien se encuentra aquí presente.
Gran sociólogo, hijo de un gran biógrafo que lleva su mismo nombre, y a quien conocí hace muchos años en Guatemala, en la época en que Jacobo Árbenz era presidente de ese país.
Aquí está su hijo, que nos va a dar palabras orientadoras en los momentos críticos actuales y le doy mi bienvenida, desde luego, como a todos los invitados que participarán en este magnífico acto de los sociólogos de la Universidad de Panamá, y del país, en el IX Congreso de Sociología.
Hemos escuchado las palabras del distinguido historiador Jorge Conte Porras, que nos habló de Buenaventura Correoso. Y seguí yo sus palabras con mucha atención, porque estaba escribiendo en mis fibras de nacional panameño, como que sus palabras eran palabras dirigidas a partes moralmente íntimas que tenemos todos los panameños, o sea, palabras dedicadas a nuestro acontecer, a nuestro ser nacional, a nuestra historia, a la consagración de lo que se ha hecho.
Nuestro país ha sido siempre sometido a fuerzas disolventes históricamente.
Nuestro país nos es todavía desconocido; y sobre todo el periodo decimonónico, es historia que se pierde como algo totalmente amputado al ser nacional, como algo que no es nuestro. Los que estudiamos sobre las primeras, segundas, y terceras generaciones nuestras, sabemos que la historia hacía de ellas una especie de amputación y no nos las enseñaban como una historia nuestra, sino como una historia un poco extraña, como algo que teníamos, por allí, como una sombra particular, y por eso, tal vez, no comenzamos a ver los primeros días de la República o las primeras generaciones republicanas, con un concepto mucho más arraigado de nacionalidad y con una vocación más retadora en defensa de la nacionalidad.
Gracias a la existencia de la Universidad, este concepto se fue perdiendo. La Universidad es la que rescata el decimonono y la que le presenta al panameño todas las virtudes del hombre panameño, de los hechos individuales y colectivos del siglo XIX. Hechos todos consagrados a la consolidación de la nacionalidad panameña y que nos indican entonces que no nacimos por y para el Canal, ni que nacimos en 1903, en virtud de los actos de Estados Unidos, sino que ya existía raizalmente en el hombre panameño, una vocación de libertad que se puso de manifiesto colectiva e individualmente: colectivamente en 1830, 1831 y 1840, en cada acto independentista, luego con el Estado Federal, que fue una expresión jurídica que consagraba la identidad aparte, y posteriormente, en el Convenio de Colón, que evidentemente, también revela que aquí existía algo que respondía a la pasión nacional a corrientes interiores perdurables que nos vienen del siglo XIX, y que ahora Conte Porras nos las ha esbozado a pinceladas en el campo de la docencia, a través de la obra de Buenaventura Correoso, el arrabalero, el hombre que supo darle una distinción al hombre del arrabal. Antes no se le daba esa distinción, entre otras cosas por disposiciones constitucionales, de todas las trece constituciones que tuvimos en el siglo pasado; todas ellas les daban los derechos políticos exclusivamente a los señores que tenían rentas, que tenían ingresos y vivían de sus rentas, y fue poco a poco que hombres como Buenaventura Correoso, como Mateo Iturralde, los que fueron dando derechos de ciudadanía y el derecho de opinar, a la gente del arrabal, que se encontraba totalmente marginada de ese quehacer en la participación del gobierno y del poder.
Entonces, cuando hablaba Conte Porras, yo sentía que estaba escribiendo con palabras, o suscitando palabras o proclamando palabras que me iban llegando a una parte que no muere en mí nunca, y es mi sentimiento de panameño. Y me sentía como especie de un renacer y orgullo de mi condición de panameño, que todo, antes, todo fue previsto entre nosotros, y que lo que tenemos hoy no es algo de generación espontánea, surgido de pronto, sino que siempre lo hemos tenido y que otros nos antecedieron en esas iniciativas. En 1871 ya había un panameño que quería crear la Escuela de Medicina, la Facultad de Arquitectura, la de Derecho, seis facultades, pensaba Buenaventura Correoso. Y mucha gente piensa que nacimos como Universidad en 1935, se olvidan de los esfuerzos anteriores, incluso de los esfuerzos del actual siglo, de los años anteriores a 1935, todos destinados a tener una universidad, a tener una cultura superior.
De tal modo que hoy al convocarse este IX Congreso de Sociología, así como se le rinde homenaje a alguien que estuvo estrechamente relacionado con la cultura superior y con nuestro pueblo, como del pueblo, deseo también recordar algunas figuras que precedieron a los jóvenes sociólogos que hoy son los encargados de llevar hacia delante la sociología; al mismo Justo Arosemena, que fue el primero que hablaba de la llamada factología, que entonces era la denominación que él quiso darle a la sociología.
Quiero recordar igualmente a doña Georgina Jiménez de López, la primera profesora de la Facultad de Derecho. Mujer y profesora de sociología en la Universidad, en la Facultad de Derecho. Rendir homenaje a Ofelia Hopper, quien tiene trabajos sobre la sociología rural, estudios sobre nuestros pueblos, nuestros campos, en la forma que ella los llevaba hacia adelante, que se encuentran publicados en la revista que dirigía creo que el profesor Richards de la Universidad de Panamá, allá en la década del 40. Los estudios que hacía doña Ofelia de Hopper son extraordinarios, yo diría que insuperables en muchos aspectos, por la cantidad de información que ella recogía y que ella comentaba, y por la manera o por la forma como ella interpretaba su papel de escritora, de socióloga, capaz de convivir con los pueblos, con las comunidades campesinas de aquellas épocas que, aunque no muy distantes en el campo del progreso, lo eran, por la falta de comunicaciones. Y a lomo de caballo, tenía ella que incrustarse en las montañas para saber cuál era el modo de ser, de vivir, y los sueños de los indígenas y de los campesinos, y plasmarlos luego en su obra.
Y recuerdo igualmente a Demetrio Porras, político socialista, sociólogo, hombre extraordinario que escribió varias obras de sociología. De Porras hay algo importante que algún estudiante debe recoger en una tesis antes que se pierda. Y esto son los alegatos que presentaba Porras en sus audiencias penales.
Lo trascendente de Porras como penalista y sociólogo es que incorporó en el debate forense, el éxito de la escuela positiva, de aquella escuela que le arrebató a la escuela clásica en materia penal, el concepto de lo que era el delito. Mientras que para la escuela clásica el delito es un ente jurídico que está tipificado en una norma, para la escuela positiva, el delito no es solo un ente jurídico, sino que es algo más que un ente jurídico, es una obra del hombre, y, por lo tanto, es un hecho social, y como hecho social, entonces, hay que analizarlo no como ente jurídico, sino como ente social.
Como un hecho contrario a la ley, el delito es producto de causas endógenas y exógenas, entendiendo por las primeras, las causas que están en el hombre, en su propia conciencia, en su forma de entender la vida, en su conducta, en sus lesiones físicas, en sus concepciones atávicas. Pero el hombre es además un ser que está en un mundo que lo circunda, que son las causas exógenas; y decía Porras en cada audiencia: “Este hombre es criminal porque la sociedad le armó el brazo homicida”. Y en aquellos alegatos de Porras, quien tenía la técnica de comenzar a estudiar al hombre en función de su medio, y analizar primero el hecho en función de la colectividad y analizar el pueblo en que vivía y las relaciones humanas de este hombre desde que estaba en la escuela primaria, y sus vínculos con los amigos y su modo de comportarse; y si era un hombre gacho, por qué el hecho de ser gacho le deformaba su conducta y si tenía defectos físicos, cómo estos defectos físicos fueron creando su temperamento. Y así sus audiencias (de Porras) fueron cátedras maravillosas de oratoria y derecho, en las que terminaba el jurado y los asistentes llorando junto a los familiares de la víctima y del victimario. ¡Extraordinario Demetrio Porras! Me decía Salvador Allende un día que conversaba con él en Chile, “¿Qué es de la vida de Demetrio A. Porras, aún vive?” y dijo: “No he visto un orador social como Demetrio Porras, aquí lo tuvimos en el teatro Caupolicán en 1940 y vibraban las multitudes con ese verbo social, algo increíble, más que orador es un agitador con su verbo”.
Estos son los hombres y mujeres que hemos tenido en los antecedentes de la sociología panameña y de los sociólogos nuestros, de tal manera que los jóvenes que hoy están en esta misión, y que están persistiendo en el sueño y que están persistiendo en su decisión de seguir hacia adelante y de darle una orientación moderna y científica a la sociología tienen en quienes inspirarse, aquellos que trabajaron las primeras huellas y las sentaron maravillosamente. Yo los felicito. Tengo la convicción de que este será un gran congreso, tengo la convicción de que se va a ocupar de la Universidad, que se va a ocupar de nuestra sociedad, que se va a ocupar de nuestro Estado, que se van a ocupar de la necesidad de modernizarlo todo y de tener una clara conciencia de los problemas actuales que tiene el pueblo panameño, tan diversos, los cuales, en algunos aspectos, nos colocan como en 1903 como quien inicia un proceso de liberación, como quien de repente se da cuenta de que todas las luchas que tuvimos desde 1903 hasta 1989, se han borrado, y que hay un reinicio, para perfeccionar lo que estaba perfeccionándose. Y como proceso de perfeccionamiento de ese elemento que iniciamos fundamental del Estado que es la soberanía.
Estas cosas hay que plantearlas, y yo pienso que en un Congreso de Sociología no debe faltar lo que debemos hacer para retomar el camino que se perdió en 1989 y para buscar entonces la fórmula que haga posible que no se repita más lo que hizo posible el 20 de diciembre de 1989, que no se repita nunca más aquí una invasión, y que no se repita nunca más aquí, un sistema totalitario, y que no se repitan nunca más aquí sistemas formales democráticos, sino que tengamos realmente una democracia profunda, cierta, participativa, donde impere la voluntad mayoritaria, pero consciente de su papel y de su voluntad.
Primera parte de la intervención del Dr. Carlos Iván Zúñiga en la inauguración del IX Congreso de Sociología el 22 de enero de 1992. Publicado en la obra Discursos inéditos del Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia, 2015