La historia del piedrero que jura que es profeta

PALABRA. ‘¿Me están entendiendo? Esto no es locura’, grita Víctor Roberto Rodríguez Perea mientras señala esa pared que es más que eso, ...

PALABRA. ‘¿Me están entendiendo? Esto no es locura’, grita Víctor Roberto Rodríguez Perea mientras señala esa pared que es más que eso, es su obra, su reclamo y también su hogar. ‘La carta que tengo en la presidencia de los Estados Unidos...’, dice y vuelve a decir, en distintos tamaños, y lugares, en los alrededores de Calidonia y Curundú

Hace 10 años que día tras día escribe en las paredes de su barrio como si fuera un diario íntimo trazado en público. En los círculos de arte más exclusivos hablarían de performer, de intervención artística de los espacios públicos, hasta de arte efímero. Sin embargo en Panamá su autor no es más que un ‘piedrero’. El piedrero de la carta.

EMERGER DE LAS SOMBRAS

En realidad sus vecinos lo llaman ‘Cómputo’. Es inteligentísimo, dicen los que lo conocen en el barrio. Que es muy preparado. Que tiene una historia de fama y fortuna y luego una decadencia fulgurante que nadie comprende del todo. Que trabajó para los gringos, que vivía en la Zona como un rey, que fue marinero mercante, que estuvo preso en el penal de Coiba. Casi cualquier historia puede encontrar la forma de su cuerpo. Los hay también que solo lo ven como un loco que se droga y nada más. Otros creen que sólo finge estarlo. Que fue víctima de una brujería. Que perdió el juicio por el amor de una mujer.

Nadie sabe a ciencia cierta quién es, aunque todos lo conocen. Como si viviera en un viaje permanente entre la genialidad y la locura.

Es lunes, es mediodía y Víctor mendiga entre los coches. Guiado por un bastón que no siempre apoya y que está adornado con el pomo de una puerta y una cucharilla de postre que funciona como brújula: es el cetro de un rey sin corona. O con corona de espinas. Va descalzo y viste de negro, con una gorra que dice ‘Martinelli’ en la mano y un paraguas en la espalda.

Parece que no se sorprende al ver al equipo de La Estrella. En un sentido, es un entrevistado genial: responde sin que se le hagan preguntas. Se apresura a explicar sus razones sin dar ninguna. ‘Yo estoy pintando eso para que la gente conozca por qué una persona como yo, así, se decide a poner carta en la presidencia de los Estados Unidos. Este es un servicio secreto a la nación. Confidencial’, cierra en inglés.

Víctor tiene 61 años y asegura que estos son los datos que puede darnos para descifrar su identidad: sangre RH1+, pasaporte 1946161, y cédula 8-208-2708. Pequeño detalle: ese tipo de sangre no existe, al pasaporte le faltan las letras pero el número de cédula es el correcto. ‘Mira, hace 10 años que reclamo a la embajada de Estados Unidos en Clayton, Me los decomisaron ellos’, dice.

A pesar de que no tiene problemas en hablar sobre sus pinturas, se niega a revelar nada de su vida alegando que se trata de un compromiso con el país.

Lo cierto es que nadie ha visto ni tocado la carta, pese a que Víctor insiste en que ha enviado varias copias a universidades, iglesias, políticos y embajadores.

—¿Y qué dice la carta?

—Son muchas cosas que no puedo contar así, tan de repente, sino en escrito. Si es verdad o mentira lo que diga, me perdona.

—¿Trabajabas en el canal?

—Yeah. He trabajado como miembro de la Unión de Marinos de los Estados Unidos; miembro. Ishalaba, aleluya. He montado en submarinos, barcos de guerra, copiloto de avioneta... mire lo que estoy diciendo.

—¿Dónde están tus documentos?

—No me lo quieren entregar, porque ellos me quieren decomisar todos mis documentos para identificarme, no puedo mandar ni una carta local. Allá en EEUU les di una información de cómo ellos manejan el programa de la Armada. Todas esas cuestiones vienen por medio de Dios.

—Y, ¿por qué?

—Es un galardón de Dios. Desde pelaito, yo sé muchas cosas que no puedo hablar. Va a suceder tal cuestión y sucede. He informado de destrucciones en el Canal que han sucedido, en el Darién, todos esos proyectos grandísimos que ha habido en Panamá. La bomba en el edificio de Relaciones Exteriores, la Contraloría, en Chiriquí... Balbina, Martinelli, Varela, todos ellos, Martín Torrijos... He estado en la casa de todos ellos, y ¿cómo que ellos no saben mi programa de vida?, ¿cómo que no hay interés hacia mi persona de eso?

LOS RUMORES

Cuando se habla con la gente que lo conoce un poco, el misterio se vuelve a agigantar. No hay forma de comprobar lo que se escucha. Lo cierto es que todos tienen una explicación que ofrecer acerca de las particularidades de un personaje absolutamente anónimo que casi todos conocemos.

‘Él siempre cava túneles’, dice Master, que se dice también piedrero y pepenador. Antes fue policía, camarero de bares Vip de la ciudad, tuvo cuatro matrimonios pero todo se desmoronó. Prefiere hablar de Cómputo. ‘Búscalo dónde veas montoncitos de tierra’ dice.

‘El siempre anda cavando... eso le quedó de cuando trabajó en el Panamá Canal’, dice. De hecho abajo de sus pinturas se puede ver sobre la acera una especie de construcción que se desprende de la pared, como un cajón hecho de madera y hierbas que es dónde Víctor duerme y al que llama ‘Monumento’. ‘Cavar es su obsesión.. Esa y la de escribir las paredes’.

Máster cree que escribe la carta al Gobierno de Estados Unidos porque le botaron del trabajo en el Canal sin justificación, ‘sin derecho a nada pues, y eso es lo que está pidiendo, la pensión’. Como si escribir mensajes en las paredes fuera su forma de reivindicarse, de pelear su causa. Lo único cierto por otra parte es que nadie ha visto ni tocado la carta, pese a que Víctor insiste en que ha enviado varias copias a universidades, iglesias, políticos y embajadores.

‘Ese señor encierra muchos misterios’, dice Marcelino, que vive en la calle y duerme entre unos cartones en la Frangipany. ‘Hace treinta años tu podías verlo como un potentado con cinco carros y vestido como si fuera un licenciado’, explica. ‘Durante unos años Víctor abandonó el barrio en el que nació para ir a vivir con los ricos en la zona del Canal. Andaba siempre acompañado de dos o tres personas, como guardaespaldas pues’.

De aquello no quedó nada. Ni la ropa que terminó empeñada. ‘Para mí que él tuvo que haber sido algo en los tiempos de la dictadura’, sigue. Incluso aventura una teoría que se contradice a la de Master. Marcelino jura que cobra tres mil y pico de dólares por la pensión del Canal pero que eso lo recibe directamente su familia.

‘Yo no creo que esté loco, él hace ese drama para que el Gobierno no le haga nada. No quiere que el Gobierno lo coja o lo llamen a juicio. Yo me he puesto a discutir con él y él me habla cuerdamente, como si estuviera mejor de cabeza que usted y que yo. Él hace su papel’, asiente Marcelino, con una carretilla del supermercado llena de basura y bolsas de plásticos de por medio.

CUPIDO SIN ALAS

No hay leyenda sin historia de amor y la de Víctor la tiene. En el barrio se habla de una Helena de Troya, tan hermosa como destructora.

La mujer antes era muy traviesa, muy alegre, cuenta una señora que prefiere no dar su nomre. ‘Él trabajando y ella parrandeando. Él trabajando y ella parrandeando. Fue tan así que eso le abocó a esto’, dice. Asegura que ellos eran muy unidos. Para Master, la cosa es más simple. Y nos pasa a todos: ‘Cuando uno ama mucho a una persona se le poncha el cerebro’, sentencia.

Ella vive ahora en la calle 23 del Chorrillo y de vez en cuando se pasea por la Frangipany para visitarlo. Se convirtió en evangélica y ha arrastrado a Víctor a la iglesia. Buscaba salvarlo. Victor ahora presume de haber hecho siete días de ayuno para ser pastor, como su mujer. Se siente un predicador, un elegido, en fin, un profeta. Aunque sus prédicas son cada vez más difusas. La coherencia es como un viento que a veces lo toca y otras no. Pero él insiste. ‘No le estoy diciendo algo fuera de orden, sino que es así, todo es así, nada tiene un órden’. Lo dice con tanta seguridad que una le termina creyendo.

‘Bueno, listo, ya no hay programa, hasta aquí nomás, Dios me los bendiga’ dice a modo de despedida. Después promete que traerá la carta, mientras su presencia se difumina entre los coches que pasan y pasan a un costado ignorándolo. Sin embargo, todos se sorprenden con su obra: ‘La carta que tengo...’.

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