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En homenaje a la memoria del Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia
- 05/03/2022 00:00
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Agradezco en nombre de la familia de Carlos Iván Zúñiga Guardia este acto que le tributa la Universidad de Panamá en honor a su memoria, al designar con su nombre el auditorio de la Universidad del Trabajo y de la Tercera Edad de Coclé.
Como parte del agradecimiento familiar, deseo compartir con ustedes algunas experiencias de la vida de mi padre para que se conozca la enorme influencia que ejerció su familia, su pueblo y su gente en su vida ejemplar.
Él, nacionalmente ha sido reconocido como un gran orador, un político decente, un rector magnífico, destacado jurista, patriota ejemplar, escritor y pensador, humanista y ciudadano íntegro; pero fue aquí, en su pueblo y en su seno familiar donde forjó las bases de su personalidad.
Nació al frente de este edificio, en el barrio de Los Forasteros, era el séptimo hijo de Federico Zúñiga Feliú, hondureño de origen catalán, conocido activista liberal, maestro estricto, director de escuelas, e inspector general de educación en esta provincia, y María Olivia Guardia de Zúñiga, de histórica familia penonomeña, educadora y madre ejemplar.
Su primera infancia transcurría en el ambiente de su casa solariega. Jugando en el gran patio, sin vallas divisorias de las casas de los Zúñiga Guardia y de familias con lazos de parentesco como los Guardia Ruíz, los Vieto Guardia, los Rodríguez Carles y los Arias Madrid. “Los niños de esa época amaban los patios, nos decía, porque ahí estaban sus juegos y entretenciones”. “Mi patio era mi mundo, era mi patria”.
Luego su mundo se amplió cuando ingresó a la escuela Simeón Conte, y los juegos de los niños se trasladaban a la plaza frente a su casa, donde se encuentra la estatua de la madre y el busto del presidente Valdés, al parque Simón Bolívar y en torno a la iglesia San Juan Bautista.
“Los sucesos ocurridos en la infancia suelen marcar mucho la personalidad de un hombre”, nos decía. Cuando falleció su padre, Carlos Iván tenía solo ocho años. Este le dejó un ejemplo de honestidad y en una dedicatoria que le colocó en un libro de segundo grado le señaló: “En el estudio y el trabajo, encontrarás la salvación de tu vida”.
En una ocasión, Carlos Iván recordaba su disciplina de estudios: “En mis días de estudiante hacía un inventario de mis lecturas y nunca estuve satisfecho con los haberes que enriquecían mi conocimiento. Formulaba íntimos propósitos de enmienda y entraba al encuentro del nuevo año con todos mis sentidos abiertos al entendimiento ¿Qué aguijoneaba aquellas meditaciones que culminaban en el reproche y en la promesa? Un versito que a sus hijos recitaba mi madre: 'Estudia y no serás cuando crecido, ni el juguete vulgar de las pasiones ni el esclavo servil de los tiranos'. Este versito calaba en mi alma con una advertencia, para no caer en el abismo de las pasiones o del servilismo. De modo que el déficit de mis lecturas lo veía como un olvido imperdonable del consejo maternal o como un peligro en la forja correcta de mi personalidad. De ahí el reproche y la enmienda”.
Después del fallecimiento de su padre, en su búsqueda espiritual entró como monaguillo en la iglesia San Juan Bautista de Penonomé y durante tres años fue sacristán mayor.
“Un levita, nos comentaba, don Antonio Rabanal Castrillo, oriundo de Navarra, ejerció influencia notable en mi formación cultural y política hasta el punto de que siendo niño me estimulaba a la lectura de los clásicos y también niño me hice republicano durante la guerra civil española”.
El padre Rabanal le daba para su lectura obras clásicas y fue ejemplo para él en la formación de su carácter y en su oratoria.
En una ocasión nos relataba sobre sus lecturas “Yo era muy joven cuando Don Quijote entró a formar parte de mi universo espiritual. Su primera lectura me abrió una puerta grande para asomarme a las maravillas de la creación humana”.
En otra ocasión nos hablaba de cómo forjaba su carácter: “desde niño supe que estar a paz y salvo con la conciencia es un problema de conducta y de referéndum íntimo. A un sacerdote de mi pueblo, en los lejanos años de mi infancia, le oí decir: 'cada día en sus horas postreras, pregúntate ¿qué has hecho hoy que no quisieras que te hubieran hecho a ti?'. Es la pregunta propia del soliloquio, es un tipo didáctico de enfrentamiento con el mundo interior, personal, de cada cual. De ese enfrentamiento diario, íntimo, surge lentamente una purificación de la personalidad. El saberse libre de señalamientos críticos, es lo que estructura al hombre fuerte. No es hombre fuerte, como se piensa, el que tiene ejércitos, poder y planilla. Es el que tiene tranquilidad espiritual, luego del referéndum de cada anochecer”.
En otra oportunidad nos hablaba de la extraordinaria influencia que ejerció el padre Rabanal en su oratoria: “Yo tendría doce años y lo escuchaba continuamente. Era un discurso de acentos, de vivencias personales; 'sermoneador' ante la ética malferida; enrojecía, se encolerizaba, bajaba el tono, y con suavidad, entrábamos de su mano al paraíso celestial”.
La oratoria sacra influyó en su vida, pero también influyó la oratoria política y forense.
Aquí en Penonomé, participó a los diez años en el recibimiento al caudillo Belisario Porras, en su última campaña. Llegó a donde él y se le presentó como el hijo de Federico Zúñiga Feliú, quien había sido su discípulo y dilecto amigo. Porras lo abrazó y le besó la frente. Mi padre recordaba al presidente Porras regocijado “por sentirse muy cerca del hijo del que fuera su alumno, amigo personal y político”.
El discurso de Porras en esa oportunidad se le grabó en la memoria. Contaba en una ocasión que cuando habló por primera vez en el parque de Santa Ana, en 1945, siendo dirigente estudiantil, recordó el discurso que había escuchado a los diez años, y decía que ese recuerdo le había dado aplomo porque desde esa época, en su fuero interno, aspiraba a hablar algún día como Belisario Porras.
De este pueblo surge su inspiración política y su gran oratoria. De aquí nacen sus vínculos con los fundadores de la Universidad de Panamá, el doctor Harmodio Arias Madrid y Octavio Méndez Pereira, su padrino de bautismo, ambos casados con primas de su madre, María Olivia Guardia de Zúñiga.
De aquí surge su vocación jurídica al asistir a las audiencias de don Héctor Conte Bermúdez, gran amigo de su familia, “quien sabía manejar el sentido común como nervio lógico del derecho”, y Felipe Juan Escobar, que venía a Penonomé a las audiencias y que tenía “el don divino de la palabra elocuente”.
“En mis primeros años, apuntaba, el entorno cultural de mi pueblo Penonomé contaba con excelentes maestros”. Siempre reconoció a sus maestros de la escuela Simeón Conte, donde dio su primer discurso como presidente de la Sociedad Bolivariana del colegio, en el mismo sitio donde trece años después, en 1951, sus maestros le rindieron homenaje al ocupar a los veinticinco años de edad el cargo de ministro de Educación. Eso ocurrió hace exactamente 60 años. La directora del plantel era doña Celinda Tejeira de Moreno, y en aquella ocasión la reconocida poetisa y compositora penonomeña Martina Andrión expresaba: “Carlos Iván Zúñiga es prestigio y honra de este pueblo”.
En distintas épocas de su vida tuvo lazos de gran amistad personal con muchísimos penonomeños, muchos de los cuales ahora han quedado en el recuerdo de sus descendientes. Como tenía siete hermanos, podemos afirmar que la generación de los Zúñiga Guardia fue parte integral de esta comunidad en el siglo XX. Hoy recuerdo a mis tíos Federico, Delio, Zaida, Gerardo, Rodrigo y Rafael. Pablo Alonso, único sobreviviente de esa generación, hoy nos honra con su presencia. Decía mi padre: “aquí tengo muchos amigos porque he heredado todos los amigos de mis hermanos”.
Una de las características de mi padre era que recordaba a la gente del pueblo, incluso tenía información de muchas generaciones que vivieron antes que él y se regocijaba conversando con su gente penonomeña, cuando venía a su pueblo.
Nos contaba que desde muy joven conversaba mucho con las personas mayores, él pensaba que era porque estaba bien informado. El escritor Gil Blas Tejeira, cuando llegaba al pueblo, se calzaba sus alpargatas españolas y lo iba a buscar a su casa para que lo acompañara caminando y conversando hasta la entrada del pueblo, igual hacía con su tío, el poeta José María Guardia Castillo.
Como penonomeño orgulloso de su estirpe, amaba a su pueblo y sus tradiciones “Mi afecto por la Semana Santa se remonta a mi más temprana edad, en mi Penonomé natal, los tormentosos días finales de Jesús, se vivían paso a paso. Existía un sobrecogimiento colectivo y las escenas tradicionales bíblicas se repetían una y otra vez en un templo atestado de fieles”.
Admiraba sus bellezas naturales. Siempre recordaba que durante sus vacaciones cuando trabajaba en la cantera que queda camino a La Pintada, en turnos nocturnos, se extasiaba con los celajes hermosos y se refrescaba con la brisa de la montaña. Esa brisa que todo penonomeño aprecia, lo llenaba de recuerdos. En una ocasión durante la dictadura, “al ser recluido en el último piso de La Modelo, sentí que por la ventana fluía la conocida y refrescante brisa de diciembre. La memoria conserva los vasos comunicantes del hoy con el ayer. La brisa de La Modelo me llevaba a mi pueblo. Volví a sentir el aire que bajaba de la montaña del norte penonomeño; y me sentía libre”.
Amaba a su pueblo y su río Zaratí. En varias ocasiones lo mencionaba en sus artículos “Al final de la llanura y a la orilla de la montaña tiene su asiento mi pueblo y lo baña siempre el río Zaratí. Es un río amoroso con brazos para los niños y generalmente manso. Solo en los inviernos muy crudos sus corrientes se encrespan y se convierten en larga y trepidante serpentina de espumas; y sobre ella cabalgan trozos de flora cortados de cuajo y agónicas especies de la fauna. El Zaratí crecido es hermoso, porque toda su naturaleza se viste de rebeldía. El río rebelde cuando no causa estragos se le ama o se le teme, y siempre se le admira porque como ha perdido su cauce natural, él lo sustituye a su querer, hace cabriolas en su andar y todo es desbordamiento de realidades y de sueños”.
Aquí en Penonomé promovió la organización juvenil, la Vanguardia Coclesana, caracterizada por su nacionalismo. Aquí, como abogado, hizo muchas defensas penales. La última de sus defensas se celebró en 1975, en el recién inaugurado hotel Dos Continentes, porque se estaba reparando el Palacio de Justicia. Todo el pueblo estaba enterado de la audiencia donde su fama de penalista consagrado quedó en evidencia con la absolución del procesado.
Como diputado tuvo iniciativa legislativa a favor de la provincia.
Aquí dictaba conferencias nacionalistas, incluso en 1953, siendo diputado del Frente Patriótico, rindió homenaje a la memoria de Victoriano Lorenzo, reconociendo sus luchas populares, cuando aún existía una imagen equivocada del heroico guerrillero liberal coclesano.
Aquí, como rector magnífico de la Universidad de Panamá, promovió obras a favor de la educación superior, incluso erigió este edificio de la Universidad del Trabajo, en un solar adquirido a la raizal familia Conte, donde alguna vez funcionó una escuela.
Aquí en Penonomé se recuerda la memoria de su padre Federico Zúñiga Feliú, cuyo nombre lleva con orgullo un importante centro educativo de esta ciudad. Aquí reposan los restos de la mayoría de sus seres queridos y aquí fue donde forjó sus sueños de niñez y juventud, que lo llevaron al tránsito de una vida ejemplar.
Aquí tuvo el reconocimiento como destacado panameño y reconocido patriota. Aquí reposan sus restos mortales, y como dice el epitafio en el cementerio de su querido pueblo “Como un sol de libertad, derrama sobre esta tierra su brillante luz. Una patria agradecida no te olvidará jamás”.
Como hijo de Carlos Iván Zúñiga, solo me queda reiterar el agradecimiento por este acto, y he querido extenderme en algunos trozos de su vida penonomeña para que todos los aquí presentes tengan la certeza de que hoy le han rendido homenaje no solo al insigne patriota, sino a uno de los suyos. A un penonomeño raizal que amó a su pueblo como su primera patria, y amó a su gente.