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- 18/04/2021 00:00
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La geopolítica en sus versiones germánica y anglosajona tendió a poner énfasis en la delimitación y ubicación geográfica como factor primario de definición de su poder estatal y de orientación de sus políticas domésticas y exteriores. Por su parte, las nociones binarias (Mackinder 1904), organicistas (Kjellén 1916; Haushofer 1928), fronterizas (Ancel, 1936) securitarias (Spykman, 1942) y las referidas a la proyección política del poder (Strausz-Hupé, 1943), se constituyeron en los pilares de una disciplina para la cual el territorio del Estado, sus límites, riquezas, guerras, disputas y pactos, se convirtieron en parte de sus centros predilectos de gravitación.
Los cuestionamientos y los debates sobre la crisis y mutación del Estado westfaliano como “constructo” de la modernidad, abrieron caminos diversos y dispares para la explicación y la reinterpretación del fenómeno geopolítico. Su heterodoxa vertiente crítica quedó enmarcada en el discurso geográfico (Lacoste, 1977), la biopolítica del poder (Foucault, 1979, 1988, 2006), las comunidades interpretativas (Tuathail, 1992), la invención de dramas (Tuathail & Agnew, 1992), y otras aproximaciones que mantuvieron más o menos subyacentes las fronteras, en este caso, definidas por la línea divisoria entre los que construyen y se apropian, de un lado, y de otro, los que asimilan las ideas, los relatos y los sentidos comunes.
Beck (1998), como uno de los precursores de la “sociedad del riesgo”, esbozó “el final de los otros, el final de todas nuestras posibilidades de distanciamiento, tan sofisticadas”. Es decir, vislumbró una nueva era cuyo poder “es el poder del peligro que suprime todas las zonas protegidas y todas las diferenciaciones de la modernidad” (Beck 1998). De allí que fenómenos como el crimen organizado transnacional, el terrorismo, las consecuencias del cambio climático, y las pandemias, se están exhibiendo en sus formas más letales, nocivas y amenazantes para el ser humano y el entorno en el que este vive, se desarrolla y reproduce.
Actualmente asistimos a una crisis sanitaria de dimensiones abrumadoras y consecuencias impredecibles. Un complejo viral, contenido en nanopartículas de grasa con ácido ribonucleico, y capacidad de progresión geométrica, hace caso omiso a las fronteras y delimitaciones de cualquier naturaleza, gana rango de peligro existencial, y se convierte en epicentro de la política mundial, sus actores e instituciones.
Un fenómeno global con repercusiones nacionales, demandante de cuantiosos recursos y atención, detonante de crisis inéditas, que está replanteando las fronteras geopolíticas de modos diversos.
Actores con extraordinaria influencia en la política mundial (Estados Unidos, la Unión Europea, India, Reino Unido, Brasil, India, Rusia) a razón de su poderío militar, económico, financiero, sus dimensiones territoriales, y desarrollo tecnológico, se encuentran entre los epicentros de la pandemia.
Por el momento se hallan bajo los azotes de sus embestidas, sin una clara salida en lo inmediato. Sus abundantes recursos y el poder construido sobre sus capacidades materiales e ideológicas no consiguen el repliegue de ese nanoenemigo que persiste, enfermando y cobrando cada día más vidas humanas. El presidente estadounidense, Joe Biden, afirmó que el SARS-CoV-2 planteaba a su país una “situación de guerra”, la cual requería de esfuerzos, recursos y medidas excepcionales (The White House, 2021).
Los esfuerzos en pos del liderazgo en el desarrollo de vacunas contra tan peligroso flagelo y peligro global trascienden con creces el exclusivo círculo de los hegemones y las naciones más ricas del planeta, para incluir a países en desarrollo como Cuba, Kazajstán, Perú, Argentina, Egipto y Nigeria, entre otros (WHO 2021). La producción, el patentado, y la aplicación exitosa de algunos de estos fármacos, otorgarán a sus países de origen un atributo de indiscutible valor para su proyección de poder político.
La “revolución digital” en curso se propaga de forma marcadamente asimétrica, a través de una preexistente estructura de distribución de recursos (económicos, financieros, tecnológicos, etc.) articulada a escala nacional, regional y global. De acuerdo con Global Digital, a principios de 2019, el 57% de la población mundial contaba con acceso a internet. Durante 2018 el crecimiento de los usuarios de la red de redes fue de 9,1%. Desafortunadamente, los referidos incrementos no son homogéneos. Según el citado informe, la penetración de internet en Europa es de 79,6%, la ex URSS 67,7%, las Américas 65,9%, Asia y Pacífico 43,9%, el Golfo 43,7% y África 21,8%.
La misma impone a los imaginarios colectivos la convivencia entre el Estado, el territorio, las fronteras y lo nacional, con un universo de identidades discursivas, ideológicas, culturales, políticas y sociales, que se resiste con vehemencia a los agrupamientos, clasificaciones, apropiaciones, alteridades y delimitaciones, ya sean de los espacios físicos o de las ideas. La grave crisis sanitaria actual constituye una interesante fuente empírica para estudiar y discutir el fenómeno de la redefinición de las fronteras geopolíticas en este momento de la llamada posmodernidad industrial.
La multiplicidad de narrativas que se han suscitado dentro y fuera de las comunidades científicas, académicas, Estados, instituciones internacionales, medios de comunicación, asociaciones y redes sociales alrededor del SARS-CoV-2, con referencias a las teorías conspirativas, las terapias, la efectividad de los protocolos en vigor, y los candidatos vacunales, entre otros temas, sugiere la inexistencia de monopolio sobre los relatos, razonamientos y dramas construidos acerca de este desafío global. La Organización Mundial de la Salud (OMS) despliega iniciativas ante la diversidad de enfoques, noticias infundadas, y narrativas que carecen del respaldo científico e institucional de esta entidad.
La reinvención de las fronteras geopolíticas está en curso. Dentro de la “sociedad del riesgo”, se tiende a relativizar el peso de los atributos materiales (militares, estratégicos, financieros, etc.) como variable del poderío de los Estados, frente a fenómenos como la pandemia del SARS-CoV-2, que de forma persistente ha instalado parte de sus epicentros en los países de mayor desarrollo del planeta.
Asimismo, la capacidad para desarrollar con éxito, antídotos contra el referido peligro existencial, pudiera llevar a replantear el sistema de jerarquías globales fundado en los medios de fuerza, recursos económicos y riquezas naturales.
Finalmente, la “revolución tecnológica” parece estar atentando contra la apropiación y empleo exclusivos del discurso y los sentidos comunes, ante la proliferación de comunidades interpretativas, discursos y dramas de la política internacional.
El autor es politólogo, internacionalista y geopolitólogo, profesor en universidades de Cuba, Ecuador y Panamá. Experto en negociación y resolución de conflictos.
Pensamiento Social (Pesoc) está conformado por un grupo de profesionales de las ciencias sociales que, a través de sus aportes, buscan impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de estas disciplinas.
Su propósito es presentar a la población temas de análisis sobre los principales problemas que la aquejan, y contribuir con las estrategias de programas de solución.