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El estado de emergencia y las universidades
- 16/08/2020 00:00
- 16/08/2020 00:00
El ministro de Salud, el pasado 23 de julio de este Annus horribilis, se ha referido en su pausado estilo burocrático, a la necesidad que las propias comunidades se organicen, pues constata que hay extenuación y limitaciones en las fuerzas de primera línea que atienten esta pandemia. Se ha referido a los equipos de los clubes cívicos, muchos de los cuales se sumaron desde el primer momento para atender las tareas de logística de bolsas con comida y otras acciones muy loables de auxilio a la población. Igualmente en varios puntos estos clubes y otros semejantes de alcance regional han montado iniciativas valiosas para atemperar las inmensas necesidades de la gente.
Sin embargo, olvida el señor ministro apelar a una fuerza que puede dar un cambio importante, un vuelco sustantivo a las tareas de preservar la vida. Me refiero a las universidades del país. En promedio, en el último lustro, el sistema universitario panameño lo componen unos 160 mil alumnos, el 67% de los cuales realiza su formación en universidades oficiales y el resto lo hace en universidades particulares. Esto puede ser y hacer la diferencia. Sume en adición unos 15 mil docentes.
Esta enorme fuerza de cambio, con una edad promedio de 22 años, podría asumir la segunda línea de soporte y suministro que el Estado panameño puede convocar para asumir tareas cruciales, que van desde apoyar los comités de salud barriales y de corregimientos en las zonas críticas del área metropolitana ampliada (ciudad de Panamá, San Miguelito, y los distritos de Arraiján y La Chorrera) y en zonas muy delimitadas del interior del país que son más del 90% de los corregimientos con más casos y donde la trazabilidad y el monitoreo son vitales si queremos imponernos a la pandemia.
Si esto fuera una guerra convencional, ¿a alguien, en su sano juicio, se le ocurría impartir clases conducentes a notas y créditos...? Es una locura. En lugar de ello, empléese la metodología de formación por indagación o por proyectos de impacto ante la pandemia, en todos los campos y disciplinas. Y ante la acción noble del voluntariado universitario, exonérese de la matrícula a todos los estudiantes universitarios de las universidades públicas del país, como ya en esta fecha han hecho Unachi –que marcó el ejemplo– y la Universidad de Panamá. Esa es la noble consigna. No pongamos a los estudiantes y a sus familias en el dilema de pagar matrículas o comer. De qué educación pública estamos hablando. Terminemos ese teatro tragicómico. La meta: educación superior gratuita.
Pero lo anterior es solo una de las tareas. Otra muy importante, esencial, es la “educación social integral” del país, pues la estrategia comunicológica del presidente y sus asesores no está siendo efectiva por su alcance y enfoques limitados (informar con espantosa parsimonia y medidas cuasi cantinflescas). Además, esa es solo una parte de las tareas de orientación y creación de la opinión pública cabalmente concienciada, un elemento que a todas luces está faltando.
No solo hay que hablarle a la población cada día, con mensajes frescos, asertivos y veraces, y atender las preguntas de los medios –y no esas caricaturas de dos preguntas por medio que hemos presenciado, que dan más sensación de miedo y elevar ratings, que de orientar y educar a una población temerosa, indisciplinada, presa fácil de las fake-news–. Gente que está harta de que le digan las mismas cosas con desgano burocrático o con estadísticas que más parecen querernos aturdir que servir para analizar y dar luces a los líderes en las comunidades, verdaderos frentes de la verdadera batalla contra el coronavirus. Pues será en las calles y en las casas donde se puede vencer la pandemia. Pero para entrar en los barrios hay que hacerlo con voz creíble, informada y clara; y de manera muy organizada, guardando todas las previsiones que la bioseguridad demanda.
Por otro lado, hay que dejar de tener 20,000 personas covid-positivos en sus casas. Ellos son verdaderos centros de enfermedad y contagio, sea porque no tienen espacio, la inmensa mayoría (20, 30 metros cuadros para un promedio de 5 personas por casa) y cuyas infraestructuras de acceso a agua potable y servicios sanitarios es igualmente precaria. Al menos una cuarta parte de esas 20,000 personas en aislamiento domiciliario, y con un estudio caso por caso, deben pasar casi de inmediato a centros de acogida, preferiblemente hoteles, moteles, escuelas, centros comunales, donde haya capacidad de monitoreo médico y de enfermeras y de otro personal de apoyo para darles comida, higiene, y asegurar su real confinamiento en los tiempos establecidos. Todo esto es factible en un real estado de emergencia sanitaria (según lo dispone el Código Sanitario vigente). Cuando el enemigo ya dejó 1,600 bajas, ¿qué se espera para llamar a la población “a las armas”, en este caso, sanitarias, de conocimiento y ciencia? ¿O es que el Estado teme al poder ciudadano organizado?
No basta la trazabilidad, que es básica, porque si queda solo así, es una acción coja... y manca. Se ha mejorado mucho la estrategia para saber dónde están los pacientes, pero no hemos cortado de raíz el contagio domiciliario y comunitario. Esa es la pieza vital que está faltando. Y en otras latitudes se mostró altamente efectiva. Para ello la inteligencia socio-económica con datos reales de las familias en cada comunidad es básica. Nuestro censo del 2,000 no nos sirve.
Y en ellos, los universitarios, desde sus casas en alianza de aprendizaje con sus docentes, pueden desarrollar proyectos de toda índole para levantar mapas de trazabilidad, calle por calle; constituir call centers barriales y a nivel de corregimiento para apoyar al Mides en llevar ayuda y dar soporte a las familias en estado precario.
Es importante subrayar este factor psicosocial: a la población con coronavirus hay que darle acompañamiento, aliento. No aislarla socialmente, sino ayudarla a capear este temporal. Alumnos de psicología, enfermería, estimulación temprana, y un largo etcétera podrían apoyar a los comités de salud, recibiendo ellos mismos orientación de las autoridades sanitarias.
Como igualmente los alumnos de carreras tales como salud y seguridad ocupacional de nuestras universidades podrían ser el núcleo duro de los comités de salud de las empresas, y ayudar a organizar los centros de trabajo. Así, estos serán ambientes sanos para la comunidad trabajadora, desde las cooperativas de producción agrícola hasta las empresas de todo tamaño.
Urgimos a las universidades –públicas y privadas– a ser creativas. Únanse a los clubes cívicos, empresas, comités de salud y entidades locales para liderar este combate que lo ganarán tres elementos: ciencia, conciencia y organización, los factores de la sociedad del conocimiento de la cual tanto hablamos y pocos echan a andar. El conocimiento que no transforma es información. La educación que no forma personas, las abre al mundo y las libera, es mera domesticación. Las universidades de espaldas a la pandemia, sumidas en una “nueva normalidad digital”, serán cualquier cosa, menos el nivel superior de enseñanza que Panamá necesita.
Pensamiento Social (Pesoc) está conformado por un grupo de profesionales de las ciencias sociales que, a través de sus aportes, buscan impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de estas disciplinas.
Su propósito es presentar a la población temas de análisis sobre los principales problemas que la aquejan, y contribuir con las estrategias de programas de solución.