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- 19/06/2022 00:00
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La ciencia moderna va sentando sus bases en Europa a partir de la invasión de América. No es que no hubiese ciencia antes, sino que la razón fundante de la ciencia moderna germinó a partir de la colonización de América para poner todo el proceso de generación de conocimientos y educación al servicio del hombre, el masculino.
La visión filosófica de ver al ser humano como parte de la naturaleza, como un ser vivo más en la tierra, no compaginaba con la revolución científica de la época. Desde el “pienso, luego existo” de Descartes hasta el “conquisto, luego pienso” que atinadamente reinterpreta el filósofo Enrique Dussel, la razón humana se abstrae de la naturaleza para auto-posicionarse por encima de todo, no sin antes haberse asegurado a la fuerza, vía invasiones, conquistas y guerras, los recursos físicos para ejercer una ciencia ahora con propósito: dominar la naturaleza para servirse de ella.
El investigador Edgardo Lander resume así los elementos fundantes de la ciencia moderna: la separación de lo humano, lo divino y la naturaleza; la objetividad –entendida como la abstracción del sujeto y su historia, sus emociones, sus vivencias, su raza, su color, etc.–; la universalidad y el dominio colonial, todo lo que a la postre creó un patrón hegemónico con base en decisiones humanas tomadas en contextos de luchas de poder e intereses económicos. Así también se construyó la inferioridad de los “otros”, los excluidos.
Esta instrumentalización se extiende a la forma en que serían investigados esos “otros” en donde también está la naturaleza, y que a partir de esta lógica se entendía como “algo sin vida”, separado del humano. La visión y los trabajos de Francis Bacon, Galileo Galilei y Descartes fueron fundamentales para reenfocar la concepción del mundo y la naturaleza para que fuesen vistos solo con el lente de la razón, los números y el control del hombre. Jörg Elbers (2013) le llama “la cosmología de la dominación” por los principios de materialismo, reduccionismo, objetivismo, dualismo y determinismo de la revolución científica que abanderaron Bacon, Galilei y Descartes –entre otros–, y que “otorga carta blanca para someter a la tierra, para explotar y saquear el planeta”.
Cosificada la naturaleza en Europa desde La Ilustración y la Revolución Industrial, la ciencia moderna se vuelve la mejor aliada del sistema de acumulación capitalista. Es en nombre de la ciencia moderna y el desarrollo, que los colonizadores europeos extraen riquezas –ahora re etiquetadas como materia prima– del Sur, Asia, América y África para transformarlas e introducirlas en la máquina sin fin del capitalismo.
Roszark habla de “violar a la naturaleza, sea una mujer o una selva tropical”. Y es que la violación comienza objetivando a la víctima y negándole su dignidad y autonomía. Al entender a la naturaleza como una cosa, la violación se remplaza por extracción. La idea de Bacon de usar la fuerza para extraer los secretos de la naturaleza es parte de “un proyecto más grande para crear un nuevo método que permitiera al hombre dominar la naturaleza” (Merchant, 1980). Por otro lado, Dumanosky (citado por Elbers 2013), establece que transformar animales, plantas y sistemas naturales en autómatas hizo “más que desterrar los fastidiosos escrúpulos y la reverencia, posibilitó el accionar de la ciencia y el sueño de control humano”.
Ese control se extendió luego a los mares, al subsuelo, a los aires y llegó hasta la luna, siempre de la mano de la ciencia moderna. La medicina, la biología, la física, la química, las matemáticas y todas las disciplinas se alinearon a los objetivos del hombre. Pero la cúspide del control humano sobre la naturaleza se inauguró en la década del 70, cuando Paul Berg, un biólogo norteamericano de la Universidad de Stanford, combinó el ADN de dos moléculas diferentes, dando origen a la tecnología del recombinante ADN, lo que a su vez abrió toda un abanico de potenciales nuevas industrias para las corporaciones. Solo cinco años más tarde, la empresa Genetech había creado la primera proteína humana a partir de una bacteria transgénica (Lander, 2006).
Este punto de inflexión que creó la ciencia moderna lleva la mercantilización de la naturaleza a otro nivel. Ya no se mercantiliza solo la naturaleza “natural” sino que se puede combinar y crear “nueva” naturaleza para vender. A partir de 1980, Estados Unidos reconfigura su caudal legal y científico para sentar las bases de su muy lucrativa y monopólica industria de la biotecnología, que luego impusieron en todo el mundo.
El nuevo paradigma científico que tomaba forma en Estados Unidos interpretaba cualquier modificación genética –por más simple que fuese– como un invento, al igual que cualquier fórmula química lograda a partir de plantas que produjera alguna terapia o cualquier semilla alterada. Bastaba con patentar la nueva “manufactura” (Lander 2006 citando a la Corte Suprema de Estados Unidos) para que el aparato judicial estadounidense pudiese reclamar en nombre del dueño de la patente regalías a cualquier persona en cualquier parte del mundo, aunque la misma planta estuviese sembrada fuera de su casa desde hace siglos.
El objetivo de la ciencia de alcanzar el bien común se difuminó para dar paso al lucro. Hasta el mismo Berg se sonrojó con los potenciales riesgos y conflictos de interés que se desencadenarían con el uso descontrolado de la tecnología que él había descubierto y por la cual ganó el Nobel en 1980.
¿Puede una corporación adueñarse de un gen o una semilla? La estadounidense Monsanto es dueña del 90% de las variedades de semillas genéticamente modificadas y tiene el monopolio de su venta en el mundo. Ha desplazado la variedad y la especialidad de alimentos dependiendo de su localización para unificar el menú y estandarizar el consumo en el mundo; la eterna apuesta de la globalización: que todos consuman lo mismo, compren lo mismo, vean lo mismo y piensen igual.
Se trata de una dominación que nunca se satisface a sí misma, siempre busca dominar más y más. En sintonía con el capitalismo, cuyo afán de lucro es infinito, la ciencia moderna desvirtuada —sin desmeritar a toda la ciencia moderna que ha hecho mucho por la humanidad— busca y se adapta a nuevos paradigmas para legitimar el uso y la venta creciente de la naturaleza en renovados paquetes: nuevas semillas, nuevos organismos, nuevos inventos, nuevas variedades de alimentos, de plantas, de árboles, nuevos tipos de inseminación artificial, manipulaciones genéticas “a la carta”… todo en nombre del desarrollo. Como plantea Lander, quizás debamos renombrar las ciencias de la vida como las ciencias del control y de la muerte. ¿Podrá volver la ciencia a su cauce o acelerará aún más el pedal?
Pensamiento Social (PESOC) está conformado por un grupo de profesionales de las Ciencias Sociales que, a través de sus aportes, buscan impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de estas disciplinas.
Su propósito es presentar a la población temas de análisis sobre los principales problemas que la aquejan, y contribuir con las estrategias de programas de solución.
La autora es periodista y maestranda en Ecología Política y alternativas al desarrollo.