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Un poco de bioética y algo más de derecho
- 27/10/2022 00:00
- 27/10/2022 00:00
Con el paso de los años hemos aprendido que el fin no justifica los medios, y promover el desarrollo de la ciencia a espaldas de la moral y de los derechos humanos es insostenible en una sociedad civilizada como la nuestra. La bioética como disciplina especializada busca darle límites a la ciencia, con el fin de adecuar las actuaciones humanas en el campo de la investigación, a los valores y a los principios éticos.
A lo largo de la historia hemos sido testigos de casos terribles de discriminación y violación a los derechos humanos “en aras de mejorar la ciencia”. En menos de medio siglo tuvimos casos tan crueles y dolorosos como el experimento de Tuskegee (1932 – 1972), en Alabama, Estados Unidos de Norteamérica, que nos deben llevar a la reflexión para entender hasta dónde se puede llegar por alcanzar el “conocimiento” y el “éxito” en una investigación.
Este caso en particular es en extremo perverso, pues desde el sistema sanitario público se llevó a cabo un experimento en el cual se inoculó una enfermedad (sífilis) a una parte de la población estadounidense (de raza negra), bajo el engaño de ofrecerles un tratamiento de salud gratuito, que incluía exámenes médicos, para detectar si padecían de “mala sangre – bad blood”. Eso sí, esta oferta iba acompañada de comida y pruebas gratis, por tratarse de una población pobre e ignorante, aunque en el fondo el objetivo principal era conocer cuáles eran las etapas de la enfermedad, sus síntomas y cuáles serían las complicaciones que sufriría el participante hasta llegar a la muerte. De ese macabro experimento solo sobrevivieron 72 personas de una muestra de más de 600 participantes. Visto así, ¿era necesario arriesgar la vida de aquellos seres humanos por el hambre del conocimiento? ¿Acaso es correcto investigar a pesar del dolor ajeno?
Hoy el debate sobre ciencia y bioética no ha sido pacífico, el dilema de la decisión entre la investigación y los valores sigue vigente, desde la experimentación con células madre, la clonación de sujetos, la experimentación con organismos vivos (animales) o el debate sobre la muerte digna de un paciente, todos estos temas generan un conflicto ético inmediato, que no parece tener una pronta salida.
En bioética existen los pilares de la autonomía, la beneficencia, no maleficencia y la justicia. Todos ellos exigen el respeto a las personas y a sus derechos fundamentes. Sí, derechos fundamentales, aquellos que han sido consagrados en nuestra carta magna, que, para el caso de Panamá (1972) se encuentran especialmente definidos en el Título III, sobre Derechos y Deberes Individuales y Sociales, capítulo primero, sobre Garantías Fundamentales, desde el artículo 17 hasta el artículo 55. En nuestro país, estas garantías se trasladaron a su vez en la Ley No. 68 de 2003 de Protección del Paciente, reglamentada por el Decreto 1458 del 6 de noviembre de 2012 y cuyo centro gravita, entre otros aspectos, en la autodeterminación del paciente y la obligación de incluir un consentimiento informado en los procesos sanitarios.
Ahora bien, ¿cómo esto influye en los centros de enseñanza superior? En el caso de las universidades, existe la obligación de crear comités de bioética, como responsables de orientar y garantizar que toda investigación académico-científica se desarrolle dentro de los parámetros exigidos por la bioética y el respeto de los derechos humanos.
La investigación realizada por laboratorios, públicos y privados, dentro y fuera de las universidades, a raíz de la pandemia de la covid-19, abrió nuevamente el debate de conceptos. ¿Hasta dónde se podían imponer las investigaciones?, ¿cuándo debían aplicarse los resultados, acaso es muy pronto? y ¿cuáles podrían ser los riesgos de esas investigaciones? Evidentemente, el mundo se enfrenta ahora a una realidad difícil, en la cual debe luchar contra una enfermedad cuasi mortal, con la capacidad de doblegar a todo el planeta, sin olvidar que al investigar y probar las alternativas disponibles, aún debe respetar la autonomía de las personas y su dignidad individual.
En definitiva, el hilo que divide una actuación justa de una injusta es muy delgado, fácilmente podemos pasar de lo correcto a lo incorrecto. Hoy más que nunca debemos procurar que la ciencia sea congruente con la normativa vigente, sin desconocer los retos que esto implica. Ojalá que cada experimento científico vaya de la mano con los valores morales, y siempre tenga un poco de bioética y algo más de derecho.