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- 19/11/2022 00:00
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El origen y ascenso de la ciudad de Colón surgió con su escogencia como el puerto atlántico del istmo de Panamá, habiendo reemplazado por completo, desde el establecimiento del ferrocarril, a Chagres, que a su vez había reemplazado a Portobelo.
La escogencia de Colón como terminal del Atlántico se remonta a las exploraciones ordenadas por Nueva Granada sobre la unión del Atlántico con el Pacífico a través de un canal, un ferrocarril, y en última instancia un camino terrestre. El Gobierno británico estaba interesado en el desarrollo de la navegación por el Atlántico y en particular mejorar el tránsito por el istmo poniendo en comunicación sus líneas de vapor con el fin de desarrollar el intercambio comercial con la región.
Entre 1827 y 1829 el ingeniero británico J. A. Lloyd y el capitán sueco Mauricio Falmark; por encargo de Nueva Granada, habían realizado exploraciones en el istmo. La recomendación para una comunicación terrestre entre esta plaza (Panamá) y la bahía de Limón se fundamenta en sus observación del lugar: El terreno llano que se descubre en casi toda su extensión; la gran ventaja de tener el material tan a mano, ofreciendo en abundancia el cauce del río Chagres el cual combina los transportes por agua y por tierra; la corta distancia entre estos dos lugares y la que tuviese un camino entre esta ruta y Portobelo, donde las infinitas cuestas que se han de pasar aumentan considerablemente las distancias y por último el mejor clima que prometen aquellos lugares, desaguando los pequeños lagos y desecando los terrenos pantanosos que en algunas partes se encuentran (Justo Arosemena: Examen sobre la franca comunicación entre dos océanos por el istmo de Panamá, Bogotá, 1846).
Por otro lado, el Gobierno francés envía en 1943 a Napoleón Garella y Santiago Courtines (ingeniero de minas e ingeniero de calzadas, respectivamente), quienes estuvieron seis meses sobre este paso renombrado. Era la primera vez que se realizaba una triangulación rigurosa, que midiese la altura de las hoces o gargantas dispuestas por la naturaleza entre las colinas y las montañas.
Garella se convenció muy pronto que debía dirigirse el canal a la vertiente del océano Atlántico por el valle del río Chagres, para venir a parar al océano, no en el puerto de Chagres, inaccesible a los buques grandes, sino en la bahía de Limón, un excelente fondeadero situado a seis u ocho kilómetros de aquel. De este modo se aseguraría por ambas partes la libre y fácil comunicación del canal con la plena mar (Diario de la Marina, La Habana, 23 de marzo de 1846).
El pueblo bien puede datar su origen en 1850, pero no fue hasta febrero de 1852 que se inauguró formalmente, bautizado como Aspinwall, como publicó The Panamá Herald el 9 de marzo de 1852. El pueblo tenía unas doscientas casas construidas, con una o dos excepciones, principalmente de madera, según el manual de la Panamá Railroad Company, “en un estilo a medio camino entre la casa de New England y las estructuras con terrazas usuales en los trópicos”.
Los edificios principales eran las oficinas, almacenes y viviendas necesarios para los fines de la compañía ferroviaria y sus empleados.
La calle principal corre a lo largo de la orilla del mar donde se encontraban los hoteles, tiendas de ropa y provisiones generales, por un lado, mientras que los muelles o desembarcaderos para la navegación por el otro. El resto de los edificios se construyó en terrenos arrendados.
El agua de lluvia se recogía en grandes tanques de hierro durante la temporada lluviosa, para el abastecimiento de la navegación y sus habitantes.
El idioma inglés se hablaba generalmente, incluso por los nuevos granadinos, que hacían de este lugar su residencia.
La población comprendía una gran cantidad de afrocaribeños procedentes de Jamaica, y podía estimarse, para 1852, en alrededor de 1.500 a 2.000 personas.
Hacia 1861 se construyen tres muelles nuevos sobre pilotes de hierro, dos de los cuales fueron para la Panamá Railroad Company y uno para la británica Royal Mail Steam Packet Company. Pero Colón estaba, por supuesto, en ficción, si no de hecho, bajo el gobierno y sujeto a las leyes de la Nueva Granada, y políticamente formaba parte del Estado de Panamá.
Charles Toll Bidwell, vicecónsul británico, en su libro “The Isthmus of Panamá”, publicado en 1865, describe en sus memorias sobre Colón: “un bosque centenario cubría la isla de Manzanillo, y el frondoso mangle, el caoba y la venenosa manzanilla, entrelazados con enredaderas rastreras, que colgaban sus graciosos festones de rama en rama, la ensombrecían con una sombra perpetua, hasta que la civilización dispersó la nube oscura del crecimiento impenetrable al sol. Los colonos han despejado un espacio angosto hacia el mar, dejando aquí y allá, en la ciudad, la sombra de un manglar imponente, o una arboleda de cocoteros que susurra a la orilla del mar; mientras, tierra adentro, la tupida selva de la manzanilla; oscurece la isla y exhala su aliento venenoso. Uno no puede dejar de impresionarse, al llegar a Colón, con la aparente armonía de la naturaleza en su estado más salvaje, con la civilización moderna. Aquí se pueden observar, todavía florecientes como antes de la visita de los norteamericanos y su ferrocarril, los árboles silvestres y los finos cocoteros de los trópicos, y en medio del humo y el ruido de la fábrica y la máquina de vapor de la compañía ferroviaria”.
Con esa energía que se alzó una ciudad sobre lo que era un bosque pantanoso, se levantaron rápidamente nuevos edificios, pero las huellas del fuego amenazaron la ciudad en varias ocasiones con destruirla. Una ciudad que ahora surgía de un pantano y luchaba por un nuevo nombre: Colón alias Aspinwall, o el desembarque en Navy Bay o bahía de Limón; en todo caso en el puerto Atlántico del istmo de Panamá, un lugar y nuevo espacio urbano de crucial importancia en el posterior devenir social y económico de Panamá.