La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 10/06/2023 00:00
- 10/06/2023 00:00
Lo iban a dejar abandonado o lo iban a sacrificar –apenas tenía dos años– porque sus dueños se iban del país, pero una tarde lluviosa de abril de 2012 un alma caritativa lo salvó de un triste destino y pasó a formar parte de una nueva familia, la de María, y el joven beagle, al que llamaron Cucho, se adaptó poco a poco, porque ya había otros dos canes en casa y hubo que mantenerlos separados.
Es casi imposible que dos machos alfa jóvenes lleguen a conciliar sus diferencias, eso le pasó a Cucho con Jako, el dominante de la casa que junto a Toby llegó de un mes, traídos también por María del interior, ambos llenos de pulgas y poco alimento.
Aparte de las esporádicas peleas, todos compartían la misma comida, las acostumbradas “pepitas” que se venden en diversos lugares y de variados precios, pero no todas son buenas para todos los animales, como lo demostraría la salud de Cucho en poco tiempo.
Especialista en extender la patita para pedir comida o de poner el hocico en el muslo con una cara de famélico, se fue ganando un lugar en el hogar que lo acogió.
Con su porte de “aristócrata de barrio”, como dice Serrat en uno de sus poemas-canción, resaltaba en los paseos vespertinos que daba junto con sus dos “hermanos”, al punto que un alcalde pidió permiso un día para fotografiarse con ellos en uno de los habituales paseos que daban debidamente ataviados con su pechera, correa y placa de identificación por las nuevas barriadas del este de la capital.
También el beagle fue el único que tuvo cría, porque lo fueron a solicitar para aparearlo con una señorita de su misma raza. Seis herederos que quien sabe donde están.
La familia de María buscó la manera de mantenerlos sanos. Entre el más de medio centenar de veterinarias que había en la capital, escogieron una para mantenerlos vacunados según su edad.
Hace diez años los precios eran medianamente accesibles, una consulta completa por $25 y una vacuna por $5 o $10, o una bolsa grande de alimentos por $20 permitía darle calidad de vida a una mascota.
María estudiaba en la universidad y acabando su primera carrera comenzó a trabajar para apoyar en los gastos de sus mascotas en la medida de sus posibilidades, pero hubo un punto de inflexión cuando a los cinco años de llegar a casa, su protegido tuvo una crisis.
Cucho comenzó a rascarse con desesperación un buen día, al punto que se arrancaba mechones de pelo y la piel se le mostraba rosada e irritada, lo que le provocaba dolor.
Desorientada y desconcertada pidió el auxilio de sus padres, y corre para el veterinario. El diagnóstico inicial, alergia provocada por el alimento, primer golpazo, la comida “especial” ya tenía un costo de $30 y era un tercio de la bolsa de alimentos habitual, la medicina para la piel otro tanto igual de valor... y comenzó el peregrinaje.
Al siguiente mes otra serie de exámenes, como resultado, le detectaron mal funcionamiento de la glándula tiroides y, desde esa fecha hasta hoy tiene que tomar a diario eutirox, que es para humanos, para mantenerse más o menos estable.
El amigo fiel, que siempre está a tu lado, poco a poco fue mermando su vigor, pero nunca ha perdido el apetito. Cuenta María que en una Navidad cuando estaba aún sano se encaramó en el mostrador de la cocina y se llevó casi medio jamón solito para devorarlo como si no hubiese cenado por días, pero luego venía con su cara de 'yo no fui' a lamerte la mano.
Pero las dolencias no lo dejaron tranquilo, en vísperas de la pandemia un buen día comenzó a orinar sangre y su dueña recibió la noticia de la veterinaria: un tumor cancerígeno incrustado en su vejiga que no se puede operar, lo más que se arriesgaron a hacer fue castrarlo.
Y Cucho terminó en manos de una oncóloga veterinaria a la que hay que acudir previa cita, en donde le confirmaron el diagnóstico y empezó a recibir un tratamiento de “calidad de vida” que incluye exámenes periódicos.
Qué aprendió María: la dureza de esa enfermedad, lo caro de su tratamiento para los animales; casi una factura mensual de $100 y cuando le toca cita bordea los $200. Así de cara se ha puesto en Panamá la atención veterinaria.
Una encuesta que publicó el colega El Siglo el 26 de enero de 2015 daba cuenta que casi 1,8 millón de panameños tenían al menos un perro como mascota, mientras otras publicaciones años después hablaban que al menos unas 40.000 mascotas eran abandonadas (no solo perros), aunque para 2021 ya se consideraba que el 80% de la población tiene un can.
Ese último dato apareció el 12 de septiembre en La Estrella de Panamá, de boca de un ejecutivo regional de la industria de alimentos para mascotas.
María considera que es probable que la pandemia aumentara el interés por tener un animal de compañía ante el encierro prolongado que se vivió, aunque ahora, por la crisis económica, se están dando casos de abandono. Incluso la semana pasada vio un anuncio en Instagram de una familia que quería regalar sus dos chihuahuas “porque no tenía como mantenerlos”.
Pero cada vez hay más clínicas veterinarias en todo Panamá y los precios de los productos alimenticios siguen subiendo, presionados por los costes de las materias primas, y muchas de las medicinas ya están casi a la par de las que se recetan a los seres humanos; hay distribuidores exclusivos de determinados laboratorios, lo cual crea una dependencia inconsulta del paciente hacia una empresa.
Mientras tanto, a Cucho le siguieron Jako con un cáncer fulminante de hígado que hace un año obligó a aplicarle la eutanasia en una clínica veterinaria, para acabar con su sufrimiento, y Toby sufre otro tipo de cáncer que lo está minando poco a poco.
El beagle galán sigue dando sus paseos vespertinos, a paso lento; mantiene el porte cuando se cruza con una perrita, y se alimenta con normalidad. María ahora le combina su alimentación especial con un guacho de pechuga de pollo picada, lentejas y arroz, para mantenerle las defensas altas, aunque sabe que, llegada la hora, no hay vuelta atrás, el amigo fiel cerrará los ojos inexorablemente, pero tendrá la satisfacción de haberle dado al menos 11 años de calidad de vida y amor, porque él así lo hizo también.
El autor es periodista independiente y profesor universitario.