Pensaba ser policía y un violador le truncó la vida

Actualizado
  • 24/10/2023 17:37
Creado
  • 24/10/2023 17:37
Tres días después de la captura del sospechoso del asesinato de la niña Lina Fabiola Rojas Grajales, surgen reveladoras versiones del vínculo entre la víctima y el agresor
Una cruz de concreto, pintada de blanco, describe su vida y su muerte en números ordinales y fríos (29-5-2012 / 12-2-2023 ).
Kenny Alberto Quintero tiene 54 años.
Lina Fabiola Rojas Grajales tenía ojos color de miel.

El fuerte golpe con un tubo la dejó moribunda. Cayó inconsciente y con el cráneo roto. No conforme con semejante brutalidad, el hombre le quitó la ropa y sació su maldad. Los espectaculares ojos de Lina se habían cerrado. Y mientras respiraba con dificultad, el hombre dejaba sus evidencias en el cuerpo de Lina, cuya prueba de ADN logró determinar quién la había matado.

Las pruebas científicas de la medicatura forense determinaron que en su espalda había fluidos corporales que coincidían con el ADN de uno de los sospechosos. Lina, como pudo, se defendió, arañó. Luchaba, quizá, por quitarse de encima a ese hombre o probablemente intentaba evitar el dolor que produce una violación.

La niña, quien estaba próxima a cumplir 11 años de edad, soñaba con ser policía. Era pequeña para su edad, pero muy madura, sociable e inquieta. De esas niñas que acostumbraban a defender sus puntos de vista, que no se dejaban engatusar fácilmente. En su carácter mostraba cierta independencia: recorría, sin miedo, las calles de la comunidad de Querévalo, distrito de Alanje, provincia de Chiriquí, sin mucho control de los parientes. Una debilidad que pudo ser aprovechada por su asesino.

El 9 de febrero de 2023, el reloj marcaba la 1:40 de la tarde, cuando la niña desapareció de la casa. Su cuerpo fue encontrado boca abajo, con las rodillas raspadas, sangrando por la nariz y la frente, en una casa ubicada al lado de una tienda.

Noventa días después del asesinato de la niña –que se caracterizaba por una belleza especial, de piel canela y ojos color de miel–, el ADN en las uñas de la niña dio positivo para un hombre de 54 años.

De los cinco sospechosos a quienes se les practicaron las pruebas científicas, solo uno dio positivo, un vecino de los padres de la niña, Kenny Alberto Quintero. Es el mismo hombre que públicamente pedía justicia y recomendaba a los padres cuidar a sus niños para que nunca más se diera otro crimen similar en Querévalo.

“Es muy lamentable”, dijo abordado por los medios de comunicación que cubrían el hecho que consternó a todo un país. Quintero aseguró que se encontraba trabajando en una cooperativa, que está contigua a la casa de la niña, cuando ocurrió el asesinato. Y activamente participaba de protestas del pueblo que castigaba el feminicidio y la violación a las niñas y que exigía encontrar al responsable del crimen, en lo que parecía un abierto desafío a las autoridades.

Aunque el arma que causó la muerte de la niña no se ha encontrado, probablemente porque el supuesto asesino contó con el tiempo para esconderla –tres meses desde el feminicidio hasta la imputación de cargos–, hay testimonios que establecen que vieron al sospechoso cuando ingresó a un recinto y salió con un objeto tubular.

La reconstrucción científica del crimen coincide con este dato, es decir, que un tubo causó los golpes a la niña, confirmó otra de las fuentes que lleva el caso a La Estrella de Panamá.

Los últimos momentos de vida de la niña fueron terribles: intentó desesperadamente defenderse del agresor que la aturdió con golpes para inmovilizarla. Y posteriormente buscó el cilindro con que la remató. Aún así, continuó respirando, pero prácticamente estaba muerta: los golpes le desprendieron el cerebro.

El sospechoso desapareció por un corto tiempo, pero después regresó a la escena del crimen, una conducta que es típica en este tipo de personas, explicó una de las fuentes relacionadas con la investigación policíaca y penal.

Quintero tenía pareja estable. Y era directivo de la cooperativa de areneros que está ubicada en un local contiguo a la casa de los padres de Lina. Según testimonios de los vecinos, al sospechoso se le veía jugar baraja con la niña en el patio trasero de la familia Rojas Grajales.

En el pasado fue señalado por malos manejos de fondos en la cooperativa que presidía, pero aparentemente no se le logró comprobar nada. El hombre era blanco de las investigaciones judiciales porque fue uno de los últimos que vio con vida a la niña. Una mujer sospechó y lo denunció. A pesar de las presiones de la sociedad panameña, que exigía detalles sobre el responsable del crimen, la fiscalía armó su investigación en silencio.

La pena

Y con pruebas científicas, corroboró sus indicios. Exactamente tres meses después del feminicidio aprehendieron al sospechoso, a eso de las 10:00 de la noche, en su residencia. El domingo 14 de mayo, con el rostro cubierto por un trapo, el hombre ingresó a la sede del Sistema Penal Acusatorio (SPA), de la provincia de Chiriquí. En una audiencia a puertas cerradas por tratarse de un caso sensitivo –la muerte y violación de una niña–, la Fiscalía de Homicidio y Feminicidio del Tercer Distrito Judicial logró la aprehensión del sospechoso por seis meses para evitar su fuga, mientras fortalece su trabajo de investigación.

A Quintero le imputaron cargos contra la vida y la integridad personal, en la modalidad de feminicidio y contra la libertad sexual, por violación. Por su osadía, podría pagar 18 años de cárcel por la violación y 30 por el feminicidio.

En la celda preventiva, Quintero mostraba cuadros depresivos, lloraba. Él temía por su vida. No quería ser trasladado a la cárcel pública. Ahora permanece en el Centro Penitenciario de Llano de Hicaco, en la provincia de Chiriquí, separado del resto de los reclusos para que no le pasen factura.

Hoy en Querévalo, distrito de Alanje, hay un pueblo consternado y herido, que además de lamentar la muerte de una niña, tiene el rostro de su presunto asesino. Hoy, un caso más de violación a una menor y de feminicidio está más cerca de lograr la justicia.

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