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- 12/12/2020 00:00
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El 12 de diciembre de 1947 es una fecha histórica que no debe caer en el olvido. Se puede afirmar que ese día se estrenó en las calles la alternativa abrogacionista. Esa alternativa enfrentó su segunda y sagrada prueba de fuego el 9 de enero de 1964. Se trata de la lucha del pueblo panameño orientado, entre otros, por la Federación de Estudiantes, para sepultar la política del “Panamá cede” que encontró en el tratado Hay-Bunau Varilla los equívocos nefastos que la hicieron posible.
Aquel 12 de diciembre Panamá era un país ocupado y decenas de bases militares estadounidenses, diseminadas de hecho por todo el territorio nacional, eran objeto de convalidación en un acuerdo suscrito por el canciller panameño y el embajador de Estados Unidos.
Oponerse a la ocupación militar constituía una actitud inédita, sin precedentes, y la generación de 1947 dispuso abrogar la tradicional conducta oficial y los textos contractuales que permitían esa ocupación. Aquello fue un desafío, más que desafío fue el pulso más alto de la temeridad, porque lo que pedía el pueblo con el rechazo del convenio Filós-Hines era que las tropas armadas de Estados Unidos abandonaran los sitios de defensa y retornaran, sin más trámite, al país de origen. Son los grandes momentos de los pueblos y del derecho.
Estados Unidos pudo adoptar el camino de la contumacia o de la agresión y desconocer consiguientemente el mandato de los representantes del pueblo panameño. Siempre he entendido que la desocupación de las bases fue un acto de singular respeto al derecho por parte del presidente Truman. Producido el rechazo quedó perfilada, como un reto impuesto por la juventud, la línea rectificadora de la futura diplomacia panameña. Ya el torbellino cívico que nutría la conciencia juvenil solo podía conducir a la consolidación de la independencia.
El 12 de diciembre la juventud republicana ejerció las potestades de una ciudadanía sin dogales. No puedo olvidar mis palabras aquel 22 de diciembre de 1947 cuando festejábamos en la plaza de Santa Ana el rechazo del convenio. “Ha nacido, dije, la segunda República”. Una República libre de ataduras intervencionistas. Tal era la proyección que a mi juicio determinaba el envío a casa de las tropas de ocupación.
Esa proyección tuvo su antecedente en el bozal que la cláusula X del tratado general de 1936 impuso a la voluntad colonialista de Estados Unidos. Antes de esta cláusula, Estados Unidos, unilateralmente, contra el criterio panameño, podía tomar tierras y aguas que quisiera fuera de la Zona para la defensa del Canal.
La cláusula X del tratado del 36 condicionaba la toma de nuevas tierras para la defensa del Canal a un acuerdo previo de las partes, siempre y cuando existiera una conflagración mundial o un peligro de guerra.
De modo que en 1947, pasada la Segunda Guerra Mundial, ya no existía la conflagración y tampoco un peligro de guerra. La tragedia de la causa panameña es que Estados Unidos alegaba que para 1947 existía un peligro de guerra, afirmación avalada por algunos personajes criollos que abundaban en la misma fantasía bélica.
La historia confirmó la inexistencia del peligro de guerra y la decisión de la Asamblea de Panamá constituyó un homenaje al patriotismo y a la clarividencia de los gestores del tratado de 1936.
No se puede olvidar el significado histórico del 12 de diciembre de 1947 y no deja de causar incomodidad y tristeza en el ánimo patriótico el silencio global que cubrió el 12 de diciembre de 2005. No solo fue un desafío a las fuerzas que venían aplastando el espíritu de la nación panameña, fue también un reto a las fuerzas policíacas internas que actuaban al margen de los superiores intereses de la panameñidad.
El reto se hizo evidente una vez el coronel José Remón, jefe de la Policía, llamó a quien escribe estas notas, entonces secretario general de la Federación de Estudiantes, el 12 de diciembre, cerca del mediodía, para comunicar que el alcalde del distrito, Mauricio Díaz, había prohibido la marcha convocada por la federación para esa tarde.
El coronel Remón pedía que se desistiera de la marcha porque de insistir en ella la disolvería a la fuerza y expresó que quería verme al frente de la manifestación. A la hora preestablecida salimos a las calles pese a las amenazas, y a la altura de la plaza de Santa Ana se produjo el primer enfrentamiento con un pelotón dirigido por el comandante Timoteo Meléndez. El segundo encuentro ocurrió en la plaza Catedral. En Santa Ana estrenaron las bombas lacrimógenas. En la Catedral, un oficial disparó sobre el estudiante Sebastián Tapia, dejándolo lisiado de por vida. La tropa de ocupación interna hizo el trabajo sucio que se temía lo podía hacer la tropa extranjera.
Lo negativo es que a partir de aquella gesta, al trasladarse los soldados de Estados Unidos a su país de origen, el coronel Remón inició la militarización de la Policía Nacional y el consiguiente rosario de desventuras vividas por nuestro pueblo.
El 12 de diciembre de 1947 tiene la espiritualidad inmarcesible del 9 de enero de 1964. Olvidar esa fecha sería un homenaje a la ingratitud o un triunfo de la negligencia cívica. Yo recuerdo esa fecha con el sentimiento y el orgullo de quien tiene ante sí la imagen de aquellos episodios y de los jóvenes, vivos y muertos, que fueron protagonistas inolvidables en el perfeccionamiento de la independencia nacional.
Publicado originalmente el 17 de diciembre de 2005