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- 25/10/2015 03:00
Se necesita calidad... no cantidad
Hay una realidad y es que más de un tercio de la población mundial está mal alimentada, obesa o desnutrida, lo cual confirma otra verdad: más de la mitad de las muertes se deben a enfermedades relacionadas con la alimentación.
Ambas situaciones reflejan una crisis más profunda: la falta de acceso a alimentos sanos es resultante de una falta de dinero. Nadie con dinero se muere de hambre y la epidemia de obesidad y diabetes afecta predominantemente a la población en el quintil inferior de la escala de ingresos. Con dinero se puede comprar buena comida y la comida buena genera salud. Sin dinero, viene la comida chatarra, las llamadas calorías vacías, que adicionan libras pero no nutren.
Con el objetivo de determinar si las dietas son saludables, el Índice de Oxfam, publicado el año pasado, muestra el estado actual en más de 125 países de los niveles de desnutrición en niños, obesidad, precio y asequibilidad de alimentos. Los Países Bajos, Francia y Suiza ocupan las mejores posiciones, en cambio Chad, Etiopía y Angola se ubican en la cola. Lo sorprendente del Índice es que los Estados Unidos, Brasil, Canadá y el resto de los países latinoamericanos están lejos de las primeras posiciones y tienen los niveles de obesidad y diabetes más elevados.
Es difícil imaginar tan malas calificaciones con la enorme oferta de alimentos que tienen estos países. El problema es que gran parte de sus cosechas se convierte en comida chatarra, combustible para automóviles y granos para animales. De igual forma, no hay un esfuerzo coordinado de parte de los Gobiernos para enseñar a la gente a cocinar. Y lo peor, los más pobres dependen de un sistema de subsidios retrógrado e improductivo.
En Panamá, a pesar de que más de un tercio de la población padece de obesidad y más de un cuarto sufre de desnutrición, no existe un programa efectivo para resolver el problema. Por ejemplo, de los $1300 millones de dólares asignados en el Presupuesto del Estado para subsidios, menos del 1 % es utilizado para fomentar la producción de alimentos sanos. Y, por el contrario, más de la mitad se destina a programas sociales que fácilmente terminan en la compra de cigarrillos, licor, comida chatarra y apuestas en casinos. Sería más sensato pensar en crear cupones de alimentos que sirvan para conseguir comida nutritiva y saludable.
Igualmente, el presupuesto de educación alimentaria en Panamá palidece en comparación con el presupuesto de marketing de la comida chatarra. Además, el tiempo dedicado a nutrición en escuelas y colegios es insuficiente de cara a los esfuerzos que hacen las grandes corporaciones de alimentos para persuadir a los niños a comprar cajetas felices y porciones agrandadas. No existe tampoco, como lo hemos señalado anteriormente, ningún esfuerzo gubernamental para enseñar a la gente a cocinar, algo que no puede suceder si no enseñamos primero a la población a comprar comida natural de alto contenido nutricional.
También hay cuestiones de justicia económica y de todas sus complicaciones sociales, porque hablar de alimentos y de la alimentación conduce inevitablemente a hablar de la estructura política del Estado. Parte del problema en Panamá radica en la falta de una visión estratégica. Aunque tenemos una primera dama preocupada por temas religiosos, en el país no existe una política oficial o una agencia responsable de asegurar que la inversión nacional en alimentación y agricultura sea precisamente para producir alimentos saludables. El Ministerio de Desarrollo Agropecuario, pero también el Despacho de la Primera Dama, tiene una clara oportunidad de fortalecer el programa de granjas y huertos familiares para apoyar la sostenibilidad del suelo, el agua y el aire, y la salud de los consumidores que compran los alimentos. Solo hay que mirar y analizar los presupuestos de estas dos instituciones para darse cuenta de qué hacen y en qué se preocupan para resolver el problema de salud pública.
En el largo plazo, lo que necesitan Panamá y la mayoría de los países del mundo no son leyes para producir más alimentos, sino una estrategia enfocada en producir comida sana y nutritiva. No tiene sentido decirle a la gente que coma verduras y luego producir comida chatarra, que solo causa enfermedades y nos convierte en países desnutridos. La solución no es producir más cantidad, sino mejor calidad de alimentos. Es una realidad que no requiere de mayores demostraciones y que ayuda a servir la mesa para un futuro próspero y de más bienestar .
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