• 21/12/2019 00:00

¿Es cierto que antes del Siglo XX nadie vivía más de 55 años?

Es frecuente oír decir que antes del Siglo XX nadie llegaba a edades avanzadas, y que básicamente el que llegaba a 55 años podía sentirse afortunado.

Es frecuente oír decir que antes del Siglo XX nadie llegaba a edades avanzadas, y que básicamente el que llegaba a 55 años podía sentirse afortunado. La idea se extiende a que en el Paleolítico, la mayor longevidad esperable por una persona era de 35-40 años. Ambas ideas son falsas y derivan del error de tomar un promedio (expectativa de vida al nacer) como una representación fiel del espectro de variabilidad de eventos dentro del mundo real.

Basta revisar las edades de muerte de algunos personajes históricos para darse cuenta de que eso de que antes nadie superaba los 55 es falso. La reina Victoria murió a los 81 años en 1901. Justo Arosemena murió en 1896 con 78. John Adams en el Siglo XVIII, llegó a 90. Michelangelo murió en el Siglo XVI con 88. Agustín de Hipona, en el Siglo V, 75 años. Hace casi 2,200 años, Catón El Viejo vivió hasta los 85 años y Eratóstenes, el primero en calcular la circunferencia de la Tierra, murió a los 82, ¡por suicidio! Antes, Platón y Píndaro murieron a los 80, y Pitágoras a los 94.

Hay buena evidencia de que ya en tiempos históricos la edad de senectud en poblaciones humanas podía llegar a edades avanzadas según nuestros estándares actuales. Por ejemplo, con base en data de defunciones registradas en parroquias en Suecia a mediados del Siglo XVIII (entre 1751 y 1758), la edad modal de muerte de personas adultas (definidas como personas que hubiesen superado los 15 años) era de 72 años [Gurven & Kaplan. “Longevity among Hunter-gatherers: A cross cultural examination”. Population and Development Review 33 (2) (2007): 321–365]. Edad modal de adultos es el entero de edad de mayor frecuencia de muertes para personas que superaron la adolescencia. La edad modal no es lo mismo que edad máxima de vida, y por tanto no nos dice de modo directo cuál era la longevidad máxima dentro de dicho período en la población mencionada, pero sí nos sirve de buena guía sobre qué tan común era llegar a dicha edad. Casi una cuarta parte (24%) de la población sueca adulta de la época moría a los 72 o edad superior.

Los autores del artículo ya citado también examinaron edades modales de muerte en sociedades de cazadores-recolectores contemporáneas para las que hay data demográfica de alta calidad y fiabilidad. Se trata de sociedades relativamente aisladas, sin agricultura y también sin acceso a medicina moderna. Las poblaciones incluyeron los Hadza, Hiwi, Ache, Yanomano Xilixana, Tsimane, !Kung, Ache y aborígenes del norte de Australia. La edad modal de muerte más baja fue de 68 años en los Hiwi, y de 78 en los Tsimane. En esta última población, 30% de la población adulta muere a edades iguales o superiores a los 78 años.

La expectativa de vida al nacer es una métrica que indica el promedio de las edades que en un determinado grupo humano tenían las personas al momento de morir, siendo el divisor la cantidad de todas las personas que nacen vivas. Si en una población hay alta mortalidad infantil, ello sesgará a la baja el promedio poblacional de edad al momento de la muerte. Por ello en Suecia, en el período ya mencionado con edad modal de muerte adulta de 72, la expectativa de vida al nacer era de 34 años.

Lo que aumentó radicalmente la expectativa de vida desde fines del Siglo XIX y la primera mitad del Siglo XX no fue una extensión de la duración máxima de vida, sino la notable reducción en la mortalidad infantil, y la reducción en mortalidad a edades tempranas (adolescentes y adultos jóvenes), incluyendo las muertes de mujeres durante o poco después del parto (¡gracias, Dr. Semmelweis!). Las curvas de mortalidad entre la población que llega a los 60 años de edad no han variado tanto. No se ha extendido la duración máxima de vida, lo que se ha hecho es reducir la mortalidad a edades tempranas.

Esto ilustra el problema de creer que los promedios representan la variabilidad natural de eventos en el mundo real. Entender los promedios como representación fiel de la variabilidad natural lleva a asumir como anómalo algo que puede ser completamente normal. El que un evento se aleje del promedio no significa que sea anómalo. Confundir promedio con normalidad es una trampa cognitiva. ¡Evítela!

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