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- 05/03/2016 01:00
No bastarían las palabras para expresar lo que siento...
Algunas veces nos parece que hay cosas que escapan a la expresión, que hay cosas que nuestro lenguaje no puede capturar, nos parece, dicho brevemente, que nuestro lenguaje es defectuoso. Un ejemplo de aquellas cosas que parecen escapársenos entre palabras es el amor.
Tal concepción del amor como algo inexpresable aparece en uno de los discursos de elogio a Eros, pronunciado por Aristófanes, que forma parte del Banquete de Platón. En dicho discurso, Aristófanes, celebre comediógrafo griego, nos dice que en el inicio de los tiempos existían tres clases de seres humanos, a saber: uno masculino, otro femenino y uno que era mitad hombre y mitad mujer. Cada uno tenía cuatro manos, cuatro brazos y una cabeza con dos caras, pero lo que les faltaba en belleza, lo tenían en valentía y fuerza, llegando incluso a rebelarse contra los dioses. Por esta razón, Zeus decidió dividirlos en dos mitades haciéndoles menos fuertes, pero mayores en número, de tal modo que habría mayor número de seres que ofreciesen sacrificio y, debido a su debilidad, menos probabilidades de una revuelta exitosa en contra de los dioses. Así, según Aristófanes, fuimos creados los seres humanos, seres solitarios y menesterosos condenados a buscar eternamente nuestra otra mitad, buscando siempre cómo completarse. Tal es, nos dice el comediógrafo, el origen del amor: la necesidad de buscar, más allá del impulso y orientación sexual, una ‘cosa que no se puede expresar' y que, aunque lo busquemos como sabiendo lo que se busca, solo puede ser expresado ‘enigmáticamente'.
La concepción aristofánica del amor, en su forma moderna, ha adquirido un carácter esencialista que, por lo general, asume que nuestro lenguaje es algo defectuoso y que debe ser analizado, clarificado, pues el lenguaje debe ser un reflejo claro de cómo están las cosas, de lo que las cosas son y asumen, por otra parte, que el amor es algo inasequible en la medida en que no se puede expresar claramente aquello que ello es, el amor aparece como parte de ese mundo que está ‘allí afuera' esperando a ser reflejado y que debemos salir a buscar incansablemente y que, una vez lo tengamos, podremos expresarlo, podremos ‘saber lo que es el amor', en suma, ‘¿cómo sabes qué es el amor, si no lo puedes expresar?'.
Desde una perspectiva antiesencialista o antifundacionalista, el esencialismo se basa en una imagen errónea de lo que somos los seres humanos y la forma en que nos comunicamos. Así, el antiesencialismo nos dice que los supuestos defectos de nuestro lenguaje (metaforicidad, vaguedad y demás) es lo que nuestro lenguaje es, lo que permite la comunicación y que el amor y el enamoramiento pueden ser explicados, robando un poco del vocabulario de las neurociencias, en términos de procesos químicos internos que tienen como detonante la situación concreta en la que nos encontramos. De este modo, la lección del antifundacionalismo, se hace eco de aquello que nos advirtió Borges cuando nos dijo que ‘buscarle ausencias al idioma es como buscar espacio en el cielo' y que el amor, como nos diría Quevedo, es ‘un mal presente' que conocemos porque lo padecemos y no algo que salimos a buscar para captarlo con un lenguaje perspicuo. Aunque, pensándolo mejor, no se equivocó Aristófanes cuando dijo que el amor es algo que solo puede ser insinuado, que nunca bastarán las palabras para expresar lo que se siente, el problema está en asumir que ello deba ser de otro modo.
*DOCENTE DE FILOSOFÍA Y MIEMBRO DE AMANTES DE SOFÍA (ADS).