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- 30/11/2021 00:00
Siempre los aguiluchos
Al celebrarse los 200 años de la Independencia de Panamá de España, es justo destacar el liderazgo ejercido por los institutores en las luchas por la soberanía del país, pero creo que nadie, dentro de lo mucho que se haya mencionado, ha destacado el papel importantísimo desempeñado por los muchachitos de 14 y 15 años, que no solo aprendían lecciones de patria de sus siempre recordados profesores, sino también de sus líderes que, con su posición firme, decidida, agresiva y nacionalista, ayudaron a hacer muy fuerte el sentimiento de patria.
Dentro de los halcones que ya volarían crecían física y espiritualmente los estudiantes de los niveles inferiores que respetaban e imitaban a los de los niveles superiores y siempre estaban listos para cooperar con las campañas que ellos adelantaban.
Anecdóticamente, los muchachitos del tercer año que, obligatoriamente, tenían que aprobar el curso de Mecanografía, dictado por el gran educador don Teodoro Villarrué, motivados por nuestros grandes maestros, decidimos contribuir con el rechazo del oprobioso Tratado Filós-Hines, que regalaba territorio nacional para que en él funcionaran bases militares por un lapso de diez años, período prorrogable.
“Jaqué, Isla Grande, Isla del Rey, Las Margaritas, Pocrí, Punta Mala, la base de Río Hato, Salud, San Blas, San José, Taboga, Taboguilla y Victoria” eran los espacios concedidos por el Tratado Filós-Hines, firmado por Francisco Filós, ministro de Relaciones, que representaba a Enrique Jiménez, presidente de la República de Panamá, y Frank T. Hines, con la misma función por parte del presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman.
La muchachada frágil, intranquila, bulliciosa, inspirada, enardecida por las consignas emitidas por nuestros líderes, que cursaban exitosamente del último año de los bachilleratos que ahí se estudiaban, se reunió para ver cómo ayudar a que dicho tratado fuera rechazado. Ricaurte Achén tuvo la idea de que, reunidos en comisión, solicitáramos a don Teodoro Villarrué, vecino y amigo de su familia, que intercediera ante el rector Rafael Eutimio Moscote, para que se nos prestaran unas cinco o seis máquinas “Underwood” del salón de Mecanografía, con el compromiso de entregarlas en las mismas condiciones en que se recibían.
Las máquinas fueron cargadas y colocadas en las afueras del Banco Nacional de la avenida Central por nosotros los fetos, los renacuajos, los enanos, que así nos llamaban los líderes Torres Gudiño, Francisco Rivas, Fabián Echevers y otros que se escapan a nuestra memoria. Ahí se redactaban telegramas que rubricaban quienes los pagaban y que nosotros presurosos enviábamos a los señores diputados, a través de las Oficinas de Correos y Telégrafos, ubica en la plaza de la Catedral. La Asamblea Nacional, que entonces funcionaba en el Teatro Nacional, fue inundada por los telegramas que rechazaban la vergonzosa entrega del territorio nuestro a los “gringos”. Los señores diputados, cuyos debates eran modelo de discusión coherente, piezas de oratoria bien argumentadas, sin ofensas, sin diatribas, clara demostración de que respetaban la majestad del cargo, modelo que hoy deberíamos imitar. No hay más que recordar sus nombres: Ricardo J. Alfaro, Harmodio Arias, Esther Neira de Calvo, Gumersinda Páez y los otros, muy pocos, que constituían el Órgano Legislativo.
Ricaurte Achén, Félix Figueroa, José Ángel Noriega, Juan Vicente Alvarado, Manuel Acuña y todo el que quería ayudar, contribuyeron a que el pueblo masacrado por las tropas que comandaba Remón Cantera ganara una batalla de las muchas que condujeron a la soberanía que ahora unos cuantos pisotean en menoscabo de la democracia, de la equidad, del respeto a la patria que, aunque ya no es chica, cabe toda entera en el corazón de los buenos panameños”.