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- 10/12/2021 07:39
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Hace un año, un día como hoy, el 10 de diciembre de 2020, en horas de la madrugada falleció mi querido hermano Rogelio Fernández Lara, a quien sus íntimos le llamaban cariñosamente El Gran Yeyo, a lo que él respondía inmediatamente con su contagiosa sonrisa.
El 30 de octubre pasado hubiera cumplido 75 años de edad y cada vez que su recuerdo viene a mi mente, lo cual es frecuente, me es imposible olvidar su risa pura, espontánea, que siempre transmitía alegría y placer.
Confieso que en toda mi vida mis hermanos ha sido compañeros del alma y de corazón y que yo recuerde jamás tuvimos una discrepancia seria, ni muchos menos un enfrentamiento que causara algún tipo de rencilla. Ese amor fraternal es uno de los legados imperecederos de nuestra querida madre, Isabel, quien nos enseñó a ser unidos y querernos siempre.
Pero mi relación de hermano con Yeyo estuvo siempre más allá de todo y todos. Desde muy joven veló siempre por mi seguridad física, y nunca dudó en intervenir en cualquier tipo de pelea para defender a su hermano menor. Yeyo era un peleón cuando había justificación.
Me inspiró a ser abogado como él, a escribir artículos en los distintos medios de comunicación, transmitir mis opiniones en programas de radio, e intercambiar datos de la historia, lo cual no apasionaba.
El Gran Yeyo fue sin duda el más inteligente de los hermanos y el de corazón más noble y muy práctico en el momento de dar un consejo. Fue brillante, un buen hombre, analítico, deportista y atinado y apasionado en sus comentarios, admirador de la buena música, conocedor de la cinematografía, sus directores y actores. Con él se pudo contar siempre porque nunca dejó de ser solidario, bondadoso y siempre tenía la intención de ayudar al prójimo.
Compartimos muchas felices anécdotas en nuestra juventud, luego como estudiantes, en el ejercicio de nuestra profesión como abogados y muchas risas y alegrías que nos uinieron mucho más, de manera invariable.
Fue un gran hijo, hermano, esposo, padre y amigo. No fue un esclavo del acumulamiento de riquezas, en cambio dejó bondad, honradez y sus principios y determinación que siempre admiré en él.
En este aniversario, me dirijo a él:
Meses antes de sufrir quebrantos de salud solía visitarte en tu casa, llevándote biografías sobre grandes personajes políticos, cuya lectura disfrutabas.
En las primeras horas de tu última noche fuimos a visitarte nuestro hermano Vicente y yo, estuvimos conversando un rato y me devolviste los últimos libros que te había prestado. Te dije que al día siguiente te llevaría otro excelente e interesante libro. Recuerdo que te dije, y también lo dijo Vicente, que te quería mucho y tú me contestaste, “Rafa, yo a ti también.” Sin darnos cuenta fue nuestra última despedida. En la madrugada de esa noche falleciste, el Creador te elevó ante nuestros seres queridos que se nos adelantaron. No dudo que estás en el cielo, porque es allá donde van los hombres buenos.