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- 30/10/2023 00:00
Pueblo y enclave minero
En la noche del 23 del mes que transcurre, veo en redes sociales imágenes de tres jóvenes, que apoyándose sobre los hombros del otro, ascienden sobre un poste eléctrico sosteniendo al que en lo alto lleva la bandera panameña. Abajo, la multitud reunida en calle 50 canta el Himno Nacional. Pronto nuevas imágenes ingresan al tráfico de las redes sociales haciendo alusión directa a la icónica foto, portada de la Revista Life del 24 de enero de 1964. La intención simbólica de los jóvenes fue evidente. La memoria de lo nacional popular irrumpe estableciendo una guía de valores y propósitos nacionales comunes.
Son muchos los estudiosos que vienen advirtiendo que la hegemonía del discurso globalizado de la diversidad y la exaltación de las identidades de todo tipo no tiene otro horizonte que la fragmentación y dispersión de la entidad pueblo. De tal manera dice Follari que, la glorificación de las diferencias conlleva a menudo la asunción de las reivindicaciones particulares sin atención alguna a las de los otros. El discurso de la diversidad identitaria ha pretendido desplazar el estado identitario fundamental: el sentido de pertenencia popular nacional, de ser parte de una colectividad humana localizada históricamente y amalgamada por un sentimiento de destino común. Esa entidad se denomina “Pueblo” categoría política olvidada por una academia posmoderna contaminada por el discurso global del multiculturalismo.
En lo que Ranciére denomina como post democracia, el Estado se erige como Estado gestionario, cuya función residiría en la anulación de la identidad pueblo por la distribución sociológica de la población, (fraccionamiento étnico, cultural, de género u orientación sexual) en la búsqueda de la armonización de los intereses de individuos y grupos sociales identificables con la gestión técnica de lo económico (Sanhueza Huenupi 2020). No existe así un pueblo de la nación, solo grupos o sectores con intereses particulares y, por tanto, incapaces de una perspectiva histórica de destino común. Al anular, fraccionar y dispersar la identidad pueblo, el capitalismo global subsume e institucionaliza por separado las demandas particulares, impidiendo el ejercicio de la soberanía popular.
La soberanía popular hace referencia al ejercicio de un poder y el poder refiere a la acción política como vía para ejercer ese poder. Sobre el poder soberano del pueblo fue Carl Schmitt quien afirmó “Soberano es quien decide sobre el estado de excepción” Queriendo decir que la soberanía es un concepto límite, es decir, un concepto cuyo sentido no puede aprehenderse adecuadamente en los casos normales, sino solo en los casos excepcionales. El ejercicio formal de la soberanía popular discurre dentro de las reglas constitucionales y legales, pero el poder soberano del pueblo se manifiesta en todo su esplendor cuando el poder estatal delegado pierde legitimidad y el pueblo ejerce su poder fuera de la formalidad que lo oprime: el pueblo en acción política se expresa en las calles momento en que vuelve adquirir conciencia de pertenencia, de ser el “pueblo.” El pueblo, dice Rancière es, ante todo, un artificio identitario o ficción política, no existe previo a su intervención: El pueblo se instituye en el litigio, en el polémos (discordia, lucha, conflicto) en torno a quienes son capaces de hablar en igualdad. En el mismo sentido, partiendo del concepto “crisis” como perspectiva de conocimiento, Zavaleta Mercado sostiene que en la crisis el sujeto se descubre así mismo identificado con el otro que lucha en las calles, en la identificación de ser colectivo que lucha, irrumpe la entidad pueblo que descubre el entramado de lo antinacional que se ocultaba.
El pueblo en lucha es la unión de lo disperso y diverso, la población se convierte en pueblo y en ese momento de identidad no tiene color, ni raza, ni género, no es lo que come ni se identifica por el bollo preñao, el saus o el siu mai, tampoco es lo que baila. El pueblo se constituye como tal en la acción política y es en la protesta; en el enfrentamiento, que lo nacional obedece a lo popular.
Los momentos constitutivos de la nación panameña fueron determinados por el protagonismo del pueblo. El pueblo se hace pueblo estableciendo los parámetros de lo nacional en el combate y en la resistencia contra lo antinacional: el pueblo que impide la anexión total de la Isla de Taboga y apedrea la caravana del General Pershing, el pueblo que pide armas al presidente Porras, mientras sus compatriotas en Chiriquí defienden el territorio en la denominada guerra de Coto. El pueblo en la lucha Inquilinaria, el pueblo que derrota el Tratado filos Hine en el 47, el pueblo que siembra banderas en el 58, el pueblo heroico en el 64. El pueblo que aparece en julio con demandas sociales y políticas y que vuelve a la carga en octubre contra el enclave minero.
A partir de las perspectivas de conocimiento planteadas afirmo, que el retorno del pueblo a las calles expresa mucho más que el rechazo al contrato minero y que, al igual que en julio, la coyuntura devela el agotamiento de un régimen político (estructura de poder estatal y extraestatal) que se manifiesta en una institucionalidad burda, displicente y cínica, en el vaciamiento del discurso político y en la hipocresía moral de la elite económica.
La fortaleza de la nación panameña se fundamenta en una percepción colectiva de destino común, determinante en su capacidad identitaria de configurarse, reconfigurarse y reafirmarse como pueblo que aparece y reaparece en momentos históricamente cruciales. El pueblo en las calles se encima sobre los intereses particulares y sectoriales porque su poder convocatorio multitudinario se sustenta y explica por la noción unitaria de bienestar común.