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- 30/10/2022 00:00
Preparación para próximas pandemias
No hay la menor duda de que la humanidad se enfrentará de forma recurrente a numerosas pandemias infecciosas en el futuro. Lo difícil de predecir, en todo caso, es la fecha aproximada en que estos eventos ocurrirán. Algo que podemos intuir los científicos es que el próximo microbio será con bastante certeza un virus zoonótico, de estructura genómica basada en ARN y, muy probablemente, de transmisión respiratoria. Otras vías de contagio, oro-fecal, sexual, agua o comida contaminada, sanguínea o por insectos tienden a ser más fácilmente mitigadas por estrategias de salud pública o a dispersarse de manera más focalizada en áreas geográficas determinadas. Como toda regla tiene su excepción, el VIH ha seguido siendo pandémico desde hace unos 40 años, debido a su peculiar patogénesis, a la inequidad en el acceso de medicamentos antirretrovirales, a la extrema dificultad en desarrollar vacunas efectivas y a la irresponsabilidad de muchos infectados en no buscar diagnóstico oportuno y practicar sexo seguro. El origen del próximo brote infeccioso surgirá preferentemente en aquellos lugares donde haya deforestación, invasión humana de hábitats silvestres, consumo, comercialización ilegal o convivio no higiénico con animales portadores de patógenos, irrespeto a los factores que inciden en el cambio climático o agresión ecológica indiscriminada.
La crisis actual del SARS-CoV-2 nos demostró que casi ningún país en el mundo estaba realmente preparado para manejar adecuadamente una pandemia. El COVID-19 desnudó numerosas falencias sanitarias, educativas, económicas y políticas que contribuyeron grandemente al caos social y a la devastación multidimensional de las comunidades. Entre las fallas más relevantes se incluyen: 1. deficiencias en la gobernanza local, regional y global, debido a ideologías políticas extremas (usualmente de derecha), nacionalismos perniciosos, trasgresiones a ordenamientos democráticos, abusos de regímenes dictatoriales o ausencias de apego gubernamental a las orientaciones técnicas emitidas por expertos en distintas disciplinas; 2. egoísmos, avaricias y miopías de las naciones industrializadas para universalizar equitativamente los recursos logísticos y farmacológicos a nivel mundial; 3. negacionismos, conspiraciones anticiencia, desinformaciones malintencionadas sobre medidas restrictivas, tratamientos y vacunas; 4. monopolios y codicias de empresas farmacéuticas; 5. pobres capacidades de producción de productos e insumos sanitarios en países tercermundistas (con excepción de India, Indonesia y Brasil, entre otros pocos); 6. reducciones considerables en las coberturas de inmunizaciones habituales debido a los confinamientos y a las reticencias en vacunación; 6. persistencias de disturbios ecológicos, migraciones masivas y conflictos bélicos; 7. inadecuados sistemas de salud pública, escasez de atención primaria en comunidades, falta de instituciones autónomas que realicen inteligencia epidemiológica, oposición a la transparencia en datos abiertos por parte de las entidades ministeriales; 8. magras inversiones en ciencia, tecnología e innovación; 9. deficiente formación del personal de Salud en metodología de investigación, medicina basada en evidencia e interpretación de la literatura científica; 10. insuficiente educación elemental de la sociedad en conceptos básicos de ciencia; 11. medios de comunicación con pobre discernimiento sobre fuentes fiables de información o con agendas ideológicas perniciosas; 12. redes sociales sin filtros de verificación ni controles administrativos para combatir la infodemia; 13. inconsistencias y desfases en lineamientos de agencias reguladoras (FDA, EMA, UK, etc.) y organismos supranacionales (OMS-OPS, CDC, etc.).
A dos años y medio de pandemia y con la vasta cantidad de conocimientos generados a la fecha, resulta increíble que aún haya gente diseminando todo tipo de disparates y oponiéndose al beneficio de las mascarillas, a la necesidad de construir espacios mejor ventilados, al abandono de tratamientos inservibles (hidroxicloroquina, ivermectina, dióxido de cloro, ozono y “panaceas” botánicas varias) o a la más que probada seguridad y efectividad de las vacunas, testadas ya en más de 12 mil millones de dosis, las que han evitado la muerte de, al menos, 25 millones de personas globalmente. Como comparación, la pandemia de influenza de 1918, causada por un virus 10 veces menos letal que el SARS-CoV-2, provocó el fallecimiento de entre 50 y 100 millones de seres humanos en un escenario mundial carente de vacunación.
El año pasado, un editorial del British Medical Journal (BMJ 2021;372:n272) debatía acerca de la posibilidad de criminalizar a los que difundían desinformación malintencionada sobre las vacunas (“Should spreading anti-vaccine misinformation be criminalised?”). Gran parte de la reticencia a la vacunación se debe precisamente al temor inducido por noticias falsas de los eventos adversos, fabricados o exagerados, vinculados a estos productos biológicos. La Organización Mundial de la Salud (OMS), de hecho, considera esta problemática como una de las 10 principales amenazas sanitarias en los comienzos del siglo XXI, un fenómeno que podría ocasionar la potencial reemergencia de infecciones graves que ya habían sido minimizadas o eliminadas en muchas regiones del planeta. Cuando esta infodemia emana de fuentes no relacionadas al campo científico, en actividades de intrusismo, las consecuencias son quizás menos contraproducentes. No obstante, cuando los trabajadores del sector salud son quienes se involucran en dicha imprudencia temeraria, debido a intereses económicos o a falencias académicas, el resultado puede ser trágico o fatal y merece ser penalizado enérgicamente, hasta con la suspensión o retiro de la idoneidad profesional. De no detener este agravio informático, la próxima pandemia que enfrentaremos será aún peor.
La desinformación no solo embrutece, también mata...