• 05/04/2024 00:00

PolitiqueArte. La matanza de Quíos

“La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”, Erich Alfred Hartmann.

Hoy, la guerra retumba sus tambores a lo lejos, más fuerte que nunca, escuchamos la música de la batalla llamar a las almas que alimentarán sus campos. La oímos, la ignoramos. Está lejos, aún, pero no tardará en llegar, al final, todo caerá, primero la paz y detrás de ella, nuestra sociedad. Los belicistas, los hijos de Marte, creen tener todas las de ganar, piensan que la Parca no los verá, ni a sus hijos o sus conocidos. Pero el segundo sello revienta en una violenta explosión y expande por la Tierra la marca de la espada del jinete y de su caballo ardiente. La guerra, injusta y nefasta, solo agrada a los que la ven desde la lejanía de la historia. Aquellos que en las tintas del pasado ven oasis brotar de entre las páginas, sin pararse a pensar en la penuria de la realidad bélica.

Deténganse un instante a reflexionar acerca de aquellos que hoy, recubiertos de armaduras y protegidos por armamento, dan su última bocanada, sueltan su último aliento; aquellos que guardan su último pensamiento para su madre, para su novia, para sus hijos, que los esperan a centenares de kilómetros. Los soldados, la carne de cañón, los peones, no quieren estar ahí, pero deben y los oficiales, el Estado Mayor, las altas esferas, no están ahí y tampoco quieren. Porque la guerra es barbarie, muerte y vísceras, sangre y lágrimas regadas encima de una tierra pisada. En la guerra no hay victorias, solo vítores lejanos para seguir marchando. Esa derrota del espíritu, esa victoria de la maquinaria diabólica de la muerte, es lo que intentó plasmar Delacroix.

En medio de la Guerra de Independencia de Grecia, un grupo de insurrectos llegó a la isla de Quíos con la esperanza de soltarla de las cadenas otomanas y convertirla en terreno aliado. De mano de sus “liberadores” llegó su primer saqueo, las casas de los ciudadanos musulmanes y las de los griegos ricos, fueron víctimas de los kleftes, bandidos que vivían en las montañas. La aduana fue incendiada y los techos de las mezquitas fueron derretidos y convertidos en munición para los cañones. 20 días después llegó la fuerza otomana de reconquista, cerca de 45 000 soldados, en su mayoría voluntarios persuadidos con promesas de pillaje y saqueo, salieron desde Constantinopla dirigidos por Kara Ali Pasha, el capitán Pasha. La venganza controló las manos musulmanas y estos dieron rienda suelta a su salvajismo con los refugiados, cerca de 20 000 víctimas perecieron aquel día, y aquellos que se salvaron de la sangría fueron vendidos en los mercados de esclavos de Esmirna, Egipto y Constantinopla, cerca de 45 000 personas despojadas de su libertad. Y al final, los verdugos también murieron, el capitán Pasha murió un mes y medio después de la masacre, cuando las fuerzas griegas hicieron estallar su barco. Entonces, ¿en qué quedó todo por lo que pelearon? En polvo, sangre y ceniza. Eso es lo que Eugène Delacroix intentó representar en “La matanza de Quíos”.

La obra despliega tres capas, tres realidades, la primera: las víctimas, los que sin culpa sufren en sus carnes las desgracias de la guerra. Esos son los que enferman, los que mueren, los que quedan huérfanos, las violadas, los apaleados; los niños, mujeres y ancianos que ven sus vidas desaparecer en un arrebato de violenta rabia extranjera. La segunda capa son los vencedores y los vencidos, los que saquearon y los que perdieron. Los trofeos, las joyas, el oro y las mujeres que satisfarán el arduo combate. Y por último, al fondo, aquello por lo que pelearon, la tierra en llamas, olvidada y revuelta; convertida en un recuerdo, apenas. Eso es todo lo que queda después de la guerra, frustración, fuego y olvido.

Y esta obra, la realidad de la guerra, resuena hoy más que nunca, por la cercanía de lo que representa, por el aviso que intenta darnos, porque hoy más que nunca debemos revelarnos ante los que intentan llevarnos de cabeza a un conflicto globalizado, alzarse ante la máquina que desea acabar con el status quo, con la bestia que intenta arrebatarle la vida a los conscriptos para aliviar las ansias de aquellos que ya lo tienen todo. Revelarse ante la guerra con un rápido y firme gesto de paz.

El autor es escritor

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