• 21/12/2023 15:30

Pirotecnia, estilo panameño

Es cierto, la Dirección en Asuntos de Seguridad Pública (DIASP) tiene la responsabilidad de regular la venta de pirotecnia, apoyados por los bomberos, el ministerio de Salud y otras instituciones públicas y privadas

Según este control oficial existen unos 50 comercios autorizados para la venta de bombitas, cohetes, estrellas, fuegos de artificio, que también pueden vender pan, galletas, refrescos, etc. Pero dígame usted que todo lo sabe, donde está el inspector que metió en la cárcel al vendedor callejero que en la época de los desfiles patrios y Navidad ofrece cohetes en las aceras, parques, cantinas y corrillos a cualquier persona con un dólar en el bolsillo. No les importa si los clientes son menores o mayores de edad, no distinguen a borrachos o padres irresponsables que en estas festividades por costumbre y gracia revientan los explosivos pirotécnicos. Para finales de cada año, visitar el Hospital del Niño y otras clínicas de urgencias públicas y privadas de la ciudad capital y del interior del país, centenares de arrepentidos padres que llevan envuelto en un pañuelo el dedito de su adorado hijito o ahijadito.

Los fuegos pirotécnicos son fabricados a base de pólvora, explosivo invento chino del siglo IX. La explosión genera reacción instantánea de intensas llamas, gas y calor. Lanzar esas candelas a muchas personas motiva alegría y diversión, pero a familias enteras revela el instante trágico en que un hijo sufrió quemaduras severas hasta con pérdida de un ojito que jamás volverá a ver la luz del día. Recordamos hace pocos años a 10 padres con sus hijos, felices en un juego de pelota, cuando un inexperto manipulador de voladores ocasionó la explosión de un bulto de fuegos artificiales. Del estadio Rod Carew, de la no tan inocente fanaticada, corrieron al hospital mirones y padres e hijos. Fue una casualidad, no mereció investigación oficial, ni el estadio, ni el vendedor, ni el manipulador, ni el borracho pagaron la cuenta.

Los más afortunados entre los accidentados quedan con cicatrices de por vida, otros pierden parte de las manos y muchos tuertos quemadores de bombitas recuerdan con dolor los ojos que les regaló Dios.

Las estadísticas hospitalarias revelan un promedio anual de 200 a 300 personas, en su mayoría infantes, quemados por sartenes de frituras y la pirotecnia de fiestas patrias. Nos apena decir que en alguna iglesia de Los Ángeles el sacerdote aplaude a devotos feligreses que pasando la misa revientan voladores y cohetes sin consideración a enfermos y viejos del vecindario; la humareda no llega hasta el cielo donde moran los santos de los mil días.

La peligrosa y reprochable práctica tiene sus adeptos, no la persigue en funcionario y los mirones invocan tradiciones difíciles de romper.

En otra sociedad civilizada, el uso de artefactos explosivos se limita a personas entrenadas para manipularlos y no a cualquier revendedor de barrio ni a borrachos que en medio de la noche queman sus explosivos, sin consideración al daño que provocan entre personas que despiertan asustadas creyendo que llegaron a Panamá los terroristas de Hamás, de Buko-Haram o la turba que te impide el paso cobrando la coima callejera.

Algo de dinero ingresa al Estado por los permisos o autorizaciones que pagan los comercios vende-cohetes. Como contrapartida, las instituciones de salud gastan cien veces más atendiendo urgencias de padres, infantes y mirones quemados, víctimas del ‘pasiero’ que a vista de los inspectores gana unos reales revendiendo esta peligrosa mercancía. ¡Hasta cuando!...¿Hasta cuando?

El autor es abogado.

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