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- 29/07/2021 00:00
El pecado original de la desobediencia
Es sabido que en el mítico relato de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso se nos ha omitido el conocimiento de que el castigo se imponía por desobediencia y ninguna otra circunstancia alimenticia o erótica era la que motivaba al feroz castigo. El pueblo de Haití ha sido expulsado sistemáticamente de la historia y del análisis contemporáneo, porque lleva sobre sus espaldas el pecado de la desobediencia al orden colonial y al novísimo orden neocolonial.
En 1791, recién germinada la Revolución francesa, sus ecos se hicieron oír en la colonia de Saint-Domingue (Haití) y se movilizaron los esclavos reclamando que entre ellos se aplicaran los mismos principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad; pero se equivocaron, porque los vocablos de Libertad e Igualdad pueden hacerse circular sin enamorase de ellos, en cambio la fraternidad hacia los esclavos nunca germinó en el corazón de los colonialistas de antes y del presente. En 1804, después de una denodada lucha en solitario, Haití proclama su independencia. Después de las colonias que dieron origen a EUA, eran los segundos en el continente emprendiendo ese camino. Las milicias de esclavos batieron a los franceses, apoyándose en los principios revolucionarios metropolitanos; pero Francia, ya sea la monárquica o la republicana, recelaba de esos insurrectos que se escudaban en la declaración de los derechos del hombre, abogando por la abolición de la esclavitud y la participación en el bienestar prometido a todos los franceses.
El verdadero Napoleón, no el de películas y novelas, que, apoyándose ficticiamente en los principios revolucionarios, pisoteaba la identidad nacional de las naciones europeas, se alarmó ante la situación haitiana. No olvide el lector que ya para entonces algunos pensadores de Europa se habían desilusionado con las acciones del corso; Beethoven, admirador de la revolución, quiso rendirle homenaje con una sinfonía titulada “Napoleón”, pero, al conocer que se proclamó emperador, tachó el nombre de la sinfonía y le puso “Heroica”, en honor a la Revolución y no a un hombre desviado. Napoleón temía que esos esclavos pusieran en peligro la economía francesa, la cual recibía el aporte de las exportaciones azucareras de Haití, que superaban a las del sur estadounidense. El general Leclerc logra con argucias apresar al líder Tousaint Louverture, quien muere en prisión, pero el pueblo haitiano siguió pariendo líderes y logra el reconocimiento de su independencia.
Francia alegó que concediendo la independencia de Haití perdía el dinero producido por el azúcar, pero además perdía el valor de los esclavos transformados en ciudadanos. Los haitianos estaban aislados en el continente, ya que no habían empezado las luchas libertarias de Sudamérica y además EUA no podía ser simpatizante de una revolución de esclavos; así pues, tuvieron que pasar por “las horcas caudinas” y aceptaron pagar una indemnización que se fue amortizando por 120 años hasta que se extinguió en el año 1947. Sus líderes tuvieron divisiones, con el resultado de que en el norte se constituyó una monarquía y al sur una república, cuyo presidente Petion comprendía que estaban aislados y por tanto le ofreció a Bolívar ayuda en armas y provisiones a condición de que se comprometiera a abolir la esclavitud en las naciones que liberase; Bolívar no pudo o no se atrevió a cumplir.
La deuda pagada en 1946 era el equivalente de 21 mil millones de euros actuales. En su contexto era el equivalente de 10 veces el PIB anual de Haití, por lo cual este país debió pedir prestado a la banca francesa la primera cuota y las sucesivas con intereses crecientes, lo cual Haití pretendió subsanar pidiéndole prestado a EUA. En 1914 los bancos extranjeros conciertan una acción para controlar las finanzas del país y solicitan la intervención directa de EU para tomar las reservas de oro de Haití y “protegerla” en los bancos estadounidenses. Después el país es ocupado formalmente para impedir la llegada al poder de un líder popular que prometía proteger la economía y la soberanía del país.
En 1915, un jefe militar haitiano, de nombre Charlemagne Peralte, se niega a rendirse y forma un frente guerrillero y un Gobierno nacional en el norte de la isla. Uno de sus oficiales, cual Judas, lo traiciona y rebela su ubicación. Para escarmiento, fue ejecutado y amarrado a una puerta, con las manos y pies clavado a la misma como en una crucifixión. Su cadáver fue paseado por los poblados para escarmiento de los patriotas. Su memoria es venerada como auténtico héroe nacional. Aquella fatal ocupación, que duró aproximadamente veinte años, fue simultaneada con una ocupación de la parte dominicana de la isla. Al final de la larga ocupación en ambas naciones, los “marines” se retiraron, dejando instaladas dos largas dictaduras en sendas partes: la de Trujillo en la República Dominicana y la de los Duvalier en la parte haitiana.
Las dictaduras son transicionales hasta que las potencias logran camuflar su dominación bajo la forma de democracia electoral. Aquellas dictaduras permitieron intentos democráticos que fracasaron en el lado haitiano. En consecuencia, se produjo una inestabilidad en la era posduvalierista con protagonismo de militares o paramilitares.
En tiempos recientes, la movilización nacional, con apoyo internacional, logró elecciones con credibilidad que permitieron el ascenso de un sacerdote con arraigo popular de nombre Aristide, pero la votación popular fue mediatizada por EUA y su intervención interamericana bajo el manto de la OEA; así, tras sucesivos mandatarios, llegamos al momento actual.
Este vaivén destructivo ha producido la destrucción de toda salida económica factible para la isla y ha conllevado a la sustitución de la economía formal por otra delincuencial. La realidad es que la economía delictiva se cobra vidas y trunca las esperanzas de una sociedad que merece mejores destinos. Todo ello con la complicidad de intereses foráneos que pretenden mantener castigada a una nación negra que, de prosperar, hubiera sido un mal mensaje para la propia población afroamericana de EUA.