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- 22/03/2015 01:01
‘Pan y circo’
Vivimos como en aquella Roma imperial con sus grandes espectáculos, donde prevalecieron aquellos combates a muerte entre gladiadores, las carreras de cuádrigas destacadas por las ruedas de los carros griegos, con afilados sables que rebanaban sin tropiezo y que Homero describe en la Odisea, al referirse a los juegos fúnebres de Patroclo. Como a ellos, a nosotros tampoco nos faltaron las teatrales representaciones que inundan en entendimiento a través de medios masivos de comunicación con los julepes.
En el reciente pasado revivimos parte de esa historia antigua en la atareada campaña electoral. Aquí presenciamos de manera pública e impune la ilícita distribución gratuita de enormes cantidades de alimentos y enseres, que entonces no entendíamos el negocio que hoy se despeja, en esas investigaciones penales al son del PAN y que, a propósito, pasó desapercibido para el fiscal general Electoral, que hoy reclama el puesto con una inusitada hidalguía. Esto, en acullá como aquí, se convirtió esa práctica, en una gran herramientas del control social y turbios negocios.
Lo cierto es que nosotros, como el que busca una aguja en el pajar, tenemos y debemos encontrar esa fórmula para entender la diferencia entre justicia y venganza. Tratar de asimilar aquello esencial y lo previsto en las Garantías Constitucionales y legales, que han evolucionado para proteger a la propia sociedad que se abriga con el esperanzador manto de la equidad. Hay que procurar que todos distingan la existencia de la conveniente supremacía del bien sobre el mal, del deber sobre el Derecho, de la justicia mucho más en alto que la Ley. Avizorar que para todos los casos es imprescindible reconocer la imperfección de los hombres frente al descomunal ataque artero del mal. Detectar sin espanto la avaricia y la voracidad del inclemente a la hora de explotar al semejante. Es cierto que todo esto indigna, pero al igual nos empaña el entendimiento, si no se cumple a cabalidad con la ley, y lo peor es, que si los imitamos en ese comportamiento ilegal o ilícito, terminaremos por convertimos igualmente en los delincuentes que son ellos. Esta es la sobria diferencia descarnada.
¿De qué nos puede servir la reluciente norma Constitucional o la afilada espada de la ley sustantiva que se alimenta con los principios universales para alcanzar un fallo oportuno y veraz, si el mecanismo que se usa adolece de esa luminosidad que da lustre al proceso? Como atalayar el entendimiento, para cuando se dicta una sentencia no quede la más leve duda sobre la claridad en el procedimiento. No podemos respirar ese odio que provoca el actuar indecoroso de los que no sirvieron al resto con honradez dentro de la enmarañada administración. Ésta malsana práctica de dañar la cosa pública, porque es de todos y no es de nadie, debilita la asistencia a los que menos tienen y enriquece indebidamente a los que más pueden.
Se pudo escuchar de todo en el reciente circo en favor y en contra sobre lo pasado en ese aquelarre, cuando la Asamblea Nacional convertida en Tribunal Jurisdiccional, trató de juzgar al magistrado que terminó por aceptar un Acuerdo Judicial. El asunto para los juglares se paralizó de repente y de repente empezaron los remolinos sobre el beneficio o perjuicio sobre ese arreglo. Hay que ver lo difícil que resulta que un aparato político se convierta en un tribunal penal compuesto por 71 miembros, pero además con el incómodo al estrenar el sistema acusatorio, evidentemente desconocido para todos con la tartamudez de los que apenas tuvieron nociones básicas en el evento. Se jugó entre lo debido y lo prosaico.
En este razonable despertar, hay que dejar los resentimientos contra el circunstancial oprimido, y en un épico esfuerzo debemos abandonar el circo. Tenemos que pensar en los que sufren alrededor. Si alguien está en el ojo de la tormenta, otros pasan las penurias del descrédito de esa pérdida del honor y del apellido. A todos los que juzgamos pública y desmedidamente tienen familia y amigos que, por supuesto, enfrentan los ataques arteros de un turba que se solaza al lanzar improperios, al destruir la poca honra que le queda a los allegados. Cierto que nos dicen que todo eso es algo que el delincuente debe pensar antes de cometer el acto ilícito, pero esa historia se repite, porque siempre se navegaba en ese mar de la impunidad que en apariencias ha llegado a puerto. No hay nada más importante que el perdón, sin olvidar el reclamo legal como ejemplo.
ABOGADO Y DOCENTE UNIVERSITARIO.
‘No hay nada más importante que el perdón, sin olvidar el reclamo legal como ejemplo’