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- 09/11/2022 00:00
Obsesión con linaje británico
Es sabido que el Gobierno británico adoptó como una necesidad, casi ancestral y atávica, el oponerse a la modernización de la Rusia zarista, toda vez que ella estaba incluida en las estrategias imperiales británicas como amiga en calidad de socio menor, el cual nunca debía ascender a la calidad de protagonista principal, de ahí que Inglaterra se involucrara en la lucha contra la Revolución bolchevique o cualquiera otro tipo de Estado que en Rusia se creara, ya que se consideraba que atentaba contra la concepción británica de su propia geoestrategia mundial. Desde este punto de vista puede estimarse la obsesión británica antirrusa como una herencia de sangre que debía cumplirse sobre todas las cosas y en ese sentido también era un mandato reclutar a los Estados Unidos para esa obsesión. Es de destacar que en los Estados Unidos la obsesión antirrusa devino como consecuencia de su acceso a la posición de potencia de primer orden y esta obsesión no empañó las sinceras posturas de Franklin Delano Roosevelt, tal como si se encarnara en las acciones de Churchill, quien era aliado de Rusia de los dientes para afuera.
Estos antecedentes sirven para entender cómo asume el Gobierno británico, con una pasión lejana de la clásica flema inglesa, la tarea de combatir la presencia rusa en suelo europeo. Estas consideraciones no alcanzan para eximir de culpas a quien ejerce influencias en segundo plano o sea las agencias conspirativas estadounidenses; pero es de primer orden conceptualizar que la tarea asumida por los ingleses deviene de su carácter de potencia residual europea que debe luchar por su caducante influencia en el viejo continente.
Ya sabemos que el protagonismo anglosajón se teje en una maraña de alianzas, solidaridades y tareas asumidas en conjunto y arropadas bajo distintos nombres, como “la red de los cinco ojos”, pero mejor asumida en su carácter de solidaridad y etnicidad compartida, como “la angloesfera”, o sea, aquella comunidad de vínculos históricos, idiomáticos e ideológicos constituida por los Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
De ahí a comprender de su involucramiento primero en la voladura de los ductos ruso-germanos del Báltico, después en la voladura de tramos parciales del puente de Crimea y ahora del fallido ataque con drones a la flota rusa del mar Negro, todo es uno.
Tal vez los fabricantes de guerras esperasen, desde ya, un impulso Indignado de los gobernantes de Rusia, que optasen por poner fin a tan groseras provocaciones, mediante una declaratoria explícita de guerra; no obstante, el jefe del Estado ruso ha reaccionado equilibradamente, adoptando las medidas de control y de mesurada represalia, manteniendo la denuncia y el acoso diplomático contra los operadores británicos de los sucesivos complots.
Si hubiera una declaratoria de guerra formal, sería anunciada por los enemigos de Rusia, pero no por ella misma. De todas maneras, sabemos que ya hay un estado de guerra gradual en ascenso progresivo para cada una de las fases de la misma, ya sea en el plano declarativo, propagandístico, económico, comunicacional y tecno-orbital. Esta es, tal vez, la forma de escamotear el conocimiento del conflicto e impedir que los pueblos salgan a las calles a imponer una detente a la locura. Tal vez el enemigo más temido sean los pueblos del mundo occidental y ellos no deben conocer su poder. Exponer el poder de las masas mediante declaraciones, movilizaciones y conductas de bloqueo a los guerreristas es la tarea de la hora. Es posible que después no haya tiempo.