Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
- 03/07/2022 00:00
Otro mundo posible
Luego de pasar la tortura (para gentes y carros) de la carretera Ipetí-Agua Fría, hacia el Darién, llegamos a Santa Fe. La superficie lunar es chiste, comparada con la dizque carretera, construida en tiempos ¿de quién? (pues obviamente del expresidiario expresidente, que robó y no hizo o hizo mal). ¡Una verdadera porquería! Pareciera ideada no sólo para robar sino para hacer daño.
En Santa Fe encontramos algo parecido a la antesala del paraíso: un lugar sumamente arbolado, con muchas flores, limpio y, sobre todo, gente amable que, sin conocernos, nos recibe con sonrisas y abrazos. Primer detalle de cambio en una sociedad que te hace huir de la calle evitando una bala perdida en una pelea de narcos. El Centro Red de Vida, iniciado —con otro nombre— hace 27 años, por las hermanas Maryknoll, nos recibe con un árbol frondoso y de unos treinta metros, cuya semilla vino del lugar en donde asesinaron a tres religiosas y una laica en El Salvador (en 1980). Más claro no puede ser: la semilla cae en buena tierra y fructifica.
En el Centro hay lugar para dormitorios, para reuniones en un amplísimo tambo indígena-afro-campesino, que puede dar cabida a 80 personas sentadas guardando las distancias debidas, hay un salón comedor-cocina en el cual, según la Hna Melinda, sellamos nuestra amistad con la tierra al comer. Como testigo de esta amistad, preside el comedor un mural precioso (de 9 por 2.5 mts): pájaros de diversas especies, mamíferos en árboles y suelos, flores y personas, ríos y mar, presente y futuro, en fin, diversidad y, “saliendo” del fondo, un jaguar, señor de la selva. El arte como pedagogía, el arte uniéndose a la Vida. Además, hay una granja, un semillero de árboles y cuarenta hectáreas de bosque, que son sacramento de vida, nos dicen.
Al día siguiente, van llegando, poco a poco, los invitados. Empezamos, no a las diez como estaba programado, no por la irrespetuosa “hora panameña” sino porque faltaba gente importante. Media hora después iniciamos. Celebramos el día mundial de los bosques. Nos reunimos unas 75 personas en el tambo y nos hablaron de bosques saludables y su importancia alimentaria, medicinal, económica, ecológica y, la más valiosa: el oxígeno que nos da vida. Luego nos hablan de que tenemos que trabajar por una humanidad también saludable y nos sugieren cosas sencillas y baratísimas: hacer ejercicios, dormir suficientemente, comer con inteligencia y apreciar el bosque que nos da salud mental. Continuamos con un diálogo interesante y, al final, hacemos algo poco usual: caminar por el bosque, en silencio, tratando de escuchar sus preguntas y oir cuáles son nuestras respuestas.
Estamos presentes de diversas partes del país, artistas y científicos, campesinos y funcionarios, religiosas y curas, buscadores de futuro. ¿Por qué no se conocen estas experiencias en todo Panamá? La lucha de Matusagaratí, la riqueza del bosque de Filo del Tallo, la devastación criminal en el espacio entre la Comarca Wargandi y la Comarca Enbera-Wounaan, el Centro Red de Vida, tantas situaciones, iniciativas, dolores y esperanzas que pueden llamar a la conciencia nacional,