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- 23/11/2018 01:03
Ricardo Miró en su soledad
Dicen que el famoso poeta era hombre parco, casi silencioso, como los que piensan y sueñan despiertos, en vez de hablar. Como quiera que pertenecía al grupo social llamado ‘los de adentro', residía en el pequeño recinto histórico de la segunda ciudad de Panamá, vuelta a fundar a varias leguas de la que destruyó el pirata Henry Morgan en 1671. No obstante, le gustaba codearse con la gente del arrabal de Santa Ana, cuna de notables miembros del Partido Liberal.
Su cantina preferida se llamaba Verona y como es lógico, su propietario procedía de Italia. Sentado casi siempre solo, pedía su bebida favorita que, de origen milenario, procedía del griego aloxinos y de allí pasó al castellano como ajenjo. En efecto, ese licor, llamado también diablo verde , por su color y de alto contenido alcohólico, producía alucinaciones y quizás por ello era la copa preferida por los poetas y escritores de Francia, donde recibe el nombre de absinthe. Cuántos poemas no habrán sido concebidos bajo los efectos del alcohol, si sabemos que Pablo Neruda y Rubén Darío no se distinguían por ser abstemios.
Ricardo Miró decidió vivir en Europa y fue nombrado como cónsul en Barcelona, posición que probablemente solicitó, porque, no siendo tan lucrativa como las de otras ciudades, al menos, se sentiría más cómodo con el uso de la lengua común. Barcelona ya era, a comienzos del siglo veinte, una gran ciudad con amplias avenidas que el francés Haussman diseñó al estilo de los bulevares parisinos, con anchas aceras arboladas y rotondas o glorietas que facilitaban el tránsito continuo. Era tal la velocidad de su crecimiento industrial, comercial y bancario que pocos años después sería llamada ‘La ciudad prodigiosa', descrita magistralmente por Eduardo Mendoza en la novela que lleva esa denominación como título. Todavía no habían llegado las migraciones internas, compuestas en su mayoría por extremeños y andaluces de habla castellana. En ese entonces afluían catalanes de las pequeñas villas y pueblos, quienes se sentían atraídos por las ventajas laborales y los adelantos en servicios que ofrecía la gran urbe, donde se elaboró el primer código de navegación, conocido como el Libro del Consulado del Mar.
Es fácil advertir que el poema más conocido de Miró es Patria , que todos los panameños hemos recitado de memoria desde niños. Obviamente está cargado de nostalgia por los senderos recorridos en la infancia, las torres de las iglesias coloniales con sus campanas en múltiples y metálicas vibraciones de sus badajos, según los distintos motivos para hacerlas repicar. En el hermoso patio trasero de la catedral vieja de la ciudad de Salamanca, solíamos encontrarnos estudiantes panameños y en el silencio de la alta noche, creíamos escuchar en el corazón de esa piel seca que es Castilla, el sonido del mar de nuestro istmo, que no era más que el río Tormes que rodea la antigua universidad y que al pasar por las aspas de un molino nos recordaba las olas cuando se desmayaban en las arenas de las playas de San Francisco, Bellavista o Santo Domingo. Mientras desde el hondón de nuestras almas nos llenábamos de nostalgia, recitábamos en coro los versos del único poema que todos nos sabíamos y en lugar del ajenjo que desconocíamos, nos alucinaba el ron que por la caña nos impregnaba de cabanga sin tristeza.
Creo que además de la nostalgia, el poema Patria es un eco de la soledad de Miró, porque se encontró con una ciudad donde sus habitantes, los catalanes, eran y siguen siendo muy suyos y se siguen comunicando en su propia lengua. Luego de la guerra civil no se reprimieron solamente las libertades ni los derechos humanos. También se prohibió la enseñanza del catalán en las escuelas y el uso de este idioma en documentos oficiales. Sin embargo, los catalanes se aferraron a su lengua como escudo protector de su catalanismo y cuando el vate panameño asistía a un restaurante, todos alrededor hablaban catalán y lo mismo si asistía a un teatro. Si Miró creyó que se podría sentir más cerca de su terruño por la identidad lingüística, se encontró con una diferente que es fácil de leer y de comprender cuando alguien pronuncia un discurso, pero es imposible entender sus conversaciones.
La mezcla de nostalgia y soledad, hizo regresar a Miró a su solar nativo, donde permaneció sin salir hasta su muerte. Puedo estar equivocado, pero he llegado a pensar que si en lugar de la Barcelona capital de Cataluña, nuestro gran poeta hubiese vivido en Costa Rica, en Cuba o en otro país latinoamericano, tal vez no hubiera escrito Patria o no le habría salido de su inmenso sentimiento poético un poema tan lleno de amor, de nostalgia y soledad.
EL AUTOR ES ABOGADO, EX PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA Y DIRECTOR DE LA ACADEMIA PANAMEÑA DE LA LENGUA.